Mario Vargas Llosa y Orham Pamuk antes de comenzar la charla. Foto: F.D.Q.

Este miércoles, Mario Vargas Llosa clausuró el seminario que ha celebrado durante dos días en la Casa de América de Madrid con motivo de su 80 cumpleaños, titulado Mario Vargas Llosa: cultura, ideas y libertad. Lo hizo con una conversación con el también Nobel Orham Pamuk que fue más bien una entrevista a dos bandas, realizada por la directora editorial de Alfaguara, Pilar Reyes.



A petición de la editora, los dos autores hablaron de sus inicios en el mundo de la literatura, de su proceso creativo, de sus influencias y, en el siempre obligado terreno de la actualidad, de la crisis de los refugiados, asunto idóneo puesto que Turquía, el país de Pamuk, concentra en estos momentos todas las miradas, y especialmente las presiones de la Unión Europea, por tratarse de la principal vía de paso de los expatriados sirios en su éxodo hacia Europa.



Vargas Llosa abrió la charla recordando su relación con la literatura de Perú, su país natal, durante su infancia y su adolescencia. El autor de La ciudad y los perros reconoció que sentía grandes prejuicios hacia la narrativa peruana, demasiado "folclórica y costumbrista" para su gusto, "llena de clichés sobre campesinos explotados". "Prefería leer a autores europeos y norteamericanos, como muchos de mi generación". En cambio, sentía una gran admiración por Neruda y opina que "la poesía latinoamericana era más moderna y universal que la novela". "El Perú de mi infancia era un país muy aislado", añadió. "No sabíamos nada de Colombia o de Ecuador. Yo no me sentía latinoamericano. Soñaba con París, la capital de la cultura y de las artes".



Por este amor hacia la cultura francesa, aprendió pronto francés el Nobel peruano. Leía a Sartre, a Camus. "Creía ingenuamente que tenía que mudarme a París para ser un auténtico escritor", confiesa. Mientras, en París acababan de descubrir a Borges, a Cortázar, a Fuentes. Fue a principios de los sesenta. Allí los descubrió él también, allí leyó por primera vez a García Márquez. En francés. "En París me sentí por primera vez latinoamericano, sentí que Latinoamérica era mi patria grande, un mundo riquísimo en personajes, lugares y situaciones novelescas".



Pamuk, criado en una familia acomodada de ingenieros de Estambul, también leyó a los existencialistas franceses gracias a la biblioteca de su padre. Él decidió ser escritor en 1974. Abandonó los estudios de arquitectura. Su familia no lo vio con buenos ojos porque pensaba que no triunfaría. Durante mucho tiempo, los críticos de su país lo acusaron de ser "un escritor burgués". Ahora está más o menos satisfecho porque le cambiaron la etiqueta por la de "escritor de la ciudad de Estambul". En efecto, el Nobel turco es un cronista de su ciudad. Con meticulosidad de ingeniero, se sumerge todavía en sus calles para registrar los cambios que se producen en los barrios y reflejarlos en sus novelas. El comienzo de esta labor coincidió con una etapa de gran crecimiento económico y demográfico. En este tiempo, Estambul ha pasado de uno a quince millones de habitantes y, desde las magníficas vistas de su apartamento, Pamuk ha visto cómo la ciudad se poblaba de "rascacielos que brotaban como champiñones".



Siempre tuvo el autor de Mi nombre es Rojo cierta mala conciencia por ser un burgués acomodado. "No estaba de acuerdo con mis amigos marxistas, pero sí me consideraban de izquierdas. Ellos me recriminaban que yo, por tener dinero, no tenía que preocuparme por el sustento, y era verdad". Para legitimarse, escribía a todas horas. "Yo quería ser un escritor socialmente comprometido pero también ser creativo. A finales de los setenta aprendí que se podía ser ambas cosas gracias a los escritores latinoamericanos", reconoce Pamuk.



"Si vas a ser escritor, sé uno famoso internacionalmente", le decía a Pamuk su padre. Este había peregrinado a París en los 60. Ya estaba casado y tenía dos hijos, pero los abandonó temporalmente para seguir la senda del existencialismo. También él había intentado ser escritor, pero no tuvo ningún éxito. Le recomendó a su hijo que se marchara a París pero Pamuk no quiso repetir sus pasos. "Yo no necesitaba ir a París. Gracias al éxito que tuvo Yasar Kemal me di cuenta de que yo también podía ser escritor viviendo en Turquía. Encontré cierta poesía chejoviana en el hecho de ser provinciano, de vivir siempre en la misma ciudad".



Después Vargas Llosa siguió recordando sus primeros pasos como escritor profesional. En aquella época, las editoriales españolas no estaban acostumbradas a los americanismos, así que el corrector de Seix Barral castellanizó por completo el original de La ciudad y los perros, obra emblemática del boom latinoamericano. "No entendí mi propia novela cuando leí las pruebas. Convirtieron una novela realista en una novela surrealista, disparatada". El escritor recuerda especialmente una frase: "¡Qué tal raza!", que significa "¡Qué barbaridad!". El corrector la sustituyó por "¿Qué tal, raza?". Y así todo. Vargas Llosa se agarró "tal colerón" que tomó un tren a Barcelona. "Carlos Barral me apaciguó y me dijo que revisarían por completo el libro y que respetarían todos los peruanismos". Aquello, que no le volvió a pasar, lo achaca Vargas Llosa al aislamiento cultural que sufrió España hasta finales de los cincuenta y que, entre otras cosas, provocaba "una visión de América Latina marcada por el desconocimiento" o que "en la universidad de Lima se supiera más de los debates entre Camus y Sartre que en las de España".



Aunque para Pamuk los cuatro autores más grandes son Tolstoi, Dostoievski, Proust y Mann, sus tres mayores influencias han sido Borges, Faulkner e Italo Calvino: "Gracias a ellos aprendí a abordar la tradición de manera creativa". Con 'tradición' se refiere a la literatura sufí otomana clásica, y con 'manera creativa', a "manejar todo ese material antiguo de un modo secular, más centrado en el hombre y desde una esquina, prescindiendo del narrador omnisciente".



Para Vargas Llosa, la influencia decisiva fue la de Flaubert. "Yo tenía las dudas normales de los escritores adolescentes. No sabía qué contar ni cómo hacerlo. Entonces leí Madame Bovary, a finales de 1959. Pasé una noche entera leyendo esta historia tan perfecta. Entendí que realismo no significaba chabacanería ni dejadez. Flaubert es inventivo en lo formal, la novela tiene una construcción sumamente compleja, respeta los puntos de vista y su lenguaje es perfecto, transparente. Yo no sería lo que soy sin Flaubert".



Después de aquella epifanía, Vargas Llosa leyó toda la obra del escritor francés, y lo que más le ayudó para combatir la inseguridad fue su correspondencia, donde también el autor de Salambó se revelaba inseguro con su trabajo hasta rozar la paranoia. "Flaubert de joven era un mal escritor. Imitaba a los autores de moda, pero tenía la voluntad de escribir grandes libros. No tenía genio pero se dedicó a la escritura como un monje, como un galeote de la pluma", hasta el punto de verse solo una vez al mes con su amante, con el fin de poder dedicarse casi en exclusiva a escribir, explica Vargas Llosa.



El Nobel peruano-español le preguntó al turco si su visión de su país es tan pesimista como la que destila en el protagonista de Nieve, una novela "aparentemente política que a medida que avanza se convierte en religiosa", según Vargas Llosa. Pamuk respondió que, efectivamente, es pesimista ante el avance que ha experimentado el islamismo político en Turquía en los últimos años y ha alabado los valores europeos de la democracia, los derechos humanos, la igualdad de la mujer y la libertad de expresión, aunque está muy disgustado con la Unión Europea por su actitud ante la crisis humanitaria de los refugiados sirios. "Entre 2004 y 2009 participé en la campaña de promoción para que Turquía entrara en la Unión Europea. El proceso falló y ahora lo que veo me parte el corazón, creía que Europa tenía grandes líderes. Desde hace 200 años Europa se ha construido sobre las bases de la libertad, la igualdad y la fraternidad, pero ahora está construyendo muros contra la fraternidad". Pamuk consideró lamentable que los líderes europeos -incluyendo a Merkel, que es la dirigente europea a la que más respeta- no critiquen el gobierno fundamentalista turco, que ha encarcelado a varios de sus amigos por motivos políticos, porque quieren que les haga el trabajo sucio, que construya un muro frente a la inmigración.



Dice el abogado y dramaturgo Antonio Garrigues Walker que "si eres liberal debes serlo en todo". Vargas Llosa, que se precia de serlo, lamentó ayer la resurrección de viejos prejuicios acerca de la inmigración y destacó la necesidad de inmigrantes que tiene la envejecida Europa para mantener el nivel de vida que ha conseguido. "Las fronteras deberían ir disolviéndose y Europa tiene que abrirse a la inmigración sin complejos. Los inmigrantes le hacen un homenaje a la civilización occidental al venir. Nos están diciendo: así es como queremos vivir".