La novela recorre los suburbios y los distritos de Nueva York

Traducción de Cruz Rodríguez Juiz. Random House. Barcelona, 2016. 964 páginas, 24'90€, Ebook: 12'34€

Ciudad en llamas, de Risk Hallberg, es una primera novela extensa y deslumbrante y una sorprendente máquina de realidad virtual que nos traslada como un rayo a la Nueva York de la década de 1970, esa época grumosa y cubierta de pintadas en la que la ciudad se tambaleaba al borde de la quiebra, el Bronx ardía, Central Park era un sórdido coto de caza para atracadores y el Hijo de Sam merodeaba por las calles. En la parte baja de Manhattan nacía el punk rock, y los artistas muertos de hambre todavía podían alquilar buhardillas en la Midtown. El vinilo era el sistema favorito para proveerse de música, los escritores seguían escribiendo con máquinas de escribir, los investigadores dependían de los microfilms y ningún conocido de nadie tenía teléfono móvil.



Aunque Hallberg solo tiene 36 años, ha logrado evocar todo esto -además de la cacofónica banda sonora de esos años- con paso decidido, estilo y sentimiento. El autor capta la peligrosa fascinación que ejercía la ciudad en los artistas, los soñadores y los chavales deseosos de escapar de los tópicos de los suburbios, y también cómo se siente un joven en Nueva York, propulsado por el vertiginoso torrente de adrenalina.



Los fantasmas de Nueva York a los que antes rindieron homenaje otros autores -Scott Fitzgerald, J. D. Salinger, Richard Price- planean sobre Ciudad en llamas. Al mismo tiempo, a muchos lectores la ambición de la novela y el ardor dickensiano de la narración les recordarán a El jilguero, la deslumbrante novela de Donna Tartt de 2013, mientras que, a otros, su prosa inyectada de combustible y la ágil acumulación de enredos en la trama les harán pensar en el clásico retrato de Gotham en Dinero, de Martin Amis. Pero esta novela es insolente e inconfundiblemente obra de Hallberg; es una epopeya sinfónica centrada en el asesinato a tiros de una adolescente de los suburbios en Central Park la noche de Fin de Año, que alcanza un estruendoso crescendo durante el apagón del 13 de julio de 1977. El libro, con sus vueltas atrás y sus saltos adelante alumbra la trayectoria futura tanto de la ciudad como de los personajes de la novela durante la crisis del sida, los atentados del 11-S y la amenaza de la crisis financiera de 2008, que presenta como lejanas nubes de tormenta en el horizonte.



Para el autor, la década de 1970 fue una especie de punto de inflexión para Nueva York, cuando su destino parecía tan sombrío como el de Detroit décadas después, y antes de que una burbuja de riqueza cubriese gran parte de la ciudad. También sus jóvenes personajes viven momentos de cambio en sus vidas. Algunos luchan por salir de debajo del paraguas de las expectativas paternas y equilibrar la ecuación entre sus sueños de éxito artístico y la paralizante realidad cotidiana de ser pobre e ignorado. Otros, intentan abrirse paso a través del laberinto del matrimonio y la nueva realidad de ser padres ellos mismos. En Ciudad en llamas, lo público y lo privado, lo político y lo personal están íntimamente conectados, entretejidos por Hallberg de tal modo que los conflictos internos de los personajes tienen su eco en el tumulto de las calles, y sus dudas reflejan unas sospechas colectivas mayores de que el centro no aguantará, de que las cosas realmente se están derrumbando.



Aunque Samantha Cicciaro, la adolescente dada por muerta en Central Park, es la piedra angular de la trama, no es sino uno de los actores de un reparto coral que no deja de aumentar. Leemos que Sam y su amigo Charlie Weisbarger habían estado deambulando por la parte baja de la ciudad con un grupo de punks y anarquistas. Sam también ha tenido una relación con un agente de Wall Street llamado Keith Lamplighter, exmarido de Regan, heredera de la gran fortuna Hamilton-Sweeney y hermana mal avenida de William Hamilton-Sweeney III, un músico y pintor emocionalmente retraído que, a su vez, fue novio de Mercer, un aspirante a novelista que, como muchos héroes de novelas de aprendizaje antes que él, dejó su ciudad para trasladarse a Nueva York e intentar escribir la Gran Novela Americana.



Al igual que Mercer, Hallberg cree en la "vieja idea" de que la novela debería "enseñarnos algo. Enseñárnoslo todo". Y quiere que su propia obra magna sea "tan grande como la vida", que abarque la ciudad en todas sus gradaciones y complejidades, así como los anhelos y los agravios de nuestras propias familias transmitidos de generación en generación. Pero, a veces, es demasiado grande. En ocasiones, Ciudad en llamas puede resultar excesivamente adobada en investigación, y el lector no puede evitar la sensación de que algunos retoques cosméticos con buen sentido podrían haber hecho desaparecer las partes tediosas que flotan alrededor del tercer cuarto del libro.



No obstante, estos defectos quedan fácilmente allanados por la velocidad del relato de Hallberg y la seguridad con que este recurre a su caja de herramientas de narrador, que es de tamaño extragrande y contiene su amor por el lenguaje y las cabriolas que sabe hacer con él, un íntimo conocimiento de las vidas interiores de sus personajes tan certero como el del joven Salinger, y un talento instintivo para tejer el suspense no solo a partir del entrecruzamiento de las líneas argumentales y de unas fortuitas coincidencias dickensianas, sino también de los secretos enterrados en los pasados de sus protagonistas.



Asimismo, posee el ojo de un periodista para esos detalles reveladores capaces de detonar los recuerdos del lector como pequeñas granadas proustianas: naipes cogidos con pinzas a los radios de la bicicleta y "el rastro sulfuroso de las bengalas" en la noche de verano de un suburbio; los pases amarillentos para el telesilla sujetos con un clip a la cremallera de los anoraks; los cortes de helado de chocolate, fresa y vainilla que se comían y saboreaban cuidadosamente, color a color.



Ciudad en llamas recorre los suburbios y los distritos de NuevaYork con el mismo atrevimiento con que salta de los áticos resplandecientes a las miserables casas de okupas, de las fiestas de gala de los barrios altos a los mugrientos clubs del centro, de los despachos de las altas finanzas a los antros anónimos. Usa el zoom para penetrar en las mentes de sus protagonistas y ofrecernos unos informes forenses emocionales íntimos y personales y, acto seguido, alejarse y brindarnos unas angelicales vistas panorámicas de la ciudad. A pesar de estar abarrotada, es una novela de una ambición pasmosa y una fuerza que quita el aliento; una novela que da fe del talento ilimitado e infatigable de su autor.



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