Juan Marsé. Foto: Jordi Soteras
En 1973 Juan Marsé publicó Si te dicen que caí, novela preñada de aventis, pequeñas mentiras o distorsiones de la realidad, que fabulaba sobre las causas del asesinato, en 1949, de la prostituta Carmen Broto, de posible vinculación con el régimen franquista. Un tiempo después recibió la visita de su asesino, Jesús Navarro. Ahora, publica Esa puta tan distinguida (Lumen), una novela que tiene como motor aquella visita, y que reflexiona sobre las trampas que tienden los recuerdos.
En uno de los extremos de la abarrotada librería en la que Juan Marsé (Barcelona, 1933) atesora cientos de ediciones distintas de sus novelas, hay una barca de vela marinera. Es una maqueta de una barca de vela marinera, en madera y tela, debidamente pintada de azul y rojo y blanco, y está rota. La vela cayó hace mucho tiempo, pero aún cuelga de ella, como si temiera desprenderse, como si no quisiera irse a ningún sitio. “Me la regaló Barral. La tenía en su casa de Calafell. La vela se rompió. No he sabido cómo arreglarla en todo este tiempo”, dice el escritor.
Hay otras barcas, aquí y allá. Hay barcas en el pasillo, de camino al despacho, y luego las hay en las estanterías. No demasiadas, pero sí las suficientes como para parecer una pequeña obsesión del anfitrión. También hay, junto a una colección de ediciones de Si te dicen que caí, en una de las estanterías de esa misma librería, la maqueta de una motocicleta como la que podría haber robado el Pijoaparte si en vez de un personaje de ficción fuese un tipo de carne y hueso que prefiriese las maquetas de motocicletas a las motocicletas de verdad. También hay fotografías, fotografías de sus nietos, de sus hijos, de su mujer, suyas, de otra época, la época en la que Barral se calaba su gorra de marinero, y Marsé, y Jaime Gil de Biedma y Josep Maria Castellet, y todos los demás, se reunían en casa del editor y poeta, en aquel entonces literario (porque los tenía a todos ellos) Calafell.
“¿Que si los echo de menos? Claro que los echo de menos”, dice, y añade que sin ellos, nada hubiera sido igual. “Llevo años preguntándome por qué escogí Seix Barral. Quiero decir, cuando me presenté al Biblioteca Breve, podría haberme presentado al Nadal. O al Planeta. Que tenían mucho más nombre. Pero me decidí por Seix Barral, y aquello cambió mi vida. Si me hubiera presentado al Nadal, y hubiera acabado en Destino, mi vida habría sido muy distinta. Supongo que debía intuir algo”, trata de explicarse. Está sentado a la mesa de su despacho, una mesa enorme presidida por un montón de bolígrafos (lapiceros, amontonados en una bandeja, por todas partes), una edición de Moby Dick ilustrada por Rockwell Kent, y otros libros, muchos, también amontonados. Sobre una de las pilas, Colegiala, de Osamu Dazai. Marsé -entusiasta, dice, de la literatura del siglo XIX (de Dickens, de Flaubert, de Balzac)-, hubiera preferido nacer en otra época, en otro país, con ojos azules y un hoyuelo en la barbilla. O eso dice el narrador de su última novela, Esa puta tan distinguida (Lumen), la historia de un escritor al que le encargan el guión de una película basada en la famosa muerte de una prostituta, a manos de quien al parecer fue su amante, en la cabina de proyección del barcelonés (y desaparecido) cine Delicias.
El año en que eso ocurrió es 1949. El día, el 11 de enero. El año que el escritor rememora para dar forma a ese guión que debe basarse puramente en los hechos, que debe ofrecer, según el director, “la realidad desnuda” de tan espantoso crimen, es 1982. Cualquier parecido con el asesinato, el 11 de enero de 1949, de Carmen Broto, una prostituta que podría haber sido confidente de la policía, y que está en el epicentro de su quinta novela, Si te dicen que caí, no es pura coincidencia. “Veamos”, concede Juan Marsé. “Toda historia tiene un principio. Una primera intuición. Algo que la motiva. El origen de esta novela está en una visita. La que recibí, hace unos años, cuando aún vivía en el barrio de La Salud, muy cerca de donde se cometió el crimen”, dice. Una visita que es la misma visita que recibe el narrador de esta historia: la visita del asesino. “Jesús Navarro, el asesino de Carmen Broto, vino a verme. Llevaba una gabardina, y unas gafas oscuras. Era todo un personaje. Vino a verme y yo lo atendí”, recuerda.
Pregunta.- ¿Qué quería de usted?
Respuesta.- Quería hablar conmigo sobre Si te dicen que caí. Había leído la novela y quería decirme que había una serie de cosas que no se correspondían con la realidad. Yo le expliqué que en ningún caso me había propuesto hacer una crónica real, periodística, del crimen, que yo había escrito una novela, que sí, que estaba basada en esos hechos, pero que los supeditaba a la imaginación y que por lo tanto no tenían que ser exactos. Se mostró sorprendido y me dijo que de todas formas era un poco contradictorio, porque, dijo: “Usted menciona mi nombre, y otros nombres, que son reales, tal”. Y yo le dije que tenía razón, que incluso podría haberme denunciado si hubiese querido.
P.- ¿Le habló del crimen?
R.- Sí, intentó justificarlo. Me dijo que había sido una conspiración, en la que estaba involucrado su padre, que en aquella época pertenecía a un grupo antifranquista clandestino. Habían descubierto que aquella señora era confidente de la policía y, por lo tanto, un peligro, y tenían que matarla. No me lo creí.
P.- ¿Qué quería de usted?
R.- Quería que le ayudara a publicar su historia. Me dijo que había escrito seis o siete libretas explicándolo todo y que había pensado que tal vez alguien querría publicarlas. “Como usted tiene relación con la editorial Planeta, he pensado que quizá...”, me dijo. “Mire, déjeme verlo a mí primero y si creo que es interesante, se lo haré llegar a quien considere oportuno”, le dije. Lo leí y era absolutamente impublicable.
P.- ¿Demasiado horrible? ¿O estaba muy mal escrito?
R.- No, no estaba tan mal escrito, tenía un estilo directo, podría haber funcionado. Pero no tenía consistencia. No había una coherencia interna. Se lo dije. Se quedó decepcionado. Pero nos hicimos amigos. Pensando en él fue como nació esta novela. Pero desde el primer momento me dije que tenía que ser algo distinto, porque no quería repetirme. Después de todo, ya había escrito una novela sobre el asesinato de Carmen Broto.
P.- ¿Fue entonces cuándo se le ocurrió el asunto de la adaptación cinematográfica?
R.- No quiero que esto parezca un ajuste de cuentas. Porque no lo es. Es verdad que hay parte de mi experiencia con los ‘peliculeros', los cineastas, pero la intención no era la de hablar del mundo del cine sino la de utilizarlo para reflexionar sobre la adulteración de los hechos.
P.- Desde el principio, en el cuestionario que el narrador, a todas luces su alter ego, responde, queda claro que “esa puta tan distinguida” es la memoria y que aquello que se tiene entre manos es una novela sobre, textualmente, “las trampas que nos tiende”.
R.- Exacto. La memoria puede falsearse. Y de eso trata la historia. En este país, además, la discusión sobre la memoria es un hecho constante. Se habla de la memoria histórica, de la memoria colectiva. En relación con el poder, la memoria es un incordio, siempre. Los gobernantes, los responsables políticos, preferirían que determinadas cosas no se recordaran. Y aún se discute sobre si es conveniente o no recordar determinadas cosas. La puta es la memoria, sí. En manos de depende quién, está claro.
P.- ¿Con el fin de subrayar ese hecho ambienta la novela en 1982, en plena Transición?
R.- Claro, la elección de 1982 no es casual. Detrás de todo está la Transición política, el asunto de la memoria y la desmemoria. Al inicio de la Transición, los franquistas que quedaban estaban muy interesados en manipular el olvido. “Esto, hasta aquí, lo podemos recordar, pero a partir de aquí, no”, se decían. Hubo un pacto durante la Transición, entre los partidos de izquierdas y los de derechas, sobre hasta dónde debía recordarse. Y esa conveniencia es lo que representa en mi novela el asesino. El asesino pasa por una terapia muy agresiva, tanto que le ha hecho olvidar por qué mató a la chica. Ha olvidado porque otros quieren que olvide.
P.- Es curioso, hay un asesino pero no hay un detective, sólo una conversación en torno a una obra de ficción en marcha: el guión de la película.
R.- No es una investigación, en ningún momento intenté hacer una novela negra. Están muy de moda ahora, pero a mí me revientan bastante.
P.- Hay en la novela, en ese cuestionario al que el propio narrador se somete en las tres primeras páginas, un buen montón de máximas, y guiños, como cuando se ríe del hecho de que la novela negra se tenga hoy por la novela “que mejor indaga en los conflictos sociales”.
R.- Sí, hay muchas declaraciones de principios enmascaradas en esta novela. Y esa es una de ellas. No soporto que se diga eso de la novela negra.
P.- Entonces, no milita usted bajo ninguna bandera y suscribe las palabras de Flaubert de que todas están llenas de sangre y de mierda y que ya va siendo hora de acabar con ellas.
R.- Sí, es la segunda vez que utilizo esa cita en uno de mis libros y la suscribo totalmente.
P.- Y le añade otra, de Felisa, la asistenta del narrador, que es casi como una voz de la conciencia: “No me interesan los patriotas, llevan la bandera en una mano y con la otra van vaciando los bolsillos de la gente”.
R.- Sí, y aquella otra de: “La verdadera patria de un escritor no es la lengua, es el lenguaje”. Esa en concreto va dirigida a los nacionalistas. Los nacionalistas confunden lengua, patria y cultura. Durante mucho tiempo se me preguntaba por qué, siendo yo catalanoparlante, escribía en castellano. Y si lo hacía era porque lo que había nutrido mi imaginación, todos aquellos tebeos y las películas, era en castellano. Yo había construido mi mundo de fantasía en castellano. Por eso cuando empecé a escribir, ni me lo planteé. Era lo lógico. Hoy puede verse como una muestra de una anomalía histórica y política.
P.- Respecto al personaje de Felisa, ¿qué representa?
R.- Felisa actúa como contrapunto. Añade el humor, siempre tan importante en una novela. Tenía un modelo muy claro en la cabeza mientras escribía. La imaginaba como Thelma Ritter, la asistenta de Bette Davis en Eva al desnudo. Es mi particular homenaje a esa actriz secundaria para mí tan importante. Pero, volviendo a la cita, Felisa se dedica a lanzarle adivinanzas al narrador, en forma de líneas de diálogo de películas. Esa, por ejemplo, es de mi película favorita de Hitchcock: Encadenados. La que protagonizan Ingrid Bergman y Cary Grant.
P.- Inevitablemente, vuelve usted una y otra vez al cine.
R.- Lo sé. El cine ha estado ahí desde el principio, incluso antes que la literatura. Dejé el colegio a los trece, y lo dejé encantado, que conste, no hacíamos más que perder el tiempo con aquel solterón excéntrico que teníamos como director. El caso es que mi formación, si tengo alguna, le debe tanto al cine como a la literatura.
P.- ¿Opina usted, como Mendoza, que tanto da si la gente no lee, porque la mayoría de libros hoy son una birria?
R.- Conozco bien a Eduardo y lo que pasa es que se pone tan serio cuando dice estas cosas que todo el mundo le cree. Pero, en fin, supongo que la mayoría de lo que se publica es discutible, pero eso ya pasaba el siglo pasado y el anterior y pasará el siglo que viene. La literatura es cuestión de gustos. Y si lo que predomina es el mal gusto, se continuarán publicando novelas mediocres desde el punto de vista literario. No vamos a poder impedirlo.