Garth Risk Hallberg. Foto: Marta Calvo
Eduardo Lago ha contado los detalles: Garth Risk Hallbert (Baton Rouge, Louisiana), crítico y bloguero, coincidió con el agente Chris Parris-Lamb en un cóctel en Nueva York. Risk Hallberg le contó a Parris-Lamb que acababa de poner el punto final a una novela de más de 1.000 páginas. Y este le pidió que se la enviara. Pocas semanas después, diez de las doce editoriales más importantes del país querían publicarla. Mostraban además un "interés fuera de lo normal". Ganó Knopf, que pagó dos millones de dólares de adelanto, algo inaudito para una primera novela. La acogida de los medios ha sido igualmente entusiasta, y el libro fue elegido entre lo mejor de 2015 por los críticos de The New York Times y The Washington Post.Risk Hallberg está en España para presentar Ciudad en llamas (Random House), que él define como "un gran fresco" del Nueva York de los 70. Una ciudad en la que se dieron a la vez, en un cóctel perfectamente inflamable, la peor crisis económica desde la Gran Depresión, un ascenso incontrolado de las bandas de traficantes y unos desquiciados aires de libertad. La novela arranca con un tiroteo en Central Park. Por allí pasa Mercer, un profesor afroamericano que sueña con escribir la Gran Novela Americana, y su novio William, un exniño bien que ha caído en las drogas.
Ciudad en llamas es resultado de la obstinación de su autor, que ha tardado casi diez años en escribirla. Ahora dice que siempre supo que sería impublicable. La idea se le ocurrió a los 24 años. Después pasó cuatro años sin escribir. "Sufrí mucho, me invadieron muchos temores físico y psicológicos". ¿Qué tipo de temores? "Bueno, pensaba: tengo 24 años, y este libro me quiere absorber la vida. Ni siquiera sé si tengo las herramientas necesarias para sacarlo adelante. Aunque cuando me vi inmerso en la novela, esta inseguridad pasó a convertirse en un don, en una libertad total para seguir al libro allí donde me quisiera llevar. De pronto vi que no tenía la necesidad de sacar la cabeza del agua para coger aire".
Pregunta.- ¿Cuándo se dio cuenta de que llegaría tan lejos con este libro?
Respuesta.- Sabía que sería un fresco de Nueva York. Y que este fresco estaría compuesto por la vida de unos cuantos personajes. Seguro que hay una forma mucho más rápida de describir una ciudad, pero yo entendí que podría hablar de mi mundo, de hoy, a través de la historia de un mundo ya desaparecido. No tenía prisa porque pensé que nadie me la publicaría.
P.- Ahora que sabe que la siguiente se la publicarán seguro, ¿cree que escribirá con menos libertad?
R.- Richard Flanagan dice que si un proyecto no le parece imposible, no le atrae. A mí me pasa igual. Esta ambición creo que está relacionada con la libertad creativa. A mí es lo que impulsa a seguir escribiendo. Ahora estoy escribiendo ya algo y me obsesiona encontrar esa libertad que tuve cuando escribía Ciudad en llamas. Eso implica, creo, olvidarse de si la novela va a ser o no publicada.
P.- Se crio lejos de Nueva York. ¿Ha afectado esto a su reconstrucción literaria de la ciudad?
R.- En Nueva York, igual que en otras ciudades como París, hay una energía especial gracias a toda la gente que está allí de paso, o que simplemente llega para quedarse. Son esas personas las que de verdad pueden ver la magia de Nueva York con más claridad que un neoyorquino. Por eso algunos de mis personajes, como yo, vienen de fuera. Son personajes que llenan la ciudad de sueños y posibilidades. Yo me crie muy lejos de Nueva York y cuando llegué traía también todos esos sueños y posibilidades.
P.- ¿Son la libertad y la delincuencia los dos rasgos más significativos de aquel Nueva York de los setenta?
R.- Sí, y esa dualidad está en el corazón del libro. Es algo que yo sabía de Nueva York antes de llegar a la ciudad. El personaje de Mercer, a quien yo presto muchas cosas mías, se da cuenta de que existe esa dualidad. Y ve que es algo superficial, que está en la piel de la ciudad. Yo siempre me imaginé Nueva York como un lugar en el que las tensiones, que son como las que hay en todas partes, están a la vista, en la superficie. En donde yo me crie estas tensiones están pero nadie habla de ellas. De ahí viene toda esa literatura sureña de secretos que salen a la luz, o de traiciones familiares soterradas.
P.- En el libro encara el tema de la Gran Novela Americana desde la parodia... ¿es ya el único camino posible de acercarse a esa ballena blanca?
R.- Yo lo hice de ese modo, sí. Quería aplicar una técnica que aprendí de Bolaño. Llegado determinado punto de la novela, la novela empieza a hablar de sí misma. Es como poner espejos a lo largo de la novela para crear otra dimensión. Tiene que ver con lo que me pregunta sobre la Gran Novela Americana: al hablar de eso en la novela, me someto a una especie de terapia. Es decir, hablo de crear algo imposible (la Gran Novela Americana) mientras yo mismo estoy escribiendo una novela imposible.
P.- ¿Es consustancial esa presión -o esa ambición- a la literatura norteamericana?
R.- He pensado en esto, y se me ocurre una explicación. Creo que es algo que tiene que ver con el idioma. El idioma inglés posee un collage de cualidades. El inglés está lleno de otros tantos idiomas: el lenguaje de la calle, el lenguaje de las páginas salmón de los periódicos, el yiddish, el español de los inmigrantes del sur, el alemán de la filosofía, el francés de cierta literatura. Es algo tan amplio que no lo puedes abarcar. Creo que todos los escritores norteamericanos, de Philip Roth a Don DeLillo, han sentido esto alguna vez.
P.- Se le ha comparado con Dickens. ¿Se siente cómodo en esa compañía?
R.- Bueno, esto de las influencias es divertido. Es como si trajéramos a los muertos sin su permiso; seguro que muchos de los referentes que dicen que tengo se están ahora revolviendo en sus tumbas. Yo pienso mucho en el Quijote, que es un libro que influyó muchísimo, entre otros, a Dickens. También en Beckett. O en Javier Marías. Lo que sí siento es atracción por un tipo de novelas, más que grandes, de gran alcance.
P.- ¿Y las grandes novelas del XIX? ¿No las tenía en mente?
R.- Sí. Es curioso porque llegué a ellas tarde. Mis padres eran profesores de inglés y les encantaba toda la literatura del siglo XIX. Pero a mí de adolescente no me parecía cool. Yo leía poesía. Obsesivamente. Quise ser poeta, pero fracasé. Leí a Kerouac y toda la generación beat. Y luego fui hacia atrás y a la vez me iba convirtiendo en un lector serio. Descubrí a los modernistas en la Universidad, que me volvieron loco. Me dije: esto es para mí. A Virginia Woolf, a Henry James. Y luego fui a leer aquellos contra los que los modernistas reaccionaron: Dickens, George Eliot, Dostoievski.