¿Recae sólo en el editor la responsabilidad de elegir lo que publica? ¿En quién delega para valorar los cientos de originales que llegan a su buzón? ¿Quién le ayuda a formar su catálogo? El Cultural habla con algunos lectores editoriales... que además son conocidos escritores. Y también con quienes recurren a ellos en busca de una opinión acreditada, ‘de autor', sobre los manuscritos. Gonzalo Torné, Javier Calvo, Mercedes Cebrián, Elvira Navarro, Jenn Díaz, Jordi Amat, Lara Moreno, Pilar Adón, Eduardo Halfon y Ramón Buenaventura nos cuentan por qué ellos sí leen -o han leído- para distintos sellos.
Se puede dar el caso de que un escritor novel, un tierno primerizo, envíe el manuscrito de su primera novela a una editorial, y que el encargado de enjuiciarla sea su escritor favorito. Puede incluso que a ese escritor la novela le guste, que note en ella -quizás- algún eco de su propia obra, que le pase un informe aprobatorio al editor y que este acceda a publicarla.
Y en tal caso lo más probable es que el debutante no sepa jamás quién fue el primer responsable de su triunfo; o más bien lo sabrá, pero su noción será inexacta: estará tan solo agradecido, y en parte muy justamente, al editor que un día le llamó para darle la buena noticia.
Si Javier Calvo ha definido al traductor como el "fantasma en el libro", algo parecido se podría decir de la figura del lector profesional, esa especie de fantasma en el organigrama de las editoriales. No da la cara, ni para lo bueno ni para lo malo, y de él no se sabe mucho más de lo que leemos en las memorias de los editores (en las de Carlos Barral, por ejemplo, en donde el célebre editor, poeta y memorialista da generosas noticias del funcionamiento interno de aquella primera Seix Barral, y de sus comités de lectura, en los que participaban, entre otros autores, Félix de Azúa y Ferrater).
Ahora bien. ¿Sigue siendo habitual que los escritores lean profesionalmente para las editoriales? ¿Ha hecho la crisis que sea este un fenómeno más frecuente hoy que hace diez años? ¿Quiénes leen para las editoriales y por qué?
En estos casos de fronteras porosas la presencia del fantasma se vuelve un poco más borrosa. Hasta tres sellos -dos de ellos pertenecientes a grandes grupos- han preferido no dar a El Cultural los nombres de los escritores que los asesoran, o que trabajan con ellos, y algún que otro escritor/lector ha preferido no airear sus colaboraciones. "Recurrimos a escritores de forma excepcional... y confidencial, para no herir sensibilidades", fue la respuesta de una de estas editoriales. "Lo siento, pero en este tema no te podemos ayudar", respondió otra.
Escritores y editores tienen relación. Hoy nadie hace ascos a nada y eso incluye los informes de lectura" Javier Calvo
La realidad es que muchos escritores leen para editoriales, si bien suele ser una práctica más habitual en los inicios. "Casi doy por sentado que todos los escritores que me rodean tienen alguna relación estrecha con editores, particularmente editores independientes, que puede ir desde la redacción formal de informes retribuidos hasta el simple asesoramiento informal o intercambio de ideas", explica por correo electrónico el traductor y novelista Javier Calvo, que cuenta con una larga trayectoria en esas zonas de sombra de las editoriales.
La industria detrás del libro
Calvo fue durante años el lector de referencia de Claudio López Lamadrid, actual director de Penguin Random House. Lo sustituyó en el ‘cargo' Rodrigo Fresán -que no ha querido participar en el reportaje-, y a éste Gonzalo Torné, cuyo criterio es hoy determinante para el editor barcelonés. Algo distingue a los tres novelistas: mientras Calvo y Fresán dejaron hace años de leer sistemáticamente para editoriales -Calvo lo dejó en cuanto publicó su primer libro, aunque sigue asesorando puntualmente a sellos como Alpha Decay-, Torné, que a día de hoy "ya no lo necesitaría", sigue leyendo casi por gusto: "Me divierte, me recuerda que detrás de la literatura hay una industria y me permite relacionarme con gente inteligente", dice. Torné comenzó a leer para editoriales cuando terminó la universidad. Con 25 años leía tres o cuatro libros a la semana y conseguía, recuerda, "un sueldo mejor que el de un oficinista, y tenía mucha más libertad". Desde entonces no ha parado.
Contra la retórica del artista doliente obligado a desempeñar oficios menestrales, Torné considera decisiva en su formación como escritor la lectura de manuscritos defectuosos: "Por un lado me permitió desembarazarme de la prosa académica que supone un lastre (a menudo inadvertido) para cualquier novelista. Y me ha provisto de todo un catálogo de cosas que me impongo evitar a toda costa. La lectura de libros malos quizá sea perjudicial para preservar un espíritu sofisticado, como quería Auden, pero es un ejercicio que recomiendo a cualquier novelista en ciernes".
Ni al peor de sus enemigos
No todos los escritores/lectores opinan igual que el autor de Divorcio en el aire. Jenn Díaz, que fue lectora de Lumen y ahora lo es de Destino, en donde ha desembarcado también como autora, dice que lo hace solo porque no le queda más remedio. Lo hace "por dinero", aunque "pagan mal", explica, y es "un trabajo invisible".
Elvira Navarro, que leyó mucho durante su etapa como editora en Caballo de Troya, en 2015, afirma directamente: "Es un trabajo que no le deseo ni al peor de mis enemigos. Está mal pagado y, por lo general, los libros que llegan a una editorial no son demasiado buenos. Te tiras horas leyendo algo que habrías descartado a la tercera página". Porque hay que leer hasta el final para hacer el informe, sin el cual, termina lacónicamente Díaz, no hay dinero.
Salvo en los contadísimos casos de los lectores de referencia de una editorial, que pueden llegar a cobrar 125 euros por libro leído, lo normal es que, independientemente del número de páginas, cada informe se pague a una media de 75 euros. Son cifras que varían si los libros no están escritos en español, pero que sirven para hacerse una idea cabal del estado de la cuestión: leyendo y elaborando informes sobre tres libros por semana, un lector no llegaría a los 1.000 euros de sueldo.
"Creo que el escritor hoy se ve obligado a hacer tareas editoriales por culpa de la decadencia de otras labores que tradicionalmente le habían dado de comer, sobre todo el periodismo, la enseñanza académica y las actividades periféricas a la escritura, como las charlas, conferencias, congresos", comenta Calvo. Y añade: "Por supuesto hoy en día nadie hace ascos a nada, y eso incluye los informes de lectura. Además se han desdibujado las fronteras: hay muchos editores que son escritores, escritores que son traductores, editores que traducen..."
Tanto Elvira Navarro como Gonzalo Torné, entrevistados por separado, califican la situación laboral de los lectores en España como "deplorable". Aunque Torné hace la salvedad de Anagrama, en donde las condiciones son algo mejores. Opinión distinta le quedó de la editorial de Herralde a Enrique Murillo, actual editor de Libros del Lince, escritor y lector durante ocho fructíferos años -en los ochenta- del prestigioso sello de Barcelona. Antes de irse a un trabajo que le permitiera vivir más dignamente (alguna vez ha contado que Herralde no le quiso hacer un contrato laboral), pasaron por sus manos los primeros manuscritos de escritores como Ignacio Martínez de Pisón, Álvaro Pombo o Rafael Chirbes. "La verdad es que era precioso", recuerda. El idilio profesional de Murillo y Herralde comenzó con la lectura muy positiva que hizo aquel de La conjura de los necios (1980), y que a ojos del editor lo convirtió en garantía de buen juicio.
Casos espectaculares
Todo lector recuerda bien aquel libro que leyó con la convicción de estar ante algo valioso, literaria o comercialmente. El caso más espectacular que recuerda Gonzalo Torné es el de Los hombres que no amaban a las mujeres, de Stieg Larsson, que llegó a su buzón por encargo de Silvia Sesé, entonces en Destino. A la sucesora de Herralde, no obstante, le reconoce Torné todo el mérito de la publicación de aquel libro que terminaría convirtiéndose en un verdadero fenómeno editorial.
Cuando he leído para editoriales, sabía que debía dejar de lado mis gustos y mi poética literaria " Mercedes Cebrián
Jordi Amat, que ha sido lector de ensayo en RBA y que hoy colabora con Luis Solano, editor de Libros del Asteroide, tiene un peso muy específico en ciertas recuperaciones literarias que le debemos a esta editorial independiente: Chaves Nogales (El maestro Juan Martínez que estaba allí, que descubrió mientras estudiaba la biografía en España), Josep Pla (Vida de Manolo) o Gaziel (De París a Monastir).
Jenn Díaz recuerda con especial agrado el descubrimiento de Lara Moreno (Por si se va la luz), que se publicó en Lumen. La misma Lara Moreno es hoy un caso más de escritora/lectora; de hecho fue con la lectura de manuscritos como se introdujo, hace más de diez años, en el entramado editorial. Hoy encuentra ese tipo de trabajos editoriales muy adecuados a su vocación literaria: "Pese a la precariedad y la inestabilidad, el hecho de ser autónoma te da libertad de movimientos y de tiempos".
En cuanto pudo, Moreno cambió el trabajo de lectora por el de correctora de estilo, y esto sí que ha sido determinante, dice, en su crecimiento literario, si bien hubo un tiempo en que se sintió "coartada". "De pronto conocía la lengua mucho mejor, me fijaba en cosas que antes no me preocupaban. Pero pronto conseguí quitarme el vicio. En realidad, cuando has asumido lo técnico, se vuelve natural".
Los libros que llegan a las librerías por recomendación directa de escritores formarían una lista sin fin. Ana S. Pareja, de Alpha Decay, reconoce la influencia en su catálogo de escritores como el mismo Javier Calvo, que les recomendó a Ian Sinclair y Stewart Home; Mathias Enard, que hizo lo propio con Camille de Toledo; o Patricio Pron, que insistió en que editaran a la alemana Meredith Haaf. Y Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma, destaca el caso de la escritora chilena Isabel Mellado (El perro que comía silencio), a la que publicó después de que Ricardo Menéndez Salmón, Andrés Neuman, Hipólito G. Navarro y Eloy Tizón se la recomendaran insistemente.
Para algunos de estos lectores, la sensación de tener en sus manos, como un secreto, un libro irrepetible, compensa los cientos de libros malos leídos por obligación. La escritora Pilar Adón recuerda el caso de Penélope Fitzgerald o Iris Murdoch, cuyas obras ella sugirió a la editorial Impedimenta, de la que es socia.
El sello que dirige Enrique Redel es otro de los que tiene muy presente el criterio de los escritores, y con ellos trabajan autores -algunos de ellos también están en su catálogo- como Jon Bilbao, Mercedes Cebrián o Elena Medel, quienes, además de traducciones, "envían de vez en cuando informes o hacen alguna recomendación más informal".
Mercedes Cebrián fue lectora profesional durante años para Punto de Lectura y 451 Editores, labores que compaginó con las de traductora, correctora editorial, y con la escritura de su propia obra narrativa. "Mi impresión era, y sigue siendo, que es necesario tocar todos los palos del sector editorial y ver si en alguno de ellos encajas para, obviamente, poder ganar un sueldo extra. Además, entonces me parecía una labor formativa, similar a la de crítico literario, aunque tratando de funcionar con una mentalidad de editora", cuenta.
Cebrián, que, como tantos otros, dejó de leer profesionalmente en cuanto pudo, recuerda que al hacerlo se ponía "en modo lectora editorial". "Era consciente -dice- de que debía dejar de lado mis gustos literarios y poética momentáneamente, excepto en el epígrafe del informe dedicado a la valoración subjetiva".
Elvira Navarro cree, en cambio, que la abstracción es un imposible. "No creo que puedan ni deban separarse una y otra labor. La poética es un criterio, y creo que lo saludable y honesto es evidenciar el criterio. La literatura no es un campo neutro, sino un modo de entender lo literario, que siempre está en disputa".
¿Es el escritor un buen lector?
"Yo diría que ser escritor no sólo no es bueno, sino que es malo para ser lector profesional". Habla Eva Serrano, editora de Círculo de Tiza. Durante años Serrano leyó profesionalmente y todavía hoy imparte cursos a futuros lectores editoriales. De hecho, suyo es un socorrido decálogo del buen lector editorial, en el que se dice, entre otras cosas, que "el lector no debe mostrarse a sí mismo en sus informes", o que "un lector editorial no es un crítico literario. Sus informes van dirigidos a una sola persona concreta y son confidenciales".
La editora no ve posible que un escritor tenga "capacidad suficiente de abstracción de su propio estilo y de su propia visión del mundo" como para juzgar "asépticamente" un manuscrito. Además, añade, "el lector profesional lee mucha mala literatura, y esto envenena".
A un escritor le preguntas por la calidad literaria, no por sus posibilidades comerciales" L. Solano
Serrano no es la única que apunta a una interferencia insalvable entre las poéticas propias y la necesidad de ser ecuánime que exige la lectura profesional. Ramón Buenaventura, escritor, traductor y lector durante nueve años de Alfaguara, Taurus y Aguilar, también considera que "no es fácil desprenderse del canon propio". Y la mayoría de los editores consultados asegura que, al pedir asesoría o informes a un escritor, rara vez se solicita una opinión que no sea literaria o estética. "De la viabilidad comercial ya nos encargamos nosotros", resume Enrique Redel.
En el mismo sentido responde Luis Solano: "Cuando le pides opinión sobre un libro a un escritor le estás preguntando por su calidad literaria. Me parece muy difícil que además el escritor pueda evaluar las posibilidades comerciales, que es la tarea del editor; es otro oficio, por decirlo de alguna manera. Y claro que su visión literaria influirá en el juicio, pero lo importante es saber leer el informe teniendo en cuenta cuál es la visión del escritor y en qué puede coincidir o no con la del autor que le has pedido que lea". Así pues, termina Solano, la lectura del escritor será por fuerza "mucho menos imparcial que la de un lector profesional".
Los enfermos terminales
Amat recuerda que cuando RBA le encargaba un libro, buscaban de él "un cierto análisis del rigor argumental o histórico, pero siempre con modestia". Un caso paralelo al suyo -de escritor al que reclaman para asesorías concretas- es el del autor guatemalteco Eduardo Halfon, en quien algunos editores españoles, como el mismo Solano, buscan opinión sobre determinados libros de escritores hispanoaméricanos afines a él. Halfon rehúye cualquier tipo de "profesionalización" de la lectura: "Leo porque quiero y cómo quiero y al ritmo que quiero, y no porque sea un deber". Está en la línea de lo que dice Elvira Navarro, para quien la lectura sólo puede ser "libertad y placer". De asesoría, de mera opinión puntual, califica también Elena Ramírez, editora de Seix Barral, sus contactos con escritores en este terreno.
Por lo general, el lector profesional descarta el 99% de lo que le llega. Eva Serrano recuerda muy bien cada recomendación entusiasta que hizo, tan pocas han sido. En particular, se acuerda de la lectura de Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez. En el informe habló de "la belleza deslumbrante" de esa novela. Pero no es lo habitual. "Ser lector profesional es mucho más triste -concluye-, como un médico que solo atiende a enfermos terminales".