Los fantasmas de Rulfo, el simbolismo de Paz.
Por Julián Herbert
Hablaré solo de tres novelas suyas: José Trigo, Palinuro de México y Noticias del imperio. Fernando Del Paso no necesita otras credenciales para ser el mayor novelista mexicano de su período y uno de los mejores de la literatura en nuestra lengua.
Lo primero que leí de Fernando Del Paso fue un relato: "El estudiante y la reina", que apareció a finales de los 80 en la legendaria revista El cuento de Edmundo Valadés. Yo debo haber tenido unos 17 años y nadie me lo recomendó: El cuento era mi revista de cabecera. El texto me impresionó muchísimo y creo que su tono es un subproducto de los monólogos de Carlota. Poco después encontré Palinuro de México en una bodega de la Librería de Cristal y lo robé. Del Paso me produjo desde el principio una sensación de familiaridad y extrañeza: por una parte es un autor denso cuya prosa está llena de referencias y digresiones y frases largas y suntuosas; pero por otra, tiene un espléndido sentido del humor, puede ser muy rápido y elegante para crear situaciones y sus personajes son frescos desde la complejidad: están hechos de imágenes verbales, no de palabrería.
Su mayor aportación a la literatura hispanoamericana contemporánea es esa heterogeneidad de la que hablaba antes. En su obra transitan sin conflicto los fantasmas de Rulfo, el realismo moridor de Revueltas, el simbolismo de Paz, el neobarroco y la crónica, la novela histórica y el teatro del absurdo, el neopoliciaco y la novela río, el pop y la poesía. Es el gran maximalista del post-boom.
Su obra fue una influencia esencial para mí cuando estaba adquiriendo los rudimentos del oficio. Hay una escena de Noticias... en la que, en medio de una emboscada, un impresor mata a un soldado enemigo aplastándole la cabeza con una caja de tipos móviles de plomo. El pasaje se titula -obviamente- "El peso de las palabras". Escribí mi primer cuento ("Soldados muertos", también situado históricamente en la Guerra de Intervención) con el impulso deliberado de plagiar ese estilo. Antonio Ortuño declaró en un tuit: "El Premio Cervantes acaba de ganarse un Fernando del Paso". Supongo que algunos lo sentimos así: como un autor cuya escritura ha sido, más que cualquier otra cosa, un premio para sus lectores.
El último escritor referencial de México.
Por Lolita Bosch
No soy, lo confieso, una yonqui de Fernando del Paso como tantos escritores de mi generación, pero lo he leído con pasión y me parece un narrador admirable, realmente fascinante. Talentoso, complejo, inteligente... el autor de Noticias del Imperio es brillantísimo. Representa además un papel esencial en el mundo cultural latinoamericano, porque es uno de de los últimos escritores (Vargas Llosa sería otro) que cumplen un rol representativo ante la sociedad. Novelista y poeta cultísimo, es un hombre de letras en todos sus aspectos, en todas las situaciones, algo que la siguiente generación, la del grupo de Villoro, por ejemplo, ya ha dejado de desempeñar. En cambio, Del Paso, como José Emilio Pacheco, Juan García Ponce o Salvador Elizondo, eran eso, hombres de letras que hacían pública su concepción del mundo y analizaban los acontecimientos desde un compromiso nada complaciente.
Sin duda y hasta mi generación, Del Paso ha sido un referente obligado, pero por necesario: si queríamos ser cultos y soñábamos con escribir, teníamos que leerlo, como a García Ponce o Elizondo. Ahora, sin embargo, a los escritores más jóvenes no se les exige cultura ni que desempeñen ese rol representativo y audaz, sino que viajen y sobre todo, que dominen las redes, tengan muchos seguidores y tuiteen velozmente y con ingenio. Los que ayer eran escritores referenciales (y Del Paso es el último de México) les resultan difíciles, barrocos. Y un poco impertinentes, tal vez demasiado. Por otra parte, en nuestros días tampoco la sociedad exige ya a sus autores ese compromiso público siempre alerta, imprescindible en un país tan zarandeado por la violencia como el nuestro, y eso es dramático. De ahí la importancia de Fernando del Paso, y su combinación de escritura, ética y cultura referencial, única y necesaria.
El último de los grandes maestros del boom latinoamericano.
Por Ignacio Padilla
Como cientos y miles de personas en el mundo conozco a Fernando del Paso ante todo como lector, acaso más próximo, generacionalmente hablando, a Noticias del imperio, que salió a la luz justo en el momento más intenso de mi formación lectora. Tuve la fortuna de leerlo como leí a los restantes autores del boom, ya no como una novedad sino como a un clásico vivo de nuestra lengua. Sus libros y los de sus congéneres estaban ya en mi biblioteca paterna al lado de Dumas y Mann, de modo que tuve el doble privilegio de leerlo como se lee a los grandes y, al mismo tiempo, de entenderlo y saborearlo en vida. Pocas veces he coincidido con él en persona, y menos todavía me he atrevido a conversar con él como no sea para expresarle mi gratitud y mi profundo respeto. Personaje de sí mismo, enorme, del Paso es conmovedor y admirable para quien lo lea o lo trate.
Del Paso representa la culminación de la vuelta a la novela total en nuestro idioma. Lo que antes que él comenzaron con ahínco y valentía Carlos Fuentes, García Márquez y los demás autores del boom, Del Paso lo consagró con las tres novelas que lo distinguen. La ambición, el respeto al lector inteligente, la regulación estilística, estructural y léxica del barroco, siempre tan riesgoso y frágil, tienen en la pluma de Fernando del Paso tanto a su mejor exponente como a su más sabio domador.
En lo que me atañe como miembro de la generación de los nacidos en los años sesenta, para cuya mayoría Fernando del Paso representó sin duda el último de los grandes maestros del boom latinoamericano, tan mal imitados luego en el postboom que nosotros hemos criticado con un encono casi enfermizo. Después de él, Pacheco y Pitol quedan al fin como los eslabones perdidos entre el boom y nosotros, que en el mejor de los casos seríamos sus indignos nietos literarios.
Casi todo en nombre del lenguaje.
Por Emiliano Monge
A Fernando del Paso lo leí, primero, cuando sólo era un lector enfebrecido. Entre los libreros de mis padres, que fue donde me convertí en lector, encontré Noticias del Imperio y lo gocé tanto que me seguí con el resto de su obra. La poesía y la narrativa. Así llegué después a José Trigo y a Palinuro de México, una obra que no sólo me voló la cabeza sino que fue una de los primeros textos que me hizo decir: yo también quiero hacer esto, yo también quiero escribir. Desde entonces, ya con la mirada deformada del lector-escritor, he vuelto a Del Paso una y otra vez, sobre todo al Palinuro de México y a ese otro texto, hermano de éste, pero escrito en clave teatral: Palinuro en la escalera. Podría apostar que, para salir de un bache creativo o para resolver un problema narrativo, a cualquier escritor le bastaría con sumergirse un par de días en las páginas de Del Paso. La suya es una narración tan pura y poderosa, tan viva, que es capaz de contagiar a cualquier mudo atrapado en su laberinto de silencio.
Es difícil escoger sólo una entre las múltiples aportaciones de Fernando del Paso a la literatura hispanoamericana. Por eso, si tengo a fuerzas que señalar algunas de sus aportaciones, enumeraré las primeras que me vengan a la cabeza. Primero: la apertura del tiempo narrativo a toda una nueva serie de posibilidades. Luego: la ampliación del campo de batalla, es decir, de los límites que usualmente se creía que debían deslindar los territorios de la novela y la poesía. También: haber renovado y habérselo jugado casi todo en nombre del lenguaje, en un momento en que se apostaba más por la épica que por la lírica: en la obra de Del Paso, las palabras son como la humedad y hasta aquella que parece más accidental y menos trascendente, encuentra por dónde meterse en el lector.
Fernando del Paso es, sin lugar a dudas, el mejor escritor mexicano vivo. Y su influencia es enorme, en varias generaciones y en muchísimos de nuestros escritores. Él demostrado que la realidad nacional puede formar un gran mural pero que éste no tiene que temer al humor ni a la burla descarnada de nuestra propia tragedia. Nos enseñó que los narradores pueden aspirar a ser multifacéticos y que los hablares de los personajes pueden ser poliédricos. La obra de Del Paso es uno de los pilares esenciales para entender lo que se escribe hoy en día en México. En pocas palabras, Fernando del Paso hirvió, destiló y condensó los barroquismos latinoamericanos hasta volverlos traslúcidos. Y de esa operación, de esas celosías que a pesar de ser barrocas y de estar talladas en piedra, dejan pasar la luz, somos hijos todos los escritores de mi generación.