Felipe Benítez Reyes

El escritor gaditano regresa a la novela tras nueve años con El azar y viceversa, una historia que se mueve libremente por los mecanismos de la picaresca y que busca la construcción de una conciencia a partir del personaje de un buscavidas tan optimista como melancólico.

Antonio, Antoñito, El Rányer, Padilla, Jesús, Tony… Por todas estas identidades transita el relato en primera persona de Antonio Escribano Rángel, el menesteroso en busca de un lugar en el mundo que protagoniza El azar y viceversa, el nuevo libro de Felipe Benítez Reyes (Rota, 1960). El escritor gaditano recurre a los mecanismos de la picaresca y de la novela de aventuras para ofrecer un retrato de la sociedad española desde los 60 hasta la actualidad, partiendo de su Rota natal. Allí nace Antonio, un personaje inasequible al desaliento que se queda grabado en el cerebro del lector por su optimismo, aunque esté aliñado con buenas dosis de melancolía (y es que no son pocos los reveses que sufre). No en vano, Benítez Reyes pone todo su empeño en crear, más que un ser corpóreo, una conciencia compleja con todas las incongruencias, dudas y precarias convicciones que nos son propias. El escritor gaditano vuelve a la novela tras nueve años de silencio en la prosa de largo aliento, aunque en este tiempo ha seguido publicando poesía, relato y ensayo. Con él hablamos sobre el humor en la novela, la influencia de los militares norteamericanos en la Rota de los 60, la importancia de encontrar el tono adecuado o del retrato literario.



Pregunta.- Han pasado 10 años desde que publicó su anterior novela. ¿Tan laboriosa ha sido la construcción de este libro?

Respuesta.- Sí, el proceso ha sido muy laborioso, con muchas modificaciones. Incluso construí una primera versión que luego deseché porque no era lo que quería… Por tanto ha sido un trabajo largo pero creo que necesariamente largo. Requería equilibrios entre muchos factores para construir un personaje con un pensamiento coherente y especifico, pero que tuviera las contradicciones propias de toda conciencia. Si había un error en la configuración del personaje todo se venía abajo.



P.- ¿Qué era exactamente lo que tenía que equilibrar?

R.- La manera de ver e interpretar el mundo del personaje. Quería contar una vida sin limitarme a exponer una serie de peripecias. Para mí era importante que los acontecimientos que le ocurren al protagonista fueran acompañados de reflexión, de pensamiento y de una actitud de conciencia. Ahí es donde estaba la parte difícil. Una anécdota se puede inventar con relativa facilidad, pero es más complicado elaborar una manera de estar en unas determinadas circunstancias.



P.- En el arranque del libro Antonio explica que la vida se sustenta en tres pilares: lo que creemos ser, lo que quisiéramos ser y lo que en verdad somos. ¿En conjugar esos tres elementos reside la acción de narrarse a sí mismo?

R.- Si, lo fundamental es eso. Y esta explicación está al principio porque es un aviso para el lector de que hay una parte delirante en la interpretación que hacemos de nosotros mismos. Pero también hay otras cosas como falseamiento del pasado, una manifestación de lo que ha sido imposible, silencio…



Hay una parte delirante en la interpretación que hacemos de nosotros mismos"

P.- ¿Tiene algo de autobiográfico el libro?

R.- Por suerte, con respecto a lo que le pasa al personaje, no. Siempre hay cosas que uno ha sentido o vivido pero aparecen trasformadas en el territorio literario. También hay cosas en la vida que son importantes para mí pero que narrativamente son inoperantes y no sabes cómo abordarlas.



P.- En el libro aparecen innumerables personajes entre novias, jefes, amigos… ¿Es una especie de master en el retrato?

R.- Ojala. Tengo predilección por los personajes secundarios y me gusta utilizar muchos siempre que su uso tenga un sentido y que, aunque aparezcan dos páginas, muestren un relieve, estén bien dibujados, tengan la capacidad de ser memorables e importen dentro de la globalidad de la historia.



P.- ¿Cuál cree que es la clave para la creación de un secundario potente?

R.- La clave es atribuirle una característica imprevista. No tiene que ser un rasgo muy definitorio sino un pequeño detalle que lo singularice. Casi nunca hago una descripción demasiado física de los personajes, no me interesa como tienen la nariz, los ojos o el pelo. Me interesa el dibujo psicológico del personaje.



P.- Antonio se define en un momento dado como una especie de Sigmund Freud en versión Lazarillo. ¿Quería de algún modo revisar la picaresca?

R.- El patrón de la picaresca es muy fértil y puede dar pie a muchas cosas: un menesteroso que acaba teniendo muchos oficios de subsistencia y está a expensas de esos amos, siempre instalado en la mudanza. Sirve igual para el Lazarillo que para Grandes Esperanzas o David Copperfield de Charles Dickens. Y sigue siendo fértil porque está muy vinculado a la condición humana. Todo el mundo se tiene que buscar la vida, empezando por los escritores.



P.- ¿La picaresca se amolda mejor a la idiosincrasia española que a la de otros países?

R.- No lo sé. Cuantas menos garantías sociales hay en un país, más se potencia la figura del buscavidas. Pero buscavidas, con un grado variable de ambición, lo somos todos, tanto el que acaba siendo director general de un banco como el que acaba siendo conserje del banco. Todos estamos obligados a inventarnos la vida, a menos que nazcas Reina de Inglaterra, y siempre con la amenaza continua del azar.



P.- El relato de Antonio tiene un marcado tono de oralidad. ¿Por qué?

R.- Creo que le convenía por el hecho de ser una narración en primera persona que estaba muy escrita. No es una trascripción del habla y el lenguaje no es estrictamente coloquial, lo que es coloquial es el tono de la narración. Y era muy difícil encontrar ese tono en el que cupieran con naturalidad frases de construcción muy literaria. Pero según las circunstancias del personaje el tono va variando.



P.- Incluso hay un momento en el que cambia la perspectiva y pasamos de la primera a la tercera persona…

R.- Es un juego estilístico que demuestra cómo cambia una historia si la cuentas en primera o tercera persona. Yo me siento más cómodo en la primera persona. Me gusta más y le doy más credibilidad. La tercera persona, sobre todo si es lírica, no me la creo.



Siempre que interpretas las cosas con solemnidad hay un error de cálculo"


P.- ¿De dónde cree que emana el humor de su libro?

R.- De la necesidad de equilibrio. En la vida nos movemos por distintos registros y el humorístico existe como método de distanciamiento. Siempre que interpretas las cosas con solemnidad hay un error de cálculo. Las cosas pueden ser terribles pero hasta lo más terrible tiene un lado cómico. Me interesa jugar con el pensamiento y los conceptos para llevarlos al ridículo y que provoque risa por lo imprevisto de la formulación. El humor me permite escribir libros tristes como este, aunque normalmente te estés riendo.



P.- En los últimos tiempos ha publicado poesía y aquí en la novela se da una visión descreída o irónica de la misma…

R.- Es la distancia irónica que se impone uno con respecto a las cosas que le importan de verdad. La poesía me sigue interesando como método de pensamiento, como método introspectivo… Tanto la mía como la de los demás. De todas maneras este distanciamiento es del personaje, que tiene su propio criterio sobre el tema.



P.- Antonio comparte con usted el lugar de nacimiento, Rota. ¿De qué manera afectó a la gente de la generación de Antonio, que es también la suya, la influencia de los norteamericanos de la base?

R.- Aquello nos brindó una realidad muy exótica. La influencia fue determinante por ejemplo en el tema musical porque escuchábamos la emisora de la base. Con quince años conocíamos a Jimmi Hendrix, Creedence Clearwater, Deep Purple, Led Zeppelin… Después los soldados y los oficiales norteamericanos viajaban con todas sus pertenencias a cuestas, desde los coches a los muebles. Las calles de un pueblo pequeño, pesquero y marinero, se llenaban de Chevrolets, Plymouths… Íbamos al pueblo de al lado y todos los coches nos parecían ridículos. El primer restaurante chino de España se abrió en Rota y había lavanderías como las de las películas. Y después había muchos bares de alterne con camareras que venían desde cualquier lugar del mundo. Era un ambiente muy peculiar en aquella España, abierto pero muy artificial, como de pueblo invadido.



P.- ¿Y eso afectaba al carácter de la gente?

R.- Sí, la instalación de la base cambió toda la estructura social del pueblo, que era esencialmente marinero y agrícola. De repente la gente comenzó a trabajar de camarero en la base, en comercios terciarios para los norteamericanos, las muchachas empezaron a casarse con ellos… Esto fue especialmente vehemente en la época de los 70, con la explosión del flower power. Todo esto derivó en la creación de grupúsculos clandestinos de izquierda, de muy poca gente pero muy diversificados. Uno era maoísta, otro del FRAP, otro del GRAPO, otro del partido revolucionista de lo que fuera… Todo esto lo convertía en un lugar bastante extraño sobre todo en un país sombrío, triste y deprimido como era España en aquella época.



Cuantas menos garantías sociales hay en un país, más se potencia la figura del buscavidas"

P.- El libro pasa muy por encima en los temas políticos, apenas son menciones. ¿Un menesteroso no tiene tiempo para preocuparse por esas cosas?

R.- Antonio está más preocupado por su supervivencia que por la supervivencia colectiva y procura subsistir con arreglo a lo que se le va presentando. Uno de los problemas que tiene un menesteroso es que está obligado a inventarse su vida. Tiene que mantener un equilibrio con la realidad y está siempre expuesto a que las cosas se derrumben y que haya que empezar de cero porque no tiene nada. Los poderosos no solo quitan a los menesterosos la posibilidad de pagar el agua, la luz o la hipoteca, también les impiden establecer un ámbito propio de emocionalidad, ilusiones o aficiones. Les impiden crear una especie de círculo mágico con sus allegados.



P.- Casi todos los jefes de Antonio pertenecen a una generación que vivió la Guerra Civil. ¿Tenía interés en profundizar en el choque de aquella generación con la suya?

R.- En aquel momento había personas jóvenes que habían combatido en la guerra y por tanto era un recuerdo muy vivo. La posguerra fue muy larga porque el conflicto había arraigado en la vida diaria y se proyectaba hacia el futuro de la gente. Ni siquiera la muerte de Franco solucionó el asunto porque mucha gente tenía muertos en su familia, represaliados, exiliados… Después había gente que tenía que convivir casi pared con pared con sus verdugos o enemigos durante la guerra. Había una especie de tabú que fue como un cierre en falso del conflicto bélico, una ley del silencio. Todavía en el 75 y hasta los 80 cualquier acto de libertad política podía tener sus consecuencias porque había un temor acumulado durante muchos años. Decían que no había que abrir viejas heridas pero las heridas estaban ahí y a la gente le duelen. No hay rencor en el hecho de recordar a un familiar al que mataron en la Guerra Civil.



@JavierYusteTosi