Antonio Colinas

Antonio Colinas (La Bañeza, 1946) gana el XXV Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, que conceden Patrimonio Nacional y la Universidad de Salamanca en reconocimiento al conjunto de la obra de un autor vivo que haya acrecentado el patrimonio cultural común de España y Latinoamérica. Está considerado el Cervantes de la poesía y dotado con 42.100 euros.



Poeta, narrador, ensayista, traductor y crítico literario, Colinas es una de las voces más importantes de la poesía española de los últimos cuarenta años. Su obra siempre ha estado abierta a otras culturas, a la vez que ha hundido sus raíces en su tierra natal. Ha vivido durante largas estancias en Córdoba, Madrid, Milán, Ibiza y Salamanca, donde reside actualmente.



En su última entrevista con El Cultural, con motivo de la publicación de su primer libro de memorias, Memorias del estanque, se refirió a este diálogo intercultural que vehicula toda su obra. "Hay una fraternidad entre culturas cuya base es justa, provechosa y fértil. Algo común a todas, lo que Huxley llamaba filosofía perenne. Pensemos, por ejemplo, que todas las religiones tienen una poesía mística. Es un fenómeno que siempre me ha llamado la atención: que toda cultura necesite dialogar con lo mistérico".



A lo largo de su carrera ha recibido numerosos premios y reconocimientos, entre los que destaca el Premio Nacional de la Crítica (1975), el Premio Nacional de Literatura (1982), el Premio Internacional Carlo Betocchi (1999), concedido a su labor como y estudioso de la cultura italiana. En 2005 recibió el Premio Nacional de Traducción por su traducción de la Poesía Completa del Premio Nobel Salvatore Quasimodo. "Mi vocación se consolidó cuando fui a Italia y empecé a traducir", confesó en El Cultural. De hecho, Memorias del estanque es en gran medida un homenaje a los lugares que ha habitado, y en particular a Italia, parte importantísima de su educación intelectual y sentimental.



Autor de Canciones para una música silente (Siruela, 2014), Desiertos de la luz (Tusquets, 2008) y Tiempo y abismo (Tusquets, 2002) y Sepulcro en Tarquinia, entre otros libros de poesía, Colinas acaba de publicar su autobiografía poética Memorias del estanque (Siruela). La misma editoria que en 2011 publicó su Obra poética completa.



En el ensayo, destacan obras como La simiente enterrada (Siruela, 2005), El sentido primero de la palabra poética (Siruela, 2008), Leyendo en las piedras (Siruela, 2006) y Tres tratados de armonía (Tusquets, 2010).



El jurado de esta edición ha estado formado por el presidente de Patrimonio Nacional, Alfredo Pérez de Armiñan y de la Serna; el rector de la Universidad de Salamanca, Daniel Hernández Ruipérez; y Álvaro Pombo y García de los Ríos, en representación del director de la RAE, Ana Santos Aramburo; Pilar Martín-Laborda y Bergasa; Noni Benegas; Luis Alberto de Cuenca y Pardo; Carme Millán de Benavides; Joaquín Pérez de Azaustre; Jorge Luis Volpi Escalante; Blanca Berasátegui; Berna González Harbour; Jorge Edwards Valdés; Miren Itziar Taboada Aquierreta; Francisca Noguerol Jiménez; Selena Millares; Mª Ángeles Pérez López y Esther Martínez Quintero.



Los poetas Ida Vitale (Uruguay), María Victoria Atencia (España), Nuno Júdice (Portugal) y Ernesto Cardenal (Nicaragua) han sido los últimos reconocidos por el Premio Reina Sofía.



Poemas escogidos

Precisamente ahora que no sé que decir



Para Clara


Precisamente ahora que no sé qué decir,

que no sé que decirte,

quiero ponerte aquí,

al lado de los días de la isla,

al lado de estas páginas

que escribí con la luz.



Aquí quiero dejar, sencillamente,

unas pocas palabras circundando tu nombre,

envolviendo tu nombre

y tu luz

con la luz.



Regreso a Petavonium



Dejadme dormir en esta ladera

sobre las piedras del tiempo,

las piedras de la sangre helada

de mis antepasados:

la piedra-musgo, la piedra-nieve, la piedra-lobo.

Que mis ojos se cierren en el ocaso salvaje

de los palomares en ruinas y de los encinares de hierro.

Sólo quiero poner el oído en la piedra

para escuchar el sonido de la montaña

preñada de sueños seguros,

el latido de la pasión de los antiguos,

el murmullo de las colmenas sepultadas.

Qué feliz ascensión por el sendero

de las vasijas pisoteadas por los caballos

un siglo y otro siglo.

Y, en la cima, bravo como un espino,

el viento haciendo sonar el arpa de las rocas.

Es como el aliento de un dios

propagando armonía entre mis pestañas y las nubes.

Un águila planea lentamente en los límites,

se incendian las sierras de las peñas negras,

mas no veo las llamas,

las llamas que crepitan aquí abajo, enterradas

bajo el monte de sueños aromados,

bajo la viga de oro de los celtas,

junto al curso del agua del olvido

que jamás -en vida- podremos contemplar,

pero que habrá de arrastrarnos tras el último suspiro.

¡Cómo pesan los párpados con la música del tiempo!

¡Cómo se embriagan de adolescencia perdida las venas!

Dejadme dormir en la ladera

de los infinitos sacrificios,

en donde arados y rebaños se han petrificado,

en donde el frío ha hecho florecer cenizales y huesos,

en donde las espadas han segado los labios del amor.

Dejadme dormir sobre la música de la piedra del monte,

pues ya sólo soy un nogal junto a una fuente ferrosa,

la vela que ilumina una bodega de mostos morados,

un trigal maduro rodeado de fuego,

una zarza que cruje de estrellas imposibles.



Sepulcro en Tarquinia (Fragmento)



Debes saberlo ahora que recuerdas:

jamás llegará nadie a este lugar,

aquí nos trae el mar los peces muertos

y no hay más vida que la de las olas

estallando en la noche de las grutas,

soñarás una barca cada noche,

soñarás unos labios cada noche,

en vano escucharás junto a las rocas,

jamás llegará nadie a este lugar,

recorrerás las salas del convento,

escrutarás la faz de la Diana,

los gatos mirarán la fría aurora,

habrá un fresco con grumos de salitre

en la cripta, sin techo, del castillo,

el huracán arrancará geranios,

jamás llegará nadie a este lugar,

jamás llegará nadie a este lugar

y las gaviotas me darán tristeza



El laberinto invisible



Para el que sabe ver

siempre habrá al final del laberinto

de la vida

una puerta de oro.



Si la atraviesas hallarás un patio

con musgo, empedrado,

y en él dos cedros opulentos con

sus pájaros dormidos.

(No encontrarás ya aquí la música de Orfeo,

sino sólo silencio.)

Cruza el patio, verás luego otra puerta.

Ábrela.

Ya dentro, en la penumbra,

verás un muro

y, en él, unas palabras muy borrosas

de cuya sencillez brota una luz

que, lenta, pasa a ti y te devuelve

al fin la libertad,

la plenitud de ser:

"Sean siempre alabadas

las palabras dulcísimas

que sanan: paz y bien".



Después, ya en soledad profunda,

verás que te hallas frente a otra puerta

que aún no puedes abrir,

porque no es el momento:

la que quizá te lleve a otro laberinto,

al laberinto último, invisible.

¿De él habrá salida?

(Sólo queda esperar,

esperar al amparo seguro

de esas letras borrosas

que sanan.)



Signos en la piedra



Sigue la senda de las piedras musgosas,

la que conduce a la gran roca,

a la raíz del ara,

a la raíz eterna

del tiempo.

Mira la nieve humilde de la cima

tutelar,

donde se cierra el círculo

que se abriera en tu infancia,

donde se abre la noche del ser

en la luz que es más luz,

donde ya no hay preguntas

ni respuestas.



En esa nieve posa tus dos ojos.

Luego, pósalos en el ara

y respira profundo.

Posa también tus manos:

que se aquieten tus manos como palomas,

que echen raíces

en el silencio helado de la piedra.

verás en ella señales muy leves,

signos dictados por el firmamento,

los símbolos de un tiempo infinito

que va huyendo de ti,

mas que a la vez está en tu interior:

revelación del alma que no muere.



No podrás ir más allá.

No debes ir más allá.



CCVII



Sólo quisiera

escribir mis palabras con silencios:

escribir el poema sin palabras.



Sólo quisiera

musitar el poema

como plegaria de silencio

en el silencio.