Don DeLillo

Don DeLillo, que ha pasado por el Festival Kosmópolis de Barcelona en el inicio de esta breve gira española, cuenta cómo construye sus novelas, en su vieja máquina de escribir, siempre sin un plan, sólo "una frase tras otra", y habla sobre la condición de "testigo" del escritor y sobre su última novela, Cero K (Seix Barral), una lúcida y brillante reflexión sobre la muerte después de la muerte, sobre el ser humano después del ser humano.

A Don DeLillo no le gusta que le fotografíen. Lo pide expresamente, en todas partes, allá donde va. Nada de fotografías. Sólo un libro cada vez. Un libro, una firma. Viste con descuido, una camisa verde, un pantalón negro. Aunque este año (el 20 de noviembre) cumplirá los 80, aparenta al menos una década menos. Habla con voz queda, y no se detiene a elaborar las respuestas. Algo anda francamente bien engrasado en la mente del hombre al que todos señalan o han señalado como maestro. Todos, desde David Foster Wallace hasta Paul Auster, pasando por Thomas Pynchon, por Martin Amis y Salman Rushdie, y quién sabe cuántos más. Se diría que su aspecto es el de un adolescente que ha crecido más de la cuenta. El del chaval que, con 17 años, decidió que sería escritor, y se puso, allá en el Bronx, a teclear en lo que él llama "una máquina manual", esto es, una máquina de escribir evidentemente no electrónica. "Sólo puedo escribir en máquinas de escribir. Necesito ver cómo la letra golpea la página. No quiero tener delante una pantalla. Quiero tener el papel. Y que la letra se quede grabada en él cuando golpea la página. Hay una conexión entre la letra y el papel", dice.



Aquella primera máquina de escribir se rompió, un día de 1975, y se compró otra, que es la que utiliza aún hoy. De allí han salido Libra y Ruido de fondo, Cosmópolis, Submundo y Mao II, y también Cero K (Seix Barral), su última novela, una reflexión por momentos fría, quirúrgica, casi fantasmal, sobre la muerte de la muerte, el futuro de un mundo en el que el ser humano ha roto la última barrera y ha dejado, quién sabe, de ser humano, por el hecho mismo de que no va a morir. Los protagonistas son un padre y un hijo que apenas se conocen. Porque el hijo ha pasado más tiempo con la madre. Porque el padre es frío y distante. Y está enamorado de otra mujer que se está muriendo y que ha decidido congelarse, criogenizarse, hasta que lo que tiene pueda curarse. Hasta que exista la suficiente tecnología como para que incluso se la pueda devolver a otra edad, una edad inferior. Quién sabe. Los problemas empiezan cuando el padre decide acompañarla. ¿Serán los mismos cuando despierten? ¿Qué es el yo? ¿No depende también de un entorno? Y si en el futuro, el entorno ha cambiado, ¿será ese yo el mismo yo?



"No soy un visionario", suelta, el escritor, cuando se le alude a la posibilidad de que esté vislumbrando un futuro posible. "Cuando vivía en Grecia", prosigue, "escribí Los nombres. Vivía en Atenas, una ciudad extremadamente interesante, a la que por entonces ya llegaban refugiados del Líbano y de Irán. Se hablaban lenguas exóticas y se convivía con el terrorismo. De ahí que esté muy presente en esa novela. Y de ahí que pensara en la posibilidad de que se secuestrara un avión. Y puede parecer profético -teniendo en cuenta que se publicó en 1982- pero en realidad era una consecuencia de lo que estaba viviendo. Yo era testigo de todo aquello. El novelista es un testigo. Trabaja como un periodista, sólo que un periodista que se lo inventa todo". En su caso, además, está el hecho de que trabaja sin mapa. "Nunca tengo una trama cuando empiezo. Ni sé la dirección que tomará la novela. La mayor parte de los escritores de ficción dicen necesitar saber cómo van a acabar sus libros. Yo ni siquiera sé cómo será el siguiente capítulo. Confío plenamente en lo que surge. Confío en que la estructura del libro se autoconstruya", asegura.



El auditorio del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) en el que se celebra el encuentro con Don DeLillo que forma parte de Kosmópolis, festival que lleva por título el mismo que una de sus novelas, está lleno. Abundan los lectores de mediana edad y algunos más jóvenes, los que se atreven, en el momento en el que se abre el micrófono, a preguntar, por este o aquel libro. Incluso por La estrella de Ratner y su pasión por las matemáticas. "Aquel libro fue un reto", dirá más tarde, "quería escribir una novela que fuese a la vez ficción y matemáticas". También dirá que las artes visuales lo han sido casi todo para él, y que por eso están tan presentes en lo que hace, y que por eso, cree también, construye sus novelas a partir de imágenes y las llena de ellas. "Mi fascinación por las artes visuales está presente en todo lo que hago. Cuando dejé el trabajo y decidí que sería escritor empecé a ir al cine una vez al día. Vi muchas películas. Pero también fui a muchos museos y galerías de arte", relatará. Por el momento habla de su pasado en el Bronx, como hijo de inmigrantes italianos. "Al principio escribía sobre lo que conocía. Mi barrio, la gente, el metro. No sentía noción de la limitación hasta que llegué a Manhattan. En cierto sentido me ocurrió lo mismo que a mis padres. Cuando llegué a Manhattan fue como si hubiera abandonado un mundo antiguo para instalarme en uno nuevo y fascinante. Escribí Americana por esa época, cuando lo estaba descubriendo todo", explica.



Habla de sus primeras novelas, las de los 70, como novelas escritas "muy rápido" y de una forma menos cuidada. "A partir de los 80 tuve la sensación de entrar en otra etapa. Quería retos. Y quería explorar el lenguaje. Jamás pensé que acabaría escribiendo sobre el asesino de Kennedy. Pero resultó que había nacido en el mismo barrio que yo", dice. Reconoce que, desde entonces, su trabajo se ha ido afilando y refinando. Que cada vez es más certero y necesita menos para serlo. "Sí. Y es algo que se nota especialmente en este libro - se refiere a Cero K -. Lo escribí muy lentamente. Tardé cuatro años en acabarlo, cuando en cinco completé Submundo, que es mucho más largo -800 páginas-. Trabajo duramente las frases. Son el corazón atómico de mi obra. Me encanta coser las palabras para hacer frases y coser las frases para hacer párrafos", apunta. ¿Y el interés, en este caso, por la criogenia? "No sé de dónde saqué la idea. Tuve una visión un día. Una instalación subterránea en la que pasaban ciertas cosas y esas cosas tenían que ver con congelar el cuerpo de personas que volverían a la vida cuando estuviesen preparadas", contesta. Y a continuación, el presentador le señala la manera en que en la novela se sugiere que la ciencia podría sustituir a la religión, en un caso así. "La ciencia puede ser una nueva religión. Puede sustituir a la religión, sin duda. La religión promete, en muchos casos, la vida eterna. Y se tiene la noción de que la ciencia puede llevarnos a esa vida eterna. Pero ¿existen estos lugares? Sí, existen. En Arizona existe al menos uno. Pero, ¿funcionan? ¿Funcionará en el futuro? ¿Inventaremos algo aún más prometedor? No lo sabemos. O quien lo sabe, no lo dice", asegura.



No sonríe nunca. Habla del terrorismo. De que "hay guerra, a cierto nivel, en todas partes" y que esta guerra se etiqueta como terrorismo. "Esa idea de la violencia desconectada que está en todas partes es lo que ya muchos llaman la Tercera Guerra Mundial", dice. ¿Ha hecho daño el terrorismo a la clásica inocencia norteamericana? ¿Se ha vuelto el norteamericano medio menos inocente desde que existe? "Creo que sí. Lo cierto es que ha cambiado. La gente cree que el efecto de los ataques del 11-S ha pasado, pero sigue ahí. No dejamos de pensar en la seguridad. Yo mismo recuerdo cada día que las torres no están. Cuando miro hacia arriba y no las veo, cuando veo sólo una, me acuerdo de lo que pasó", contesta. ¿Y qué le parece Donald Trump? "Donald Trump es una señal de que el país se fragmenta, de que está perdiendo su coherencia. Espero y deseo que en las próximas elecciones volvamos a tener una noción del ideal norteamericano, incluso si es inasumible. Que volvamos a convivir con un sentimiento de confianza y respeto", dice. ¿Y qué hay de la paranoia? ¿Por qué están sus libros repletos de paranoia? "Allá donde vaya, la palabra me persigue", dice, y el auditorio ríe, pero él no. "No soy paranoico, pero supongo que después del asesinato de Kennedy nos volvimos todos un poco paranoicos. Hubo una época en la que todo parecían amenazas. Inventábamos peligros que no existían. Puede que todo empezara en Vietnam", concluye.



@laura_fernandez