Haruki Murakami. Foto: Colin Marshall
Cada vez se oyen más voces acusando a Haruki Murakami (Kioto, 1947) de aplicar una y otra vez la misma fórmula. Sin embargo, yo no creo que sea un autor incapaz de innovar. Simplemente, posee un mundo y un estilo. Los relatos reunidos en El elefante desaparece vieron la luz en 1993. Por esas fechas, el escritor japonés ya había publicado obras tan notables como La caza del carnero salvaje (1982) y Tokio Blues (1987). Es evidente que su poética está muy lejos de autores como Tanizaki o Kawabata, pero eso no significa que su obra se encuentre en un escalón inferior. Simplemente, refleja otra época, un Japón occidentalizado que ha reemplazado el crisantemo y la espada por el jazz y el pinball. Los diecisiete cuentos que nos ocupan no se ajustan al canon del realismo. Lo insólito y grotesco se mezcla con lo cotidiano y previsible. Los personajes son individuos insatisfechos, que no encuentran mucho sentido a sus vidas. La sombra del fracaso se mitiga con una tibia esperanza. Carecen de objetivos, pero esperan algo. Esa actitud les libra de un nihilismo sin posibilidad de redención."El pájaro que da cuerda y las mujeres del martes" es un excelente pórtico que anticipa la atmósfera general de la obra. Un joven recién casado que ha perdido el interés por el matrimonio y el trabajo recibe una misteriosa llamada telefónica de una mujer que le habla de sentimientos. Poco después, aparece su esposa y le pregunta por el gato que convive con ellos. Desde hace días ha desaparecido y está preocupada. La búsqueda por un callejón abandonado se convierte en un viaje hacia una existencia diferente, mágica, que apenas despunta. La aparición de una extraña adolescente revela qué rara es la vida aparentemente normal. El protagonista experimenta una sensación de absurdo que evoca la náusea de Sartre: "Todo resplandece con tal intensidad que siento como si mi existencia fuera algo inmenso, incoherente". En ese clima irreal, asaltar una hamburguesería, soñar con enanos o disertar sobre los canguros constituye una forma de buscar una identidad en un mundo caótico y fragmentado: "Me gustaría estar en dos sitios a la vez. Es mi único deseo", comenta el personaje fascinado por los canguros. La perfección sólo es una apariencia más, que esconde algo monstruoso. "Una chica cien por cien perfecta en una soleada mañana del mes de abril" parece un título optimista, prometedor, pero el deslumbrante hallazgo sólo es un espejismo. La belleza camina en una dirección. El ser humano avanza en el sentido opuesto. No es una tragedia, sino una paradoja que manifiesta nuestra impotencia para controlar los acontecimientos.
Si intentamos explicar las cosas por medio de la razón, desembocamos inevitablemente en la perplejidad. "El elefante desaparece", que cierra un rico y complejo mosaico de historias con un fuerte componente onírico y existencial, evidencia la indigencia intelectual de la mente humana para adentrarse en los grandes misterios. Un elefante es mucho más grande que un hombre, pero el tamaño sólo es un concepto y puede variar con la perspectiva. De hecho, poco antes de desaparecer del zoo, el elefante mengua y su cuidador se hace más grande. No es una ilusión óptica, sino un signo de un universo que apenas comprendemos. El testigo del incidente apunta que lo pragmático nos ayuda a sobrevivir, pero no aplaca nuestras dudas ni calma nuestro anhelo de afecto.
El discreto existencialismo de Murakami cristaliza en unos magníficos cuentos que nunca defraudan. A pesar de su aparente dispersión, el libro finaliza como empezó: una desaparición, una búsqueda infructuosa, una resignación impregnada de tedio y desengaño. No es la única descripción posible de la existencia humana, pero sí un convincente retrato de la soledad radical que todos conocemos en mayor o menor medida.
@Rafael_Narbona