Coetzee ayer en Madrid

Uno de los autores más esquivos del panorama literario contemporáneo, J. M. Coetzee (Ciudad del Cabo, 1940), decidió atender la llamada de la iniciativa Capital Animal y visitar ayer Madrid, el Centro de Arte Reina Sofía, para pronunciar una conferencia en defensa de los animales. Ocurrió, sin embargo, que no leyó una conferencia al uso, sino un relato inédito, a modo de continuación de su Elizabeth Costello, acaso la obra en que más claro está su compromiso animalista. El autor sudafricano, premio Nobel en 2003, negó sin embargo que la crueldad animal sea "representativa" en su literatura.



En el relato leído, Elizabeth Costello, alter ego del autor (lo ha utilizado en novelas como Hombre lento), mantiene un diálogo ficticio con su hijo John en el que le habla de construir un matadero de cristal en medio de la ciudad. "Para que la gente pueda ver cómo es la muerte real de un animal", dice.



Al término de la conferencia, durante el breve turno de preguntas en el que, por deseo del autor, solo pudo abordarse el tema de la conferencia, Coetzee hizo suya la idea de Costello. "El verdadero matadero siempre está fuera, y con el acceso restringido. Creo que sería bueno que los niños fueran de visita a los mataderos como van a los museos, eso podría sacudir su alma". El escritor hizo una descripción muy gráfica, llena de sangre y de vísceras, del "proceso" por el cual se mata a los animales en estos centros industriales, lo que despertó el aplauso de gran parte del medio millar de personas que se habían reunido para escucharle.



José Carlos Miralles, profesor de Filología Latina y amigo de Coetzee, fue el encargado de presentar al impasible conferenciante, que apenas mudó el gesto en las casi dos horas que duró el acto. Miralles recordó la filiación cervantina de Coetzee, y mencionó algunas referencias al Quijote que hay en sus novelas.



Antes del acto, Coetzee le había dicho a Miralles que lamentaba que el cuarto centenario de Cervantes estuviera pasando desapercibido en el mundo anglosajón, en donde había quedado completamente eclipsado por el de Shakespeare. También recordó su admiración por Platero y yo. Coetzee le dedicó un ensayo al libro de Juan Ramón Jiménez que está recogido en su muy reciente Las manos de los maestros. Para Coetzee, Juan Ramón logra tratar Platero como lo que es, un animal al que no hay que personificar ni juzgar ni comprender con patrones humanos.



En la ficción ideada por Coetzee (dijo haber elegido la ficción porque le "permite introducir una serie de matices emocionales que no es posible en el medio discursivo"), un paquete de documentos de Costello llega a manos de su hijo John. Éste los abre y se encuentra diversos ensayos sobre el sufrimiento de los animales. Elizabeth reconstruye una experiencia que vivió en Djibuti, África, en donde presenció cómo mataban y evisceraban una cabra sobre unas rocas manchadas de sangre seca. También habló de la castración, "más dura y más dolorosa que un corte en la garganta". Costello escribe sobre animales que mueren con el fin de individualizarlos, para que no sean olvidados. "Nadie compone una canción sobre la castración del animal".



Una extensa parte de la conferencia -extraída por John de uno de esos documentos ficticios que le había enviado su madre- se centró en Martin Heidegger. Heidegger habló del pobre acceso al mundo que tienen los animales, de su experiencia empobrecida y su vida reducida a estímulos. Pero Heidegger, dice Costello, ansía por su parte sentirse absorbido por su naturaleza animal, lo cual ilustra con su "infame" historia de amor con Hannah Arendt. Heidegger habría confundido la "experiencia empobrecida del ser" con el "torrente del ser".



Costello-Coetzee, pese a todo, no se considera un amante de los animales. "Tengo suficiente con el amor de los seres humanos -escribe-. No me importa el amor, sino la justicia". Y lamenta la empobrecida, esta sí, visión que los hombres tienen al meter en el mismo "saco animal" tanto al lobo como a la garrapata. Por último, por teléfono, Elisabeth Costello le cuenta a su hijo que está perdiendo la cabeza. Nota que su memoria se apaga. Pero aún tiene tiempo de hablarle de un documental que ha visto en la televisión. Va de una granja de pollos. A los dos días de nacer los separaban entre machos y hembras. Las hembras son salvadas y los machos son enviados a una trituradora que los convierte en pasta para hacer pienso.



El escritor terminó concretando su posición con respecto a los derechos de los animales. "Uno no tiene derechos por ser, sino porque una comunidad se los concede. Esa comunidad tiene además que conceder los mecanismos necesarios para defender esos derechos. Esto con los animales no ocurre en ningún lugar de Occidente".



@albertogordom