Refugiados sirios cruzan la frontera turca, cerca de Kobane. Foto: I. Prickett
"Siria, después de cinco años: 330.000 muertos, 7 millones de desplazados internos, 5 millones de refugiados y 14 millones necesitados de ayuda". Con este tuit resumía The International Spectator el 15 de junio la destrucción de lo poco que quedaba a comienzos del siglo XXI de una de las principales cunas de la civilización, que se remonta al imperio semita, tres mil años antes de Cristo.En estas cuatrocientas páginas (cincuenta más si sumamos un prólogo y un epílogo de lujo, las cuidadas notas y el completísimo índice alfabético), dos de los mejores corresponsales españoles en el extranjero de los últimos veinte años, Javier Espinosa (Málaga, 1964) y Mónica García Prieto (Badajoz, 1974), desentrañan los secretos de las bestias responsables de la tragedia. Como lector, son tantos los culpables y sus crímenes tan horrendos que es imposible contener la rabia y el dolor a medida que Javier y Mónica, Mónica y Javier, nos van mostrando -casa a casa, pueblo a pueblo, ciudad a ciudad, bomba a bomba, matanza a matanza- el reguero de escombros, cadáveres, mutilados, odio y desesperación que delata a los monstruos de esta historia en Baba Amr (Homs), Alepo, Idlib, Raqqa, Taftanaz y algunos de los principales campamentos de refugiados en los países vecinos.
Los autores se concentran en los primeros cuatro años del caos, que empezó como protesta pacífica y en pocos meses se transformó en una guerra civil de todos contra todos."La semilla de la insurrección (en Daraa, marzo de 2011) había sido sembrada por los vecinos árabes, pero el terreno había sido abonado cuidadosamente por los desmanes de la familia en el poder y sus socios, amparados en la máscara de la lucha antiimperialista y de la resistencia contra la ocupación israelí de Palestina", escriben. Ninguno de los veintitrés capítulos de Siria, el país de las almas rotas van firmados, pero, por las referencias, se puede distinguir la mano detrás de casi todos. Importa poco, dada la fuerza del lenguaje, la intensidad del relato, el valor del testimonio y la crudeza del paisaje. No es un libro de escritores o de enviados especiales que, desde la tranquilidad de su estudio, se sumergen en un mar de artículos y de libros, dan un par de vueltas por el lugar de los hechos para aderezo o para un reportaje ocasional y reaparecen convertidos en expertos.
Mónica García Prieto y Javier Espinosa son de otra casta: la de los mejores reporteros o corresponsales de guerra que viajan al escenario del conflicto una y mil veces -jugándose la vida si hace falta-, se documentan a conciencia para cada escapada, tejen con paciencia redes de contactos personales, viajan y viven con ellos, a golpe de entrevista separan grano y paja en cada historia, y acaban integrados en ella hasta extremos difíciles de comprender para los que nunca se han sentido voz, ojos y oídos de las víctimas.
Es la diferencia entre el mejor y más sacrificado periodismo internacional y el turismo de guerra. Lo vimos en el último libro en español de Jon Lee Anderson sobre Libia -Crónicas de un país que ya no existe (Sexto Piso)- y lo vemos, multiplicado y mejorado, en esta obra, que difícilmente habría visto la luz si Javier Espinosa no hubiera estado secuestrado durante seis meses en las mazmorras del Estado Islámico (ISIS).
"Desde el mismo día de la desaparición, mi vida quedó engullida por miedos e incertidumbres", confiesa Mónica en el último capítulo, cuyo título resume perfectamente al secuestrador: "Negociar con el diablo".
"Me encontraba en un escenario completamente insólito, en el que ya no era testigo y notario de unos hechos, sino protagonista de una tragedia", añade. "En pro de mi salud mental, me negaba a ser víctima y a comportarme como tal: haberlo hecho nos habría debilitado a mí y a mis propios hijos, que necesitaban un ejemplo de normalidad para evitar quedar marcados para siempre por el secuestro de su padre. Y si algo tenía era herramientas para abordar algo así. Opté por convertir el situación en mi mejor investigación periodística, la mejor cobertura imaginable, una excusa para entrevistar a cualquiera que pudiese tener contacto, mínimo o máximo, con el movimiento más opaco del mundo y con su secreto mejor guardado, el universo de los secuestrados".No es un libro de escritores que reaparecen convertidos en expertos. Prieto y Espinosa son de la casta de los mejores corresponsales
Los entresijos de su investigación son un manual de lectura obligada para cualquier negociador o intermediario en secuestros. No deja piedra sin levantar, contacto sin tocar, callejón del laberinto sin explorar ni fuente o guía conocida sin llamar por humillante que en muchos casos fuera. La terminología de muchos de esos encuentros era de sensibilidad extrema, la desconfianza grande y los riesgos muy elevados.
"El inmovilismo y la incertidumbre fueron las razones que me llevaron, tres meses después del secuestro, a hacerlo público", explica ahora. Y Mónica: "Javier y yo habíamos discutido en numerosas ocasiones los pros y los contras de los bloqueos informativos en caso de secuestro, y ambos nos solíamos decantar por hacerlo público inmediatamente. Una vez más, práctica y teoría no tenían nada que ver".
En las primeras horas, añade, cuando confiaba aún en una solución rápida y tranquila, parecía recomendable el silencio. Tras el fracaso inicial, la movilización de decenas de personas recomendaba discreción que les permitiera trabajar sin presiones ni oportunistas al acecho. Pero, a medida que pasaban las semanas, viendo que el único fruto del silencio era "el mismo silencio sepulcral por parte del Estado Islámico, cuando no las consabidas mentiras sobre una investigación o un juicio religioso que nunca terminaba de producirse", Mónica decidió hablar.
"Me quemaba mantener el secreto sobre el secuestro, como si Javier y Ricardo no fueran víctimas sino los criminales", señala. "Finalmente, con el apoyo de la ‘familia' de Beirut -único rédito del secuestro-, rompimos el bloqueo informativo con dos ruedas de prensa simultáneas, en España y en el Líbano, que escondían una intencionalidad muy precisa: que los captores conocieran la disposición de su potencial interlocutora y contribuir a crear malestar en el interior de Siria hacia el Estado Islámico".
De la revolución pacífica que iniciaron los héroes de Mónica y Javier, con la inocencia casi adolescente de quien cree que puede cambiar el sistema con sacrificio y una causa justa, ya no queda nada. Casi todos están muertos. "El extremismo devoró la revolución con una saña visceral para satisfacción del régimen, que dio una lección magistral de estrategia a la hora de someter un levantamiento que nació como secular, nacional y pacífico sin que desde el exterior se cuestionasen sus bárbaras tácticas", concluyen los autores.