Surrealista en las letras, su narrativa es castiza, irónica, y sarcástica. Lo cotidiano pasa por su tamiz y se convierte en magia o en esperpento. Siente lo mismo ante la prosa que ante la canción, aunque reconoce que a veces le llegan "melodías" frente al folio en blanco. Estudió algo de Agrónomos, y cuando no lee a Thomas Mann sale a correr por las playas de Málaga en las horas de niebla.
Se le ve hacer footing con la barba cenicienta, apareciendo entre la niebla de un Paseo Marítimo de Málaga. De una posible zancada larga según indica su anatomía a primera vista, Antonio Luque (Sevilla, 1970) corre cargando mucho el empeine, y su paso al correr recuerda rítmicamente a los acordes de su canción/mantra 'Quiromántico': un ensimismamiento musical pleno en la orillita del mar. Las manos las tiene frías casi siempre, que tanta carrera le ha dejado una estampa de Quijote, de un Quijote que hace atletismo y descansa toda su inspiración cuando dan por la TV un partido del Real Betis Balompié o cuando organiza una pachanga de tenis con el poeta Álvaro García. O cuando se lleva "al nene", su hijo 'el Kaiser Guillermo', a patear las sierras de Ronda en los días de sol y nieve. En la hoja de servicios de Antonio Luque consta que estudió algo de Agrónomos, que trabajó en la fábrica de rosquillas de azúcar glass de Sevilla, y que hubo un tiempo en que salía al escenario ataviado con un polo sin marca y color pistacho. Vagamente descolorido. De un tiempo a esta parte, pudiera ser que a partir de la publicación de su disco Presidente (primer arreón contra el bipartidismo, incluso en lo musical), Antonio Luque, Sr. Chinarro, canta unos centímetros más cerca del micrófono. De esto tiene culpa su profesora de canto. De modo que Antonio Luque/Sr Chinarro inaugura esta sección de escritores sin horma, de escribanos que son ajenos al canon que imponemos siempre al oficio de escribir y que asociamos inmediatamente a una caseta en el Paseo de Carruajes del Retiro, a cuatro firmas y un cuadrito de Kafka en el pisillo de mediopensionista. Existen escritores profesionales, y existen, como Luque, escritores que vienen a manifestarse del mismo modo en el soporte de la canción que en la novela. Antonio Luque, sevillano de Málaga, confiesa que efectivamente a la hora del folio en blanco (disculpen el lugar común) tiene la misma sensación ante la novela que ante la canción. No obstante, con la voz grave y cierto melisma del Aljarafe sevillano, sí asegura que muchas veces a las mientes se le vienen unas melodías cuando se pone a 'hundir tecla'. A Luque se le incluye en el Olimpo del Indie musical patrio, y se le disfruta con sus 'chinarros' (su banda) por esos festivales de verano que caen en Benidorm o en Ámsterdan. Entretanto, Antonio Luque nunca ha dejado de escribir ni de sentirse escritor ("yo, en un concierto, lo que hago es recitar hora y media, tío"). Si sus canciones tienen mucho de onírico ("la noche pasada soñé, que Murcia iba a desaparecer (...) la noche pasada soñé, Granada ya no existía, ni rastro de Almería..." ), de surrealismo ibero mezclado con la coña sevillana, en su prosa se encuentra mucho de confesión. Hay un ascetismo expresivo de quien no tiene que dejarse llevar por los bamboleos líricos para justificar obra y vida. Su concepción de la narrativa es escrupulosa, casi matemática, pues entra a calzón quitado en el verbo y en el concepto. Su primer encuentro con la narrativa -o con el mercado editorial- llegó con un libro conjunto de relatos sobre Barcelona, la Barcelona maldita que fue algún día: Matar en Barcelona (Alpha Decay, 2009), donde compartió plantel de cuentista con Manuel Vilas o con Sabino Méndez, al cual también perfilaremos en esta sección. En el mismo año y en la misma editorial, Luque volvió al relato con Socorrismos, que es una rara muestra de costumbrismo cañí mezclado con ironía y todo trufado con el cierto desdén hacia los personajes que suelen destilar los tímidos. En todo caso, son dos relatos breves; uno más metafórico, otro más castizo, que adelantan el meollo de lo que será su narrativa. Antonio Luque es de natural hipotenso, y esa barba que le salió en la escritura alucinada de su novela Exitus le aumenta aún más ese halo de modelo de El Greco en el que se gusta. Esta novela, Exitus, es barrial a más no poder. En ella, lo que en Elvira Lindo es autocensura, para Antonio Luque deviene en el esperpento de lo real que acontece en un suburbio de Sevilla. En esta novela está la soledad del adolescente pajillero, los sueños musicales, y el panorama del desempleo que tanto afecta a este Sur de Europa. Luque es fedatario de su tiempo aunque se esconda en ensoñaciones poéticas de cuando en vez. Luque usa el realismo sucio y andaluz, y entiéndase el concepto. En Exitus se lee, por ejemplo: "Los ojos de Salvador, enrojecidos y grandes, se agazaparon bajo los párpados hinchados y la visera de la gorra. El camello pasó el porro a Pepito y guardó su mercancía en un bolsillo secreto, junto a los testículos. Plegó unos accesorios de la navaja y desplegó otros cuyos usos no estaban tan claros. Tan pronto como Pepito fumó imaginó que Salvador se transformaba en araña, y creyó ver una tela en tres dimensiones en el humo blanco que expulsaba; una tela en la que el muchacho no temía quedar atrapado, pues más parecía que le sirviera para coger impulso; una cama más elástica que pegajosa...". Y de esa radiografía barrial, Luque se adscribe a esa moda 'cultureta' por el balompié, con las tardes de nostalgia y de pipas, y el graderío de hormigón como la madalena de Proust. La madalena se llamaba Benito Villamarín, Proust se haría cantautor frente al sistema, y por la banda del estadio de la Avenida de la Palmera (aka Heliópolis) pasaban raudos Rafael Gordillo y sus calcetines, o un Poli Rincón que iba descubriendo el discreto encanto de la verborrea. De esas vivencias, de ese YO dentro del graderío, Luque publicaría el futbolero Marchito azar verdiblanco (Libros del KO, 2012). Uno no puede decir si a Luque el fútbol le gusta ni mucho ni poco, digamos que le gusta la pelota como contexto o prefacio. En suma, la vida de Luque/Sr. Chinarro se acerca poco a lo normal. Tranquilo y atleta, viaja cuando hay concierto, es padre amantísimo y vive entre el aeropuerto y la guitarra. No traga los calores sevillanos ni madrileños, y por eso anda instalado en un apartamento que mira a un viejo balneario en Málaga que parece, a ciertas horas, un varadero cubano de cuando Batista. Desde el nivel del mar a su estudio hay que ascender un callejón con gatos y jazmines: el 'callejón de los gatos', que va a morir a la larga carretera que une Barcelona y Algeciras. Sr. Chinarro/Antonio Luque se sale de normal, y eso que acaba de sacar disco, El Progreso. Lo disfrazan de Fidel en la cubierta de un disco, se va al 'Pimpi Florida', una marisquería mínima y deliciosa, y le ponderan "lo bien que escribe" entre vinos de Huelva. A veces actualiza el blog; eso si es que le da la gana y no anda releyendo a Thomas Mann o a Bolaño... @JesusNJurado
Secciones
- Entreclásicos, por Rafael Narbona
- Stanislavblog, por Liz Perales
- En plan serie, por Enric Albero
- A la intemperie, por J. J. Armas Marcelo
- Homo Ludens, por Borja Vaz
- ÚItimo pase, por Alberto Ojeda
- Y tú que Io veas, por Elena Vozmediano
- iQué raro es todo!, por Álvaro Guibert
- Otras pantallas, por Carlos Reviriego
- El incomodador, por Juan Sardá
- Tengo una cita, por Manuel Hidalgo
Verticales