José Sacristán y Fernando Soto en Yo soy Don Quijote de La Mancha. Foto: Guillermo Casas
Durante este mes de agosto, El Cultural adelanta por entregas, de lunes a jueves, cuatro cuentos de autores españoles que se publicarán este otoño. El 3 de octubre, Menoscuarto Ediciones lanzará la antología de microrrelatos Yo también soy Sherezade, de José de la Colina (ed. Fernando Valls).
- Primera parte
La Compañía Trebisonda
C
el viejo actor Alonso Quijano, después de haber actuado los más heroicos y nobles papeles del repertorio caballeresco, se retiró a su aldea para vivir en el ocio y la remembranza sus últimos años, un tal Sancho Panza que, aburrido de las zafias labores de la tierra, soñaba ser cómico y tener una compañía teatral, lo visitó, lo mareó con elogios y logró persuadirlo de volver a las tablas e irse los dos en sociedad por los pueblos de la Mancha, de Castilla y, por qué no, de España toda, levantando tablados y representando un selecto repertorio de dramas de caballería.La Compañía Trebisonda se formó con ellos dos, más un caballo para montarlo don Alonso y un asno para cargar los bártulos, mientras Sancho se transportaría a pie. Y se fueron por los caminos, dando funciones en las ventas, los mesones, las posadas, las plazas, los corralones y (alguna rara aunque inolvidable vez) en un castillo señorial, que todavía quedaban algunos. Quijano interpretaba un andante caballero de ideales sublimes si bien algo anacrónicos, y Panza un rústico escudero de aspiraciones menos nobles, más a ras de tierra, pues como él mismo decía no se hizo el hocico del asno para la miel.
Pero sucedía que Quijano, por su edad, tenía ya muy mal barajada la memoria, de modo que confundía los papeles que interpretaba, ponía lagunas y errores en sus monólogos, y, para cubrir esas fallas, extremaba los efectos truculentos hasta llevarlos a la parodia involuntaria. Para disimular esos defectos de su compañero, Sancho, que al principio había querido actuar en registro serio pero iba descubriéndose una vena cómica, metía chistes improvisados que llamaba morcillas (las únicas que suelen llenarme la boca, decía sonriéndose), e iba logrando que dramas y tragedias regocijaran al bajo pueblo.
Al acabar cada función, Sancho pasaba el sombrero y recolectaba las monedas.
La calavera
Paseaban el príncipe y el amigo por el cementerio. Al llegar junto a una tumba recién removida, vieron una calavera y una ruda cruz con la inscripción:YORICK
BUFÓN DE LA CORTE
RIP
Hamlet tomó la calavera y exclamó:BUFÓN DE LA CORTE
RIP
-¡Ay, pobre Yorick, lo conocí, Horacio! -y besó los descarnados dientes.
Pero como en la tierra removida las osamentas estaban desordenadas, la calavera no pertenecía a quien en vida fuese el bufón Yorick, sino a quien había sido la hermosa e inocente y llorable doncella Ofelia. Y el espíritu de la muchacha enrojeció de humillación e ira.
¡Haber muerto de amor a Hamlet y oír ahora que el adorado la confundía con un mísero payaso... y feo y jorobado, por si más faltara!
Inencontrables
El príncipe despertador besó a la bella durmiente, que despertó mientras él se dormía, y ella entonces lo besó a él, que despertó mientras ella volvía a dormir,y entonces él...
(Así sucesivamente).
La cabeza parlante
Los sombríos viejos de una aldea remota llegaron a consultar a la Cabeza Parlante.-Sabia Cabeza, en nuestra aldea todos nos vemos con el ceño fruncido, no nos aguantamos y quisiéramos volver a la ancestral concordia.
Habló la Cabeza:
-Levantad una estatua a cada habitante. Con lo cual, a la vez, levantaréis los ánimos.
-Demasiado caro para la comunidad, sabia Cabeza.
-Entonces levantad en la plaza un solo pedestal grande y suntuoso si es posible, y cada día ha de instalarse en él uno de vosotros, y cuando todos hayan cumplido su día de pedestal, volved a comenzar, y sea esto costumbre gratuita y obligatoria...
-Pero, sabia Cabeza, eso será un tormento para el estatuado, y encima hará reír a los demás.
-Precisamente -dijo la Cabeza, cerrando los ojos en señal de despedida.
Una pasión en el desierto
El extenuado y sediento viajero perdido en el desierto vio que la hermosa mujer del oasis venía hacia él cargando un ánfora en la que el agua danzaba al ritmo de las caderas.- ¡Por Alá -gritó-, dime que esto no es un espejismo!
-No -respondió la mujer, sonriendo-. El espejismo eres tú.
Y
en un parpadeo de la mujer
el hombre desapareció.