Fernando Aramburu. Foto: Rafel Durán
Hay quien piensa que era esta la novela que Fernando Aramburu tenía que terminar escribiendo. Patria (Tusquets), que llegará a las librerías el 6 de septiembre, recorre treinta años de historia del País Vasco, los que van de los “años de plomo” al fin, parece que definitivo, de la violencia etarra en 2011. La mujer de un asesinado por los terroristas regresa a su pueblo, al pueblo del que se tuvo que ir, y en el que aún viven los verdugos, para que alguien le pida perdón. ¿Pero podrá hacerlo en paz?
La entrevista se desarolla la semana en que la Junta Electoral ha informado de que Otegi, inhabilitado por la Audiencia Nacional, no puede, con la ley en la mano, ser candidato a lehendakari en las próximas elecciones vascas del 25 de septiembre. Aramburu es tajante respecto a la posibilidad de que, en un futuro, el exmiembro de ETA llegue a dirigir el Gobierno vasco: "Opino que el tiempo histórico de este señor ya pasó". Pero Otegi volvió, y entre vítores y ostentosas bienvenidas. ¿Están pudiendo las víctimas al menos volver en paz? Aramburu vive lejos (en Alemania desde 1985, adonde se fue después de conocer a su actual esposa), pero aventura que quizás ahora "los perseguidos pueden de nuevo pisar las calles que antes les estaban vedadas".
El lodo de los mayores
Los que nacieron en los ochenta, los años más duros del terrorismo de ETA, ya rondan o superan los treinta años. ¿Son conscientes de lo que ocurrió? ¿Ha hecho mella en ellos ese pacto implícito de silencio que ha regido en el País Vasco durante las tres décadas que se recorren en Patria? "Un pacto de silencio se da a menudo, por no decir siempre, después de periodos históricos atroces -opina el escritor-. Y esto es así porque dicho pacto más o menos tácito está en la naturaleza del ser humano. A mí, de niño, la guerra civil me traía al pairo y, cuando mi padre empezaba con el cuento, yo miraba para otro lado. Mi suegro alemán, que vivió la guerra en su país siendo adolescente, me cuenta que tras la capitulación de 1945, con su ciudad destruida, la gente no quería saber nada de bombardeos, crímenes y miseria, y no pensaba más que en rehacer su vida, alimentarse y ser feliz. Los jóvenes no están obligados a embadurnarse con los lodos de sus mayores. No obstante, tienen derecho a que los contemporáneos del terrorismo construyamos con aportaciones diversas un espacio de la memoria, donde ellos y otros que nacerán más adelante encuentren respuesta a sus posibles interrogantes". P.- Al mezclar tiempos narrativos en la novela, la sensación que tiene el lector es que los personajes están atrapados en el pasado. ¿Quería que esta fuera una de las aportaciones de la novela: mostrar que el terrorismo, entre otras muchas desgracias, genera en la sociedad una incapacidad para avanzar? R.- Conocer de antemano el final me permitió trazar el dibujo general sin someterme a un criterio estrictamente cronológico. Seguí la técnica del puzle, llenando espacios de la historia de tres en tres piezas o capítulos salvo algunas excepciones. Confío en que estas cuestiones de técnica literaria no distraigan la atención de los lectores. Es posible, por lo demás, que yo esté convencido de que quienes practicaron el terrorismo y quienes lo padecieron no logren superarlo jamás, aun cuando ahora, de puertas para afuera, pongan buena cara.Fanatismo en todas partes
P.- ¿Se planteó situaciones o personajes que se pudieran interpretar en clave simbólica? Pienso en Arantxa, criada en una familia abertzale, y en su incapacidad para reaccionar como símbolo del silencio que tuvieron que mantener los que pensaban diferente en el País Vasco. R.- La verdad es que no. Tampoco soy tan ingenuo como para ignorar que mucho de lo que se cuenta en mi novela es susceptible de interpretaciones simbólicas. Esto lo dejo a la decisión de los lectores.P.- Vemos en la historia de Joxe Mari [el hijo etarra de Miren] que la radicalización a menudo estaba en la calle, y no en casa. ¿En qué medida pesaban una cosa y la otra? ¿Era la ideología abertzale algo que estaba más fuera que en las familias? R.- El fanatismo, como las corrientes de aire, se cuela por todas partes. Lo mismo sopla por las calles y plazas que se mete en las casas. Y cuanto más pequeña es la población y, por tanto, mejor se conocen los lugareños, más difícil es escurrir el bulto. P.- Hay otro tipo de radicalización, en la figura de Miren: la de los padres o familiares de los presos que se fanatizan después de sus hijos o parientes, por, de alguna manera, ponerse de su parte. R.- Aquí entramos en zonas del alma humana que acaso requieran una explicación psicológica. Si la policía detiene y maltrata a tu padre, si tienes un hijo encarcelado, no importa en ambos casos por qué razón, no es imposible que los lazos de sangre, incluso el amor, te empujen a tomarte la justicia por tu mano, a la venganza, a algún tipo de resarcimiento. Se sabe que más de un joven ingresó en ETA después de haber recibido golpes y humillaciones en un cuartelillo.
Raza y racismo
P.- ¿Se habla poco del papel de la Iglesia, desde obispos a párrocos de pueblo, en el consentimiento y hasta la justificación del terrorismo de ETA? ¿Por qué un cura terminaba simpatizando con los terroristas? R.- Reconozco que los curas de mis novelas son lo contrario de santos. ¿Habré leído en exceso a Baroja? Esto, en cualquier caso, no presupone que en la vida real todos sean como los hombres con sotana de mis novelas. Algunos, sí, tienen mucho pecado. No hay más que leer los relatos historiográficos o darse una vuelta por las hemerotecas para adquirir constancia de ello.P.- ¿Cree que ha existido, desde el principio, una confusión entre lengua y cultura? R.- Esta fue sin duda una cuestión candente en los días de mi juventud, recién muerto Franco, cuando aún persistía el vivo temor por la posible desaparición del idioma vernáculo. En este sentido, se han hecho a mi juicio las cosas de una manera razonable. Yo al menos, cuando viajo a la zona, percibo calma, normalidad y voluntad pedagógica en los asuntos concernientes al euskera. Su aprendizaje está garantizado en los colegios. Sobre su presencia en las calles, supongo que esta varía según las zonas. Lo que sí sé es que da prestigio hablarlo. Espero que no se caiga en el error de politizar el idioma o de usarlo con fines partidistas. P.- Jon Juaristi decía recientemente que hoy "gran parte de lo que pasa por cultura vasca es una subcultura nacionalista". ¿Está de acuerdo? Ahora que está de moda hablar de hegemonía cultural, esa apropiación de la cultura por parte de los nacionalistas, ¿qué importancia tiene en la creación y sostenimiento de ETA? R.- Hay una pared contra la cual el nacionalismo se estrella siempre. Es la pared de su condición dogmática, que sólo permite al escritor y al artista una opción: la propaganda. El nacionalismo vive de sus adeptos. Vasco o no, cuando se mete a enredar en los hilos de la cultura, no entiende más que de repetición de lo que ya existía. Todo nacionalismo, aunque se diga de izquierdas, es por definición tradicionalista y, por tanto, una rumia de lo propio. Se siente a gusto con el bertsolari, la txalaparta, las danzas folklóricas y otras formas culturales antiguas transmitidas de generación en generación. Quienes ya están familiarizados con dichas formas se reafirman con ellas en unas señas de identidad. Este ejercicio mengua la facultad creativa de los individuos con talento. No sé si es esto lo que Juaristi quería decir. Creo que el artista que ponga sus aptitudes al servicio de una causa dogmática lo tiene difícil para ofrecernos una obra capaz de abrir nuevas perspectivas y cambiar nuestra mirada al mundo. @albertogordom