Elizabeth Strout. Foto: Booker Price Foundation
Elizabeth Strout (Portland, 1956) publica nueva novela. Una noticia que movilizó a miles de lectores en Estados Unidos y que no debería pasar desapercibida en España.Hablamos de la autora que ganó el Pulitzer en 2009 con la magnífica Olive Kitteridge, una obra que le proporcionó la fama y cuyos derechos compró Joel Coen para hacer una excelente miniserie que protagonizó Frances McDormand.
Este famoso libro se componía de lo que parecían trece relatos conectados entre sí que en realidad conformaban una gran novela. Asistimos al leerlo a las contradicciones de una maestra jubilada con un carácter fuerte y a la vez compasivo que se relaciona con los habitantes de un pequeño pueblo de Maine. Un lugar que recuerda en algo al Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson.
Elizabeth Strout, digámoslo ya, es hoy una de las voces más originales e interesantes de la narrativa norteamericana. Aunque fue publicada hace años en España no ha logrado todavía traspasar la barrera de un número mediano de lectores bien informados.
Hija de maestros, tuvo una infancia rural en una zona aislada de Maine y en New Hampshire. La autora ha confesado que en aquel ambiente tan puritano siempre tenía la sensación de que el mundo exterior era aterrador y peligroso. No había televisión, ni salidas, ni fiestas con chicos y cuenta que cuando llegó a la Universidad solo había visto 101 Dálmatas y El milagro de Ana Sullivan.
Pero nunca habla de una infancia pobre.
Por eso al leer Me llamo Lucy Barton, su última novela, no sabemos (ni debería importarnos saber) hasta qué punto es una historia autobiográfica. Así lo subraya una escritora ficticia, amiga de Lucy, cuando afirma que su trabajo "no es explicar la diferencia entre la voz narrativa y la opinión particular del escritor".
En esta nueva novela, recién publicada en España, la autora nos revela su plan desde la primera página. Nada más arrancar extiende ante nosotros un mapa de la vida de Lucy, algo así como un pergamino que marcase los límites y las condiciones de lo que va a contar. Con sus borrones, sus pentimenti, sus tachaduras. Y con todo lo que no se dice. Empieza marcando el espacio y el tiempo, esas nueve semanas que pasó en un hospital de Manhattan con una enfermedad que no acababa de diagnosticarse. En la segunda página señala a los personajes: ese marido que no va a verla, esas niñas a las que tanto echa de menos, ese medico que, casi sin ocupar espacio en el texto, será tan importante y del que luego dirá: "Quise a aquel hombre durante muchos años".
Y a continuación, y en ese mismo tono suave que parece no darle demasiada importancia a lo que cuenta, nos presenta el verdadero acontecimiento del libro. La aparición de su madre, a la que llevaba muchos años sin ver, que de repente viene a visitarla. Una mujer mayor que se sienta junto a su cama y que no vuelve a separarse de su lado en los cinco días y noches que siguen a su llegada.
Y todo lo cuenta la propia Lucy desde una primera persona muy sobria que es a la vez potente y distante, emotiva y carente de sentimentalismo. Una voz que habla desde el futuro y que arrastra al lector tanto o más que la propia historia que se está contando.
Y será desde ese pequeño esquema tan elemental, pero tan claro, de dónde va a ir surgiendo una cascada de historias nutridas por esas dos mujeres de pueblo que son siempre más complicadas de lo que parecen. Relatos sobre las decepciones y las ilusiones que han tenido sus vidas y las de sus vecinas. Un diálogo muy vivo entre una madre y una hija que nunca hablan de que han estado separadas.
Es curioso observar cómo Lucy quiere hablarle a su madre de su presente, de su marido, sus hijas, su trabajo de escritora y cómo la madre la lleva todo el rato al tiempo en que vivían juntas. Sin decir demasiado, sin hablar de lo que las distanció, va paseando a su hija por los terrenos de su memoria. Y curiosamente esos lugares se parecen, al menos durante un fragmento de la novela, a Olive Kitteridge, con sus cotilleos de pueblo y con esas observaciones sobre las cosas que le suceden a la gente esos días en los que parece que no ha pasado nada.Investiga lo que fluye debajo de lo que aparece en la superficie, emociona porque arma detalles para hacernos ver el alma de las cosas
En ese entorno rural, en esa pobreza que se cuenta sin dramatismo, de nuevo fluye una realidad que, apenas nombrada, se lee con avidez. Porque lo que está detrás de esta historia aparente, una mujer enferma que quiere hacer las paces con su madre, trata en realidad de cómo el pasado a veces acaba alcanzándonos y de las estupideces que a menudo nos separan para siempre de las personas a las que más queremos.
Strout es una narradora atada a la tierra y a los dos o tres temas básicos que nos importan en la vida, más allá del éxito o el dinero. Alguien que habla desde renglones secretos, que investiga lo que fluye debajo de lo que aparece en la superficie. Que emociona porque se arma detalles para hacernos ver el alma de las cosas y que también sabe callarse cuando hace falta. Porque es mucho lo que se dice precisamente desde sus silencios… un arco narrativo muy amplio que va desde la pobreza y la soledad, hasta a la alegría pasando por todos los estadios intermedios. Y que se hace sin una brizna de autocompasión.
A pesar de todo, en esta historia no se evita la dureza de la época en que vivían en un garaje. Esos episodios del padre de Lucy cuando sacaba "esa cosa" o cuando les pegaban y mandaban a su hermano a dormir en la cuadra en medio de los cerdos. La otra cara de la moneda es la emoción de Lucy por haber recuperado a su madre: "¡Ah qué feliz me sentía hablando así con ella!" o "Estuve dormitando mientras escuchaba la voz de mi madre. Pensé: Esto es todo lo que quiero."
La novela es corta pero eso no debe confundirnos. Son los temas que toca, su llegada a Nueva York, sus amigos, la escritura y cómo se llega a ser escritor, etc. El sabor que queda después de su lectura es hondo, y puede que la historia trate de algo más. Del paso del tiempo, claro, como tantas novelas, pero quizá también de que cuando nuestros padres ya no están, nos convertimos en otros. Dejamos de ser hijos.
La novela abarca, puede que a propósito, solo esa primera parte de la vida de la protagonista. Como si hasta ese momento del encuentro con su madre y hasta la muerte de sus padres, a pesar de todo lo que le ha pasado, Lucy Barton no hubiera dejado nunca de ser una niña. Léanla, lean a Elizabeth Strout.