Emma Cline

Emma Cline tiene 27 años, creció en California y desde que era niña oyó hablar a sus padres del asesinato de Sharon Tate. Luego creció, fue alumna de Richard Ford, y escribió la novela por la que Penguin Random House (Estados Unidos) ha pagado más de dos millones de dólares: Las chicas (Anagrama), una vuelta de tuerca a lo que ocurrió el verano de 1969 cuando Charles Manson decidió que iba a ser más famoso que los Beatles.

Emma Cline creció en California, en una casa que, dice, entre risas, tenía aspecto de comuna. "Somos cinco hermanas y yo soy la mayor de todas ellas", confiesa. Normal, dice a continuación, que le guste leer. "Leer era la única manera de aislarme. De quedarme al margen, durante un rato, de poder estar sola", recuerda. Quizá, sin todos esos hermanos, la pequeña Cline jamás hubiese pensado en ponerse a escribir un libro. Y el mundo estaría huérfano de Las chicas (Anagrama), su primera novela, brillante e intensamente absorbente, según Richard Ford, que fue su profesor de narrativa en la universidad. Universidad que Cline abandonó hace no demasiado, pues acaba de cumplir los 27. Recuerda que el primer día, a la primera clase de Ford, llegó tarde, y que Ford le dijo que ya podía irse por donde había venido, y ella se echó a llorar. "De él aprendí que lo más importante es que te expreses al máximo, en todo aquello que hagas. Y esa ha sido mi obsesión mientras escribía Las chicas. Me preguntaba todo el tiempo si estaba expresándome al máximo, si estaba siendo yo al 100%", dice.



Las chicas es la historia de Evie, una niña de 14 años que, después de tener un encontronazo con su mejor amiga y quedar completamente al margen de la vida de sus padres, divorciados, tratando, cada uno, de abrirse camino, ser felices, otra vez, se enamora perdidamente, platónicamente, de Suzanne, una de las chicas que viven en el Rancho, junto a un tipo francamente popular y por entonces (1969) aún no aparentemente peligroso, Charles Manson, y decide empezar a pasar tanto tiempo como le sea posible con ella y el resto de las chicas de la Familia que, poco después, acabaría en la cárcel por cometer un atroz asesinato. En la novela no hay ni rastro de Sharon Tate y a Charles Manson se le llama Russell, pero Cline está tomando lo que pasó aquel mes de agosto de 1969 como punto de partida para "fabular", dice, sobre lo que ocurrió.



¿Su intención? Radiografiar el poder que todas aquellas chicas sin ningún tipo de poder amasaron, durante una fracción de segundo. O reflexionar sobre el porqué de lo femenino, y su sentido. Sobre cómo es posible que no exista nadie en el mundo que pueda admirar a una mujer de la manera en que necesita ser admirada que otra mujer. "Los personajes masculinos, en la novela, incluido el propio Russell - el nombre tras el que se enmascara Manson - son simples. Las chicas son mucho más complejas. Y aunque, como decía, no tienen poder, ninguno, están a expensas de ese hombre, sin embargo ejercen un magnetismo y un poder increíble sobre otras chicas. Chicas como Evie", apunta Cline, que para nada se ha basado en sí misma para perfilar en personaje de Evie, y tampoco, dice, tiene éste nada de nadie que existiera en realidad. "Mientras leía sobre los asesinatos descubrí la historia de una niña de 14 años a la recogieron en la puerta de un colegio y supongo que era en ella en quien pensaba cuando empecé a escribir sobre Evie", confiesa. Evie tiene exactamente 14 años cuando empieza todo. Y está a punto de vivir su último verano. Su último verano libre de culpa.



Pregunta.- ¿De dónde viene su obsesión por Charles Manson?

Respuesta.- No lo sé, aunque Manson es alguien de quien he oído hablar desde niña. Mis padres son de California y eran adolescentes en la época en la que sucedieron los asesinatos, así que, en casa, hemos convivido con la Familia Manson desde niños, mis hermanos y yo. La primera vez que oí hablar de él tenía seis años. Y enseguida me interesé por las chicas, porque me aterrorizaba la idea de lo que habían hecho. Y lo primero que vi fueron sus fotografías. Las fotografías del colegio. Y luego las de los asesinatos. Y siempre me había preguntado qué había pasado entre esas dos fotografías. Qué llevaba a lo que parecían chicas normales a matar de aquella manera.



P.- Como se apunta en Aquarius, la serie que protagoniza David Duchovny, y también en el telefilm Manson's Lost Girls, y en su novela, por supuesto, lo que ocurrió entre una fotografía y la otra es que las chicas se perdieron. Es decir, que necesitaron sentirse parte de algo mayor, porque estaban solas y se sentían incomprendidas. Manson actuaba como el líder de una secta en ese sentido.

R.- Totalmente. Hubo un momento en el que la Familia Manson la formaban entre 50 y 60 personas, en su mayoría chicas, adolescentes. Leí que, en una de sus estancias en la cárcel, antes de que todo esto ocurriera, Manson había leído un libro llamado Cómo hacer amigos e influenciar a la gente. Una especie de best-seller para empresarios que en Estados Unidos se hizo muy famoso durante esa época. Y allí leyó cosas absurdas, como eso de que tienes que repetir una y otra vez el nombre de la persona con la que hablas para hacer que se sienta segura contigo y a la vez importante. Estaba muy preparado en ese sentido, y sobre todo se preparó para embaucar a adolescentes.



P.- Manson, por encima de todo, quería ser famoso.

R.- Sí. Quería ser más famoso que los Beatles. Hay algo muy arquetípico en su historia. Un niño al que sus padres no quieren, que pasa la vida en reformatorios, que cree que la única manera de que todo el mundo le quiera es ser muy famoso. Tiene un punto de cuentos de hadas, pero de cuento de hadas macabro.



P.- ¿Por qué cree que la figura de Manson está volviendo a dar qué hablar estos días? ¿Por qué ese renovado interés en la Familia?

R.- Es complicado porque los novelistas en general lo que hacemos es formular preguntas y no creo que seamos indicados para dar respuestas a esas preguntas, pero puedo decir que si sigue ahí, de fondo, y hoy con más fuerza, es porque, desde el punto de vista político, las cosas están tan fragmentadas hoy en Estados Unidos como lo estaban en los 60.



P.- ¿A qué se refiere?

R.- A que el país está muy dividido y hay un sentimiento de agitación, de confusión, que tiene mucho que ver con el que se vivía en los 60.



P.- De hecho, la novela ocurre en dos momentos: el pasado, es decir, 1969, y el presente, de manera que pueden verse, por un lado, la clase de secuelas que formar parte de algo así puede dejarte, y, por otro, que la condición de la mujer no ha cambiado tanto.

R.- Exacto. Me interesaba la perspectiva de la Evie adulta, porque me permitía arrojar luz sobre la joven, tratar de entenderla mejor, además de lidiar con el componente nostálgico, porque en California existe una enorme nostalgia respecto a los 60 aún y eso era algo que quería que estuviera presente, de una forma u otra.



P.- Y relacionar a Evie con una chica que podría haber sido ella, Sasha.

R.- Sí. Sasha y Julian representan el presente que recuerda el pasado a veces con admiración, una admiración mezclada con algo de temor, en su caso, por lo que ocurrió, pero también muestran, por la forma en que se relacionan, que las cosas no han cambiado tanto para las chicas. Ser chica consiste en esperar mientras ellos, los chicos, se lanzan.



P.- Se lanzan y no advierten todo el esfuerzo que hacen ellas, las chicas, por ser admiradas.

R.- Eso es. En el corazón de la novela está esa admiración femenina, ese sentimiento de casi enamoramiento que puede darse entre dos chicas que saben correspondido todo su esmero. Evie sabe exactamente cómo necesita ser observada Suzanne, y Suzanne sabe que lo que Evie está viendo, le gusta, y se siente poderosa frente a ella. Sólo las chicas saben el trabajo ingente que supone ser una chica. Desde pequeñas estamos inmersas en ese mundo de comedia romántica, en ese cuento de hadas, y sólo buscamos destacar entre las demás, que nos observen, llamar la atención.



P.- Ha hablado de Richard Ford, porque se encontraba entre sus maestros, pero ¿ha habido otro escritor o escritora que haya sido clave en Las chicas?

R.- Sí, sin duda Mary Gaitskill. En concreto, Verónica. En Verónica se da una amistad tan extraña entre chicas como la que se da en mi novela, y hay algo de maldad, y luego está también la estructura, que va y vuelve del pasado al presente, y la idea de que no existe una moral clara. Sí, Mary Gaitskill. Y luego quizá también Joan Didion, porque considero su literatura mitología de California.



P.- Hay en Evie, en la Evie adulta, miedo, pero también frustración, una sensación de que el triunfo le fue negado porque no llegó hasta el final, ¿es así?

R.- Sí. Normalmente la gente tiende a pensar que lo que no te mata te hace más fuerte, que si vives una experiencia así, te vuelves alguien más fuerte, pero yo no creo que sea así. Cuando vives una experiencia tan impresionante como esa, lo más probable es que te quedes atascado ahí. Que no puedas continuar con tu vida. Que el pasado, en cierto sentido, te secuestre, y te haga suya para siempre. Evie ha quedado presa en una cárcel psicológica, que considera mucho peor que la cárcel a la que fueron las demás.