Maurice Merleau-Ponty, Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir y Albert Camus. Ilustración de Andreas Gurewich en la portada de En el café de los existencialistas, de Sarah Bakewell
Jean-Paul Sartre se puso pálido cuando oyó a su amigo Raymond Aron hablar de la fenomenología alemana. O al menos así lo recordaría años después Simone de Beauvoir, que estaba con ellos en un bar de la calle Montparnasse, en París, tomando cócteles de albaricoque. Lo que conmocionó a Sartre fue descubrir que, gracias a la fenomenología (que bajaba la filosofía de lo abstracto "a las propias cosas", como decía su fundador, Edmund Husserl), se podía filosofar sobre cualquier hecho u objeto. Incluso sobre los cócteles de albaricoque que estaban saboreando. Aquella revelación fue el primer paso hacia el existencialismo, una corriente filosófica centrada en la experiencia humana y cuyos temas principales son la libertad individual, la responsabilidad y la construcción de nuestra propia esencia a través de nuestros actos y decisiones. Un enfoque de la existencia realmente novedoso para la época y que invita a independizarse de cualquier autoridad moral externa.Con esta anécdota ocurrida en algún momento entre 1932 o 1933 comienza la escritora Sarah Bakewell (Bournemouth, Reino Unido, 1963) En el café de los existencialistas, un ensayo que, al igual que los pensadores retratados en él, también pretende acercar la filosofía al gran público, recorriendo con pulso narrativo la vida y las ideas de las figuras clave de este movimiento que marcó una época sacudida por dos guerras mundiales, el comienzo del pánico nuclear y el hundimiento de todas las certezas humanas. El subtítulo original del libro, Freedom, Being and Apricot Cocktails (Libertad, Ser y cócteles de albaricoque) ha sido cambiado por Ariel, su editorial en España, por otro con más gancho: Sexo, café y cigarrillos o cuando filosofar era provocador. "Me gusta", reconoce la autora. "Sobre todo la segunda parte, porque, en efecto, el existencialismo es una filosofía concebida para transformar la vida de las personas". La mejor muestra del calado que tuvo en la gente son las imágenes del entierro de Sartre. Decenas de miles de personas se echaron a la calle para decirle adiós, algo impensable en los tiempos que corren tratándose de un filósofo, aunque bien es cierto que Sartre sobrepasó ampliamente esa etiqueta.
El existencialismo no tuvo reparos en embarrarse con los problemas del mundo y pronto se sumergió en debates políticos que acabarían enemistando para siempre a dos de sus mayores exponentes, Sartre y Camus. Explica Bakewell que, aunque entre ellos había diferencias filosóficas (Sartre no aceptaba la idea del "absurdo" de Camus, que convertía la existencia humana en algo carente de significado), fueron las políticas las que hicieron estallar su relación. Mientras Camus consideraba que la utopía comunista de la Unión Soviética no justificaba el sufrimiento que el régimen estalinista infligía a sus súbditos, Sartre defendió el consabido cliché del "fin justifica los medios".
En la portada aparecen Sartre, De Beauvoir, Albert Camus y Maurice Merleau-Ponty, pero además de ellos protagonizan el libro otros filósofos precursores de sus ideas, como Kierkegaard, Nietzsche, Husserl, Karl Jaspers y, especialmente, el controvertido (por su conversión al nazismo) Martin Heidegger.
La gran pregunta sobre Heidegger
¿Cómo pudo Heidegger abrazar el nazismo con tanta naturalidad? "Esa es la gran pregunta sobre Heidegger. Mucha gente ha dicho que el hecho de que fuese nazi no afecta a su filosofía y que se puede hablar de esta separadamente. Yo creo que ambas caras de Heidegger sí están conectadas, aunque no de manera directa. Había filósofos nazis sin más; el caso de Heidegger es más complejo", opina Bakewell. "De hecho, hay aspectos de su trabajo que le podrían haber hecho antinazi, especialmente el concepto de Das Man". Este término de difícil traducción alude al "se" impersonal que aparece en frases del tipo "se dice que" o "se asume que", y cuando nos dejamos llevar por él, dejamos de ser auténticos y nos convertimos en borregos. "Esta idea debería llevarte a ser rebelde contra el sistema, a seguir tu camino y no ser barrido por la histeria colectiva. Pero no fue así, Heidegger asoció el nazismo con su idea de ser resolutivo y decidido. Oficialmente, el periodo nazi de Heidegger solo duró cuatro años, de 1930 a 1934, pero en realidad sabemos por sus cuadernos personales que mantuvo su simpatía hacia el nazismo y además nunca dio explicaciones convincentes sobre aquella etapa".Simone de Beauvoir y El segundo sexo
Simone de Beauvoir publicó en 1949 El segundo sexo, un libro fundacional del movimiento feminista. "Creo que aquel fue el libro más importante del existencialismo, porque realmente hizo que mucha gente cambiara su vida. El sufragio femenino había sido aprobado en Francia por primera vez tan solo cinco años antes, después de la ocupación, y las mujeres aún tenían que obtener permiso de sus maridos para abrir una cuenta en el banco. Beauvoir no solo combatió el patriarcado con su obra. Criada en un ambiente burgués, se rebeló contra las convenciones machistas y siempre estudió con tesón para conseguir la libertad y la autodeterminación, "dos cuestiones que sus colegas varones daban por sentadas". Durante 50 años mantuvo con Sartre una relación abierta que permitió a ambos tener otros "amores contingentes", y consideraba que casarse y formar una familia tradicional eran impedimentos para la libertad de la mujer.Obsesión por los filósofos
Este no es el primer ensayo biográfico sobre filósofos que escribe Bakewell. En 2010 publicó Cómo vivir: Una vida con Montaigne, sobre el filósofo francés del siglo XVI que inventó, precisamente, el género del ensayo. En un caso y otro "hay que hacer un gran esfuerzo de imaginación histórica para entender el mundo que vivieron y sobre el que escribieron", aunque en el de los existencialistas aún quedan personas que vivieron aquella época. Para ambientar adecuadamente En el café de los existencialistas, Bakewell visitó los bares y cafeterías, como el famoso Café de Flore, donde Sartre y Beauvoir se juntaban con Boris Vian, Picasso, Giacometti y otros muchos protagonistas de la bohemia parisina. "Aunque estos lugares físicamente no han cambiado tanto, su atmósfera ahora es muy distinta", explica la autora. Para recrear ese ambiente efervescente también miró muchas fotografías de la época y leyó testimonios de personas que vivían entonces en París. "Una de las cuestiones clave que tendemos a olvidar ahora es que el motivo principal por el que iban siempre a los cafés a escribir, a leer y a conversar es que a menudo era el único sitio donde no hacía frío en invierno. Sartre y Beauvoir vivían en hoteles pero aunque suene glamuroso no lo era en absoluto. Las habitaciones eran pequeñas y horribles, no tenían calefacción y normalmente había que compartir baño con otros huéspedes. No eran sitios donde quisieras pasar el día entero, además los cafés eran buenos sitios para trabajar y conocer gente".Bakewell descubrió a Sartre, su puerta de entrada al existencialismo y a la filosofía, a los 16 años, cuando se topó con La náusea. Le llamó la atención su portada con una imagen de Dalí y la frase promocional, que la vendía como una novela sobre la alienación y el misterio del ser. "Sonaba muy bien. Yo misma me sentía confundida sobre quién era o cuál era el significado de la vida, lo normal a esa edad", confiesa. "La novela pinta a un hombre que deambula por las calles de un pueblo, desconectado de la gente y de los objetos. Va a un parque, mira un árbol y se siente sobrecogido por el Ser de este árbol, lo que le provoca náuseas. Yo también me fui a un parque y me puse delante de un árbol, pero no funcionó. No sentí ninguna náusea, pero desde entonces me interesé mucho por las ideas del existencialismo".
@FDQuijano