Son tan reales que parecen fotografías en movimiento. Así son los cuentos póstumos del último descubrimiento anglosajón, la escritora estadounidense Lucia Berlin (1936-2004). No quiero compararla con Raymond Carver, ni con William Carlos William, ni con Truman Capote, Alice Munro o Paul Bowles, pero los textos de esta autora tienen algo de todos ellos y, a la vez, descubrimos una voz completamente diferente, personal e hipnotizante. Sus relatos cortos, 77 en total, aparecen por primera vez reunidos en Manual para mujeres de la limpieza. Autora desconocida hace nada, la también cuentista Lydia Davis los consiguió publicar y, en unas semanas, el libro de esta escritora singular se instalaba en las listas de los más vendidos. Desde entonces, ha alzanzado el éxito allí donde se ha publicado.
¿Pero quién fue Lucia Berlin? Descubrimos retazos de su vida a través de estos textos, breves, sinceros, contundentes. De padre ingeniero muerto en la guerra en 1941, Berlin crece junto a su familia materna, en El Paso, Texas. Confiesa en el cuento “Silencio” que es en casa de sus vecinos sirios donde, de niña, pasa la mayor parte de su tiempo. Después de una estancia en Santiago de Chile, de adolescente, la futura escritora frecuenta las clases altas de la sociedad chilena y cursa sus estudios en la Universidad de Nuevo México, a mediados de los cincuenta, donde fue alumna del escritor Ramón J. Sender. A partir de entonces empiezan sus numerosos vaivenes existenciales. Cuatro hijos de tres matrimonios fallidos que la obligan a cambiar de casa y profesión a lo largo de su vida. De ayudante de enfermería (“Apuntes de la sala de urgencias, 1977”), a mujer de la limpieza, como en el cuento que lleva ese mismo título, Berlin necesita dinero para vivir y tiempo para escribir. Se retrata niña dentista en “Doctor H. A. Moynihan”, asistente de abogados en “A ver esa sonrisa”, y ama de casa en “Lavandería Ángel”. Aficionada al alcohol, con mala salud, solo al final de su vida consiguió obtener cierto reconocimiento como escritora y la Universidad de Chicago le propone impartir unas clases de Escritura Creativa mientras vive como puede en una caravana. Muere de un cáncer de pulmón con 68 años habiendo publicado sus cuentos en revistas y en pequeñas editoriales.
Al leer sus cuentos, el lector toma conciencia de que esta escritora de culto tiene una verdadera voz literaria. Cercana a lo que se ha llamado el “realismo sucio”, es una realidad palpable, vivible en las ciudades americanas, que no busca la belleza ni la palabra elegante. La mirada de esta mujer polifacética es capaz de descubrir la importancia de lo insignificante en lo cotidiano. Sus personajes luchan como ella por sobrevivir en un mundo donde no han elegido nada, ni las enfermedades que padecen (“Triste idiota”), ni la escasez de dinero (“Mijito”), ni la intransigencia de los hijos (“Bonetes azules”). Una mujer siempre lo tiene más difícil que un hombre, advierte Berlin entre las líneas de sus historias. Con esta escritora se tiene la impresión de que las palabras muestran más que una imagen. Como ese personaje al comienzo del cuento “Mamá” dice: “Mamá lo sabía todo (…) Era bruja. Incluso ahora que está muerta me da miedo que pueda verme”.