Un terrorifico Tío Sam en La casa de los 1000 cadáveres (Rob Zombie, 2003)

El libro El imperio del miedo, de Antonio José Navarro publicado por Valdemar, analiza cómo los atentados del 11 de septiembre de 2001 asentaron los pilares de un nuevo cine de horror norteamericano.

Una mañana de un día cualquiera de septiembre resultó anunciar el principio del fin del mundo tal y como lo conocíamos. Las torres del World Trade Center de Nueva York estaban en llamas, un avión había impactado contra la Torre Norte, haciendo que todo el planeta dirigiera su mirada, una vez más, a la ciudad estadounidense, aunque ahora su expresión no era de fascinación, sino de pánico. Un segundo impacto contra la Torre Sur fue retransmitido en directo por numerosos medios de comunicación, que también anunciaron el choque de un tercer y cuarto avión contra El Pentágono y en un campo abierto de Shanksville, respectivamente. Parecía el argumento de una película de terror, pero estaba pasando de verdad, la vida imitaba al arte en un episodio cuyas consecuencias el arte estaba dispuesto a plasmar, cerrando el círculo. El resultado, productos cinematográficos made in USA que Antonio José Navarro analiza en El imperio del miedo (Valdemar, 2016).



"En ocasiones el cine, como el terrorismo, trabaja con sigilo y en la sombra, abrumando nuestro intelecto y emociones antes de darnos tiempo a reaccionar" escribe el historiador y crítico cinematográfico en la introducción al ensayo. No parece haber sido su caso, como demuestra esta reacción en forma de libro, originado en el impacto de ver en directo por televisión el derrumbe de las torres que un año antes había visitado. Éste, junto con su experiencia profesional, le llevó a estudiar y escribir sobre ese nuevo cine de horror norteamericano.



El autor señala la ausencia de auto ironía como una de las características fundamentales de estas películas, en las que "no se frivoliza con el propio cine de terror como artefacto cultural subversivo". La visión que se da de la sociedad americana también destaca: "Sus amenazas están sublimadas en forma de monstruos y psicópatas, las amenazas exteriores, que en este caso serían terroristas islámicos y sus adyacentes, están tratados con una tremenda seriedad y gravedad", explica Navarro. Además, se trata de un cine muy gráfico que deja poco a la imaginación, como afirma el autor: "La violencia y sus efectos se muestran en la pantalla a veces de forma realmente perturbadora, como es el caso de las películas que podríamos etiquetar como torture porn". Por último, la ausencia de seguridad y el pesimismo que originaron los atentados se plasman en la pantalla: "Son películas que no tienen un final feliz, porque el establishment no nos protege, no triunfan ni los policías ni los políticos ni los servicios de asistencia, el orden no puede ser restaurado porque prácticamente no existe", señala el historiador.



En este marco se encuentran la numerosas películas que el autor ha visionado y estudiado, desde Jeepers Creepers (Victor Salva, 2001), estrenada pocas semanas después del 11-S, hasta la reciente La bruja (Robert Eggers, 2015). "He seleccionado los títulos que me parece que representan mejor la evolución de esta tendencia de cine", explica Navarro, apuntando que "es el propio cine el que se va redefiniendo y diluyéndose poco a poco en propuestas diferentes a raíz de aquel impacto". Películas (en su mayoría independientes) que, a base de recrear el horror, pueden servir como terapia para las cicatrices originadas por el mismo fuera de la pantalla, el historiador afirma que "la gente está asustada previamente por muchísimas razones y el cine puede realizar una especie de exorcismo, sale más relajada o quizá su postura ante ciertos temas puede haberse modificado (…) pienso que también es un ejemplo de cine político hecho de contrabando".



Si el autor hubiera tenido que acotar la selección aún más y quedarse con tres títulos norteamericanos que, personalmente, considerase más representativas del cine post 11-S, ésta incluiría la cinta que ilustra la portada de su libro y que supuso el debut cinematográfico de Rob Zombie: La casa de los 1000 cadáveres (2003). "Es una película que recoge una tradición sobre cómo ellos entienden el cine de terror, que no tiene nada que ver con el concepto europeo, es un filme violento, desagradable, surrealista y que nos está hablando de temas estrictamente americanos referentes a ese grupo de jóvenes fascinados por los freak shows que buscan diversión y que acaban encontrando, como se dice literalmente en la película, al hombre del saco", explica Navarro. Saw (James Wan, 2004), la cinta que originó la célebre saga gore es otra de esas obras representativas para el autor, puesto que "es un tipo de película que rompe todos los esquemas, recupera prefectos y estéticas del cine, no solo norteamericano, sino también europeo de los años 70, que es la exhibición de la violencia gráfica, de la tortura, del sadismo mental, es muy producto de su época". El historiador concluye su selección con 30 días de oscuridad (David Slade, 2007), en la que una horda de vampiros atacan un pueblo en el que la noche dura un mes: "Es la expresión extrema del pánico norteamericano a la invasión del extranjero o del terrorista yihadista que hará con nuestros cuerpos y almas lo que quiera".



La casa de Expediente Warren, ¿hogar o maldición? (James Wan, 2013)

El terror que desataron los atentados del 11-S se debió a que mostraron al mundo el horror que el ser humano era capaz de provocar no solo en las películas: "Los terroristas yihadistas hicieron lo impensable (…) no puedes creer que una idea tan simple se lleve a cabo y se ejecute (…) la realidad demostró que se puede crear un gran impacto psicológico y un gran daño físico y material con medios relativamente sencillos", afirma el autor. Algo parecido provocan las películas torture porn, en las que se traspasan los límites de la crueldad entre seres humanos, como explica Navarro: "Se abre un mundo de posibilidades en donde la psicología más oscura del ser humano (…) queda reflejada en este tipo de cine". Una oscuridad con la que también se tiñó la política: "Los servicios de inteligencia norteamericanos, a la hora de luchar contra el terrorismo, justificaron métodos realmente inmorales en alas de la seguridad", afirma el autor.



Horror comprometido

Las repercusiones económicas del atentado, en las que el autor señala el origen de la crisis económica actual, se reflejan en el cine de horror, como ejemplifica la temática de casas encantadas, cuyos protagonistas "suelen ser jóvenes de clase media con sueños de prosperidad o familias que quieren mejorar sus condiciones que se han comprado algo que está podrido, en este caso no es una casa con una hipoteca subprime sino una llena de fantasmas", reflexiona Navarro. Un papel comprometido con la realidad social que, para el historiador, a veces no cumple de forma explícita el cine que se cataloga como tal.



Dentro de este papel también se podría englobar la crítica al miedo a la diferencia, plasmada a través de los monstruos, que no son sino representaciones de todo lo que se encuentra fuera de la norma. Para el crítico los monstruos del 11-S son "muy diversos, representan básicamente el miedo al extraño, en este caso a las comunidades musulmanas que viven en los EEUU, a los países extranjeros con los que no se comparte ningún tipo de vínculo cultural… lo que hacen esos monstruos es poner en la pantalla de una manera metafórica todas esas cuestiones, esos miedos colectivos y personales que los espectadores tienen respecto a los extranjeros". Pero no todos los monstruos proceden de fuera, también los hay en el interior del país, una monstruosidad que "tiene raíces norteamericanas, está en su sociedad, por ejemplo las comunidades aisladas y cerradas endogámicas que viven en las zonas montañosas y remotas de los EEUU", explica el autor.



Además de una determinada forma de entender y tratar a los monstruos, el nuevo cine de horror ha encontrado en el found footage una forma efectiva de acercarse a la realidad, siendo éste uno de los géneros en auge de la última década. Navarro señala su relación con la forma en que se difundieron las imágenes de los atentados del 11-S, algo de lo que no solo se ocuparon los canales de televisión, sino que las grabaciones privadas fueron una gran contribución: "La realidad estaba siendo captada de una manera no profesional e inmediata (…) de ahí la idea de que el cine found footage y el mockumentary nos está revelando una verdad oculta".



El imperio del miedo inicia sus páginas con la opera prima de Rob Zombie, La casa de los 1000 cadáveres (2003) y termina con su última obra, financiada mediante crowdfunding y estrenada este año, 31, que el autor señala como el fin del torture porn. Si bien Navarro cree que el cine de Zombie es excesivamente personal como para erigirse como aglutinador de toda una forma de entender el cine de horror, señala que un personaje como él sería impensable en los años 80 o 90, no hubiese podido hacer el cine que ha hecho, que "se toma muy en serio la vida y el cine, quiere hacer terror de forma respetable y llena de sentido". Por ello, el director es, para Navarro, "el ejemplo de artista americano muy arraigado en su cultura, que mira al mundo, a EE.UU. en este caso, y ve cosas que le inquietan", el tipo de visión que le permite llevarlas a la pantalla para provocar en el espectador sustos y reflexiones a partes iguales.



@sergi02