Los libros literarios de Paloma Díaz-Más (Madrid, 1954) de los años 80-90 se inscriben en la narrativa culturalista y descomprometida propia del momento. El rapto del Santo Grial o El sueño de Venecia se afincan en el gusto por el fantaseamiento histórico grato a los prosistas “novísimos”. Pero no se recluyó en aquella veta refinada y minoritaria, y parte de su obra posterior pertenece a un ámbito completamente distinto, casi en las antípodas del anterior. Se decantó por relatos muy comunicativos, al alcance de un amplio sector de lectores, aunque no pensados para quienes buscan la gratificación barata del best seller, y, lo más llamativo, olvidó el registro fantástico e inventivo. Pasó a escribir una prosa de tipo confesional que refiere sencillas experiencias cercanas. Así ocurre en Lo que aprendemos de los gatos, irónica desmitificación de nuestra especie, en Una ciudad llamada Eugenio, reportaje y reflexión a partir de una estancia en Estados Unidos, o, más interesante, en Como un libro cerrado, retrato del artista adolescente y crónica sentimental de la generación de la escritora.
Lo que olvidamos da continuidad a la afición intimista de Paloma Díaz-Mas que revelan esta serie de obras. El título, como se ve bastante ilustrativo, se refiere a la pérdida de memoria que se produce al llegar a edad avanzada. Bajo esta idea genérica, la autora aborda un grave problema de este tiempo de sociedades cada vez más envejecidas, el alzhéimer, con el bucle de sabidas y dramáticas consecuencias, la disminución de capacidad intelectual, los daños físicos y la desorientación espacial y temporal, además de la señalada. Díaz-Mas reproduce con detalle el proceso y resultados de la enfermedad, pero, claro, no escribe un tratado médico. Lo que hace es darle encarnadura humana a esa situación angustiosa para la víctima y para sus allegados. Ignoro, aunque sospecho que sí, si el relato tiene una base autobiográfica, pero, en cualquier caso, la historia está referida con una gran autenticidad y tiene los componentes de observación y emoción que la convierten en una pieza literaria. No estamos ante un documento técnico o sociológico, ni ante una reflexión abstracta, aunque tenga no poco de todo ello.
Díaz-Más lleva a cabo una recreación sostenida en el relato de una experiencia dolorosa a partir de un afinado arte de contar episodios relevantes de ese calvario. El libro posee una base anecdótica concreta: una hija visita en una residencia de ancianos a su madre demenciada. En el penoso lugar entabla dolorosas relaciones con otros enajenados. A partir del presente, la protagonista vuelve la mirada atrás, rescata su trayectoria entera y llega al paraíso de la infancia y de los tratos cálidos con su madre. Este asunto, el de las relaciones madre e hija, que ha suscitado en años recientes notable interés (la propia Díaz-Mas participó con el cuento “La niña sin alas” en el libro colectivo Madres e hijas, junto a Carmen Laforet, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite y Esther Tusquets, entre otras autoras), es motivo destacado de la obra.
Ambas líneas, el presente triste y el pasado agridulce, corren el riesgo de dejarse arrastrar por sendas tentaciones, las del patetismo y el reblandecimiento sentimental. En ninguno de ambos peligros cae la autora y su relato es escueto, sencillo, equilibrado en las emociones y amenizado con prudentes brochazos de humor en algunos pasajes donde refiere excentricidades maternas. En balance general, Díaz-Mas da altura creativa a una materia sucinta detrás de la cual también reconocemos una novela de aprendizaje de la vida. Lo que olvidamos es narración cordial e intensa, despojada de artificios inútiles, amena y emocionante. Sorprende, sin embargo, que este relato tradicional incurra en la ingenuidad formal de encadenar sus 75 breves secuencias como si fuese un formulario burocrático.