William Finnegan
El año 2015, William Finnegan, un californiano que creció montando olas en Honolulu y recorrió, más tarde, medio mundo en busca de la ola perfecta, ganó el Pulitzer de no ficción con Años salvajes (Libros del Asteroide), un ensayo que es un libro de memorias y un tratado sobre el surf como pasión sin la que no se puede vivir. A su paso por España, el hoy reputado cronista político del New Yorker nos cuenta qué le llevó a escribir la que se ha considerado "el mejor libro sobre surf que se ha escrito jamás".
Pregunta.- Años salvajes puede leerse como un libro de memorias y como un libro sobre el surf y es, de hecho, las dos cosas, y arranca en el momento en el que su familia se traslada a Hawái. Pero para entonces usted ya tenía una tabla y surfeaba, ¿cómo llegó al surf?
Respuesta.- Crecí en California, junto al mar. A los 10 años ya tenía conciencia de lo que era el surf y había estado observando las olas. Un surfista debe observar las olas durante un determinado tiempo antes de empezar a intentar montarlas. Debes educar la mirada, entender cómo se forman y cómo pueden acabar rompiendo. Es distinto en cada sitio, pero si educas tu mirada durante el tiempo suficiente, no tardas en darte cuenta de cómo son en cada uno de los sitios en los que pretendas surfear.
R.- Sí. Yo había empezado a ponerme en pie a los 10, pero no fue hasta que nos mudamos a Honolulu cuando me lo tomé en serio. Después de todo, nos íbamos a un lugar mítico por sus olas. Aquello era otro nivel. Por eso el libro empieza en ese momento. Además, no sólo sufrí el cambio de ciudad, sino también el cambio de escuela, claro. Había vivido en una burbuja hasta entonces. En un barrio suburbial, blanco, de California, donde todo era perfecto. Y llegué a Hawái y acabé en una escuela pública en la que yo era prácticamente el único blanco. A los blancos nos llamaban 'haoles', y éramos una minoría muy pequeña y nada popular. Por primera vez era un extranjero, y tenía que aprender a sobrevivir en un mundo hostil. Viví todo el asunto de las bandas, el racismo, la lucha de clases. Todo, allí. No sé, a veces me digo que si he acabado haciendo lo que hago, escribiendo sobre conflictos en todo el mundo, es en parte porque yo formé parte de uno.
P.- Ha dicho usted en numerosas ocasiones que después de vivir el apartheid en Sudáfrica, como profesor de instituto, decidió que lo suyo no sería la novela sino el periodismo, y el periodismo político, ¿quería ser usted novelista?
R.- No sólo quería serlo sino que escribí tres novelas, y estudié literatura en la universidad, pero a la vez no podía dejar mi otra vida, la vida de surfista, porque desde que vi aquella película, aquel documental, Endless summer, me dije que iría en busca de olas por todo el mundo y era lo que estaba haciendo. Viajaba por todo el mundo y allá donde estuviera trabajaba de lo que fuera. Trabajé durante mucho tiempo como guardagujas, cambiando las vías del ferrocarril, y luego escribí una novela sobre todo aquello. Por aquel entonces yo ya intentaba ser menos críptico. Porque al principio admiraba muchísimo a James Joyce y todo lo que escribía tenía que ver más con la forma que con lo que quería contar. Con el tiempo, mi narrativa se fue haciendo cada vez más sencilla, más fácil de seguir, más transparente, porque empecé a darme cuenta de que lo que quería era contar lo que estaba viviendo. Recuerdo que llevé aquella novela sobre trabajar en un ferrocarril a un editor y me dijo que no se entendía nada. Y lo cierto es que he vuelto a leerla hace poco y yo mismo no he entendido nada, pero en aquel momento me parecía maravillosa.
P.-¿Y cómo acabó en Sudáfrica?
R.- Oh, sí, Sudáfrica. En mi largo viaje en busca de olas, tenía que parar obligatoriamente en Sudáfrica, porque era allí, según la película, donde se encontraba la ola perfecta. Cuando llegué, estaba sin blanca y busqué trabajo. Me salió trabajo en un instituto. Y era una época muy dura. La época más dura del apartheid, y de repente, compañeros míos, alumnos míos, acababan en la cárcel, por decir lo que pensaban. Fue entonces que empecé a fijarme en el activismo. Empecé a admirar muchísimo a toda esa gente que se jugaba la vida por los demás. Y me dije que con la ficción no iba a ningún sitio, que lo que había que hacer era contar la vida de toda aquella gente. Contar todo aquello. Todas las injusticias del mundo. Yo tenía veintimuchos entonces. Había pasado dos años allí, esperando ver la ola perfecta. Como nunca llegó, decidí volver a Estados Unidos y hacerme periodista.
P.- Años salvajes empezó siendo un reportaje, ¿verdad?
R.- Sí, escribí un reportaje sobre un amigo mío, surfista, hace 20 años, y a mi editor le gustó mucho y me dijo que podría hacer un libro sobre el surf. Yo le dije que me encantaría pero siempre se me interponían los temas reales, los temas basados en cosas que estaban sucediendo en aquel momento, y el libro sobre el surf iba quedando atrás. Iba y volvía a él y siempre lo disfrutaba porque, a diferencia de la prisa y la tensión con la que tengo que escribir el resto de mis reportajes, esto lo escribía con total tranquilidad, tomándome mi tiempo, rememorando buenos momentos, y sobre todo, algo que me apasiona y que no tiene nada de malo, al contrario. He disfrutado mucho estos 20 años escribiéndolo.
P.- ¿Tuvo miedo en algún momento de que 'salir del armario' como surfista restara credibilidad a su trabajo como cronista político?
R.- Sí, muchísimo miedo. La sensación que tenía era la de que a un surfista no podía tomársele en serio. Y realmente me tomé la escritura de este libro como una especie de 'outing', porque estaba arriesgándome a perder toda mi credibilidad. Pero cuando publiqué el reportaje no pasó nada y ya vi que no tenía nada de malo. Y que me dieran el Pulitzer lo cambió todo.
P.- ¿Cree que su Pulitzer ha hecho que se respete más al surfista desde un punto de vista intelectual?
R.- Han pasado dos cosas. Que en ambientes literarios, efectivamente, ahora la sensación es que puedes ser un escritor serio y surfista, así que podría decirse que se ha ganado el respeto que nunca antes tuvo. Y en el mundo del surf, se extrañan. A ellos les encantaba el libro, todos lo habían leído antes de que ganara el Pulitzer, y les sorprendió muchísimo que lo ganara. En plan, ¿cómo, que un libro de surf ha ganado el Pulitzer? Pero luego ha pasado algo bonito con los lectores, y es que muchos se han acercado a las presentaciones y me han dicho que el libro les da esperanzas. Que se lo regalan a sus hijos, que sólo quieren surfear, que no piensan estudiar ni nada más, y les dicen: 'Lee esto. Este chico hizo lo mismo que tú quieres hacer, pero muchas cosas más. Se puede tener todo'. Eso me fascina.
P.- ¿Diría que, durante todo este tiempo, ha tenido una vida pública y una vida secreta?
R.- Sí, pero mi vida secreta ha dejado de ser secreta. Lo cierto es que el surf para mí nunca ha sido un mero pasatiempo. Ha sido, desde el principio, una obsesión. Un refugio. Las olas eran el campo de juego pero también la finalidad, la meta. He invertido un montón de tiempo en ello. He viajado muchísimo. Llevo 50 años buscando olas y no pienso dejar de hacerlo.
P.- ¿Y no ha pasado miedo?
R.- Mucho, por supuesto. Como surfista debes conocer tus límites. En ese sentido es un deporte raro, porque cuando lo aprendes, desde niño, tienes que lidiar con el miedo. No es como el fútbol, en el que das por supuesto que si fallas, no vas a morir. Aquí puedes morir si te equivocas. Yo he tenido accidentes. Una vez una ola me reventó el tímpano y estuve a punto de no lograr salir del agua porque quedé completamente desorientado. La moraleja es que debes conocer tus límites, y tenerlos muy presentes, siempre. Por supuesto que hay surfistas sin límites, son los que buscan las olas grandes, pero sólo hay uno de esos por cada 10.000 de los demás. Lo que tengo claro es que a mi edad no pienso hacer ninguna tontería. Si no lo veo claro, prefiero pasar.
@laura_fernandez