Image: La evolución de Dios

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Letras

La evolución de Dios

Robert Wright

4 noviembre, 2016 01:00

Robert Wright. Foto: Ted.com

Traducción de Mara Vázquez. Léeme. Madrid, 2016. 416 páginas. 19,90€

Dios se ha dulcificado. El dios que adoran la mayoría de occidentales se disgusta de vez en cuando por el aborto o el matrimonio homosexual, pero es un blandengue comparado con el Yavé de la Biblia hebrea, un dios guerrero salvajemente tribal, profundamente inseguro de su estatus y dispuesto a perpetrar asesinatos en masa para alardear de su poder. Pero, por lo menos, Yavé tenía sólidas ideas morales sobre cómo se debían comportar los israelíes. En cambio, sus antecesores cazadores-recolectores eran unos dioses cazurros. No tenían la menor idea de moralidad, su pueblo les gritaba a menudo y eran propensos a las obsesiones estrafalarias.

En La evolución de Dios, su brillante nuevo libro, Robert Wright (Lawton, Oklahoma, 1957) cuenta la historia de cómo Dios ha madurado. Empieza por las deidades de las tribus cazadoras-recolectoras, pasa a las de las jefaturas y las naciones, luego al politeísmo de los primeros israelitas y al monoteísmo que lo siguió, para continuar con el Nuevo Testamento y el Corán antes de concluir con los modernos dioses multinacionales del judaísmo, el cristianismo y el islam. A lo largo de toda la obra, el tono del autor es razonado y prudente, incluso vacilante, y resulta agradable leer sobre cuestiones como la moralidad de Cristo y el sentido de la yihad sin tener la sensación de que te están hablando a voces. Sus opiniones, sin embargo, son provocadoras y polémicas.

En marcado contraste con muchos contemporáneos laicos, Wright es optimista en relación con el monoteísmo. En Nadie pierde: La teoría de juegos y la lógica del destino humano (2000), sostenía que la historia humana tiene una dirección moral, que el desarrollo tecnológico y la capacidad de estar interconectados a escala mundial nos han hecho avanzar hacia unas relaciones con los demás más positivas y mutuamente beneficiosas que nunca. En La evolución de Dios cuenta una historia parecida desde un punto de vista religioso, y propone que la bondad creciente de Dios refleja la bondad creciente de nuestra especie. "A medida que aumenta el alcance de la organización social, Dios tiende a acabar actualizándose, y pone a una parte más extensa de la humanidad bajo su protección o, al menos, una parte más extensa bajo su tolerancia". Wright defiende que los grandes credos abrahámicos se han visto obligados a desarrollar su moral cuando se han encontrado interactuando con otros credos a escala multinacional, y que esta expansión de la imaginación moral es el reflejo de "una finalidad superior, un orden moral trascendente". Aunque esto suene a defensa de la religión, no hay que esperar que el Papa empiece a citar el libro de Robert Wright en breve. El autor deja claro que hace un seguimiento del concepto de lo divino que tiene la gente, no de lo divino en sí mismo.

El autor niega que algún credo sea especial. En su opinión, hay un permanente cambio positivo a lo largo del tiempo -la historia religiosa tiene una dirección ética-, pero no un movimiento de revelación moral. De forma similar, sostiene que es una pérdida de tiempo buscar la esencia de cualquiera de esas religiones monoteístas. Por ejemplo, es una tontería preguntarse si el islam es una "religión de paz". Igual que un juez que cree que la Constitución es algo vivo, Wright cree que lo que importa son las elecciones que hace la gente, cómo se interpretan los textos. Las sensibilidades culturales cambian según los cambios en las dinámicas humanas, y estas configuran al dios que la gente venera. Para el autor, no es Dios quien evoluciona, somos nosotros. Dios se limita a acompañarnos en el viaje.

Un viaje estupendo, eso sí. Wright pone el ejemplo del Dios del Levítico, que decía: "Ama a tu prójimo como a ti mismo", y señala que la frase no es tan liberal como podría parecer, ya que, en esa época, "prójimos" hacía referencia a las personas efectivamente próximas, que también eran israelíes, no a los idólatras de la ciudad de al lado. No obstante, afirma, el mandamiento abarcaba a todas las tribus de Israel, y era una "línea divisoria moral" que "ampliaba el círculo de la hermandad". El sentimiento de desaprobación que experimentamos hoy cuando nos enteramos del alcance limitado del precepto es otro motivo de celebración, ya que demuestra hasta qué punto se ha ensanchado nuestra sensibilidad moral.

En su brillante libro, Wright cuenta la historia de cómo Dios ha madurado. Su tono es razonado y prudente, pero sus opiniones son provocadoras y polémicas

Con todo, Dios todavía tiene que madurar, como deja claro el autor en su minuciosa exposición sobre el actual odio religioso. Como era de esperar, Wright defiende que gran parte del problema no son los textos religiosos o su enseñanza, sino las condiciones sociales que determinan la clase de dios que elegimos crear. "Cuando la gente ve que su suerte es inversamente proporcional a la de los otros, que la dinámica es de ganadores-perdedores, tiende a encontrar en las Escrituras el fundamento para la intolerancia o la beligerancia". La receta para la salvación, pues, es organizar el mundo de manera que sus habitantes estén (y se vean a sí mismos) interconectados: "Cuando la gente ve que sus suertes están correlacionadas positivamente, que es posible un resultado en el que todos ganen, es más probable que descubra la cara tolerante y comprensiva de sus textos sagrados". Cambia el mundo y cambiarás a Dios.

En opinión de Wright, para los practicantes de las religiones abrahámicas el siguiente paso evolutivo es dejar de proclamar su carácter exclusivo y, acto seguido, renunciar a la superioridad del monoteísmo en su conjunto. De hecho, sostiene el autor, en lo que respecta a la ampliación del círculo de las consideraciones morales, a veces religiones como el budismo han "superado a las abrahámicas". Sin embargo, esto suena a la muerte de Dios, no a su evolución, y choca con la propuesta de Wright, basada en los estudios de psicología evolutiva, de que inventamos la religión para satisfacer determinadas necesidades intelectuales y emocionales, como la tendencia a buscar las causas morales de los fenómenos naturales y el deseo de estar en sintonía con las personas que nos rodean. Estas necesidades no han desaparecido, y la clase de dios despersonalizado e indiferente que el autor anticipa no satisfaría ninguna de ellas. El autor se inclina a pensar que las fuerzas de la historia se impondrán a nuestra constitución psicológica. Yo no estoy tan seguro.

Wright indaga tentativamente en otra afirmación: que la historia de la religión en efecto confirma "la existencia de algo que tendría sentido llamar divinidad". El autor hace hincapié en que no quiere decir que haya que recurrir a la intervención divina para responder del perfeccionamiento moral, que se puede explicar mediante un "razonamiento crudamente científico" en el que intervienen la evolución biológica de la mente humana y la naturaleza acorde con la teoría de juegos de la interacción social. Pero se pregunta por qué el universo está hecho de manera que tenga lugar el progreso moral. "Si la historia empuja a las personas de manera natural hacia el perfeccionamiento moral, hacia la verdad moral, y su dios, tal como ellas lo conciben, madura en consonancia, volviéndose más rico moralmente, tal vez esa maduración sea la evidencia de un propósito superior, y quizá -cabe pensar- la fuente de ese propósito merezca el nombre de divinidad".

No es solo el progreso moral lo que plantea esta clase de cuestiones. Tal vez sería un dios terriblemente minimalista. El propio Wright lo describe como situado en "algún punto entre la ilusión y la concepción imperfecta". No responderá a las oraciones, no dará consejos ni aniquilará a los enemigos.

Así que, incluso si existiese, nos encontraríamos en una situación de buenas y malas noticias. La buena noticia es que habría un ser divino. La mala es que no es el que todos estamos buscando.

© NEW YORK TIMES BOOK REVIEW