Gregor von Rezzori, en la Toscana, indicando el lugar en el quería ser enterrado, y donde, en efecto, están sus cenizas. Foto: Fondazione Santa Maddalena
Muchos lectores recordarán, de aquellas ediciones de Anagrama, las novelas austrohúngaras de Gregor Von Rezzori (1914, Chernivtsi, Bucovina-1998, Florencia). Eran tres: Un armiño en Chernopol, Memorias de un antisemita y Flores en la nieve. Se agruparon en 2009, en un gran volumen amarillo de tapa dura, con traducciones de Daniel Najmías, Juan Villoro (este ha sido uno de los grandes divulgadores de la obra de Rezzori en español) y Joan Parra Contreras y con prólogo de Claudio Magris. Hace algo más de seis años, la editorial Sexto Piso se propuso recuperar a este escritor en lengua alemana, pero no al que publicó Herralde, sino a uno, en principio, distinto, posterior, en todo caso más complejo y ambicioso. La tarea concluye ahora con Caín, novela póstuma de Rezzori y, en palabras del escritor y traductor Michael Krüger, "el libro más moderno que Rezzori haya escrito jamás".Su traductor, José Aníbal Campos, se ha implicado no solo con la traducción, sino también en la promoción de la obra. Su tarea comenzó con Edipo en Stalingrado, que se publicó en 2011, al que siguió, tres años después, Sobre el Acantilado y otros relatos: eran, en algún sentido, los preparativos. El verdadero "ochomil" fue La muerte de mi hermano Abel, su obra magna. En más de 700 páginas, el escritor cuenta la historia de Aristides Subicz, un guionista de cine que relata a su editor el argumento de un libro que nunca escribirá. Campos dice que ambas novelas forman un ciclo; Caín sería una suerte de coda a La muerte de mi hermano Abel. Él recomienda empezar leyendo Sobre el acantilado, para después leer Edipo..., Memorias... y Un armiño..., y, por último, "entrarle" al ciclo Abel-Caín.
En su crítica de La muerte..., Rafael Narbona escribió que "Rezzori desdeña la novela decimonónica, pues entiende que el fracaso de la Europa ilustrada impide plasmar obras cerradas, con todos los cabos atados". "Es un autor con muchos registros -comenta Campos-, que juega todo el tiempo con el lenguaje y las ideas, que pasa con una facilidad asombrosa (y torturante para el traductor) del barroquismo a la boutade más grosera".
Campos prefiere al Rezzori último, con el que, además, siente cierta empatía. "Es la parte de su obra más importante y fue ignorada por motivos no literarios", dice. El traductor sitúa a Rezzori en lo más alto de la literatura en alemán de posguerra, si bien, afirma, su "grandeza reside en que no cabe en ninguna de las tendencias" literarias de entonces. "Por cierta picaresca, podría destinársele un rinconcito al lado de lo mejor de Günter Grass, El tambor de hojalata, y por su condición de Summa, de recuento de una época (o de superposición de varias épocas), podría tener en el otro flanco la obra magna de Uwe Johnson, la más proustiana de las obras alemanas: Días de un año. Pero el propio Rezzori aborrecería de esa clasificación. Para mí, Rezzori solo tiene un émulo en toda la literatura de habla alemana, el austriaco Robert Musil".
Para leer a Rezzori, conviene saber el lugar que ocupó en la cultura de posguerra, si bien su crítica, a menudo corrosiva e inmisericorde, trasciende lo coyuntural para dirigirse a toda la mentalidad alemana. Rezzori, dice Campos, ataca "las bases del pensamiento alemán (los productos abstractos que luego intentan regular la vida con consecuencias funestas); de ello se deriva la crítica furibunda a la sociedad contemporánea con sus fenómenos más aberrantes (las "realidades" creadas por los medios, el consumismo, la idiotez humana, de la masa humana, los fetichismos intelectuales del hombre); y luego, como una derivación de todo ello: el análisis crítico de la fatuidad del arte, de la escritura como un consuelo, pero como nada más. Ese contrapunteo está muy presente en este ciclo: el arte (la escritura) como un esfuerzo vano, siempre condenado, en última instancia, al fracaso. Y de ahí viene también su mirada, su guiño desacralizador: como si al final le dijera al lector: '¿Pero es que no te has dado cuenta de que todo esto es falso?'"
Rezzori fue incómodo para aquellos que se tomaban la literatura demasiado en serio. "Él le negaba su valor sagrado", continúa Campos. Y se mofó del canon y del mundillo literario alemán. En una entrevista, dijo que había escritores a los que admiraba tanto que le quitaban las ganas de escribir, como Musil o Nabokov. En cambio, añadió, "Thomas Mann, con su sentido del humor casi de colegial, me desafía a ser un poco más sutil e irónico".
En otro lugar, Campos ha definido La muerte de mi hermano Abel como "la novela anti-Thomas Mann por excelencia": aquella que vendría a superar un orden decimonónico que el autor de La montaña mágica prolongó más allá de sus límites temporales naturales, superponiéndolo a las vanguardias. Así, según Campos, La muerte... se podría leer como una respuesta a Doctor Faustus, que proponía una lectura idealista de la destrucción de Europa, a lo que Rezzori "respondió con la carcajada amarga de Subicz".
Su enfrentamiento con el poder cultural alemán no evitó, como es natural, que su obra fuera mejor leída fuera, en países como Italia o Estados Unidos. Hoy España empieza a reconocer al gran escritor que fue Rezzori, un autor que escapa a la idea que se tiene aquí (en parte fundada) de la solemne literatura germana. "El canon alemán ha descubierto el humor, la ironía, el cinismo y la mofa hace muy poco, con toda una nueva hornada de autores que tienen todos antecedentes migratorios -señala Campos-. Rezzori es un autor que escribe en alemán, pero no es alemán. Su uso de la lengua alemana como una plastilina lo debe también al distanciamiento del apátrida que siempre fue".
Las reseñas de sus libros suelen hablar de otro de los blancos predilectos de Rezzori: la colonización cultural y económica de Estados Unidos tras la IIGM. Esta denuncia la hacía Rezzori, aguafiestas, en pleno milagro económico. Campos destaca un pasaje de Caín en el que el narrador cuenta la historia del fabricante de detergentes Witte y traza "una metáfora de cómo las fuerzas aliadas impusieron la llamada "desnazificación" y el "milagro económico".
En la entrevista antes citada, Rezzori respondió a la clásica pregunta sobre el contenido autobiográfico de sus libros. Dijo: "No puedes eliminarte por completo, a menos que seas Shakespeare". Muchos, hoy, le preguntan a José Aníbal Campos, que ha reconocido la traducción de Rezzori como el reto más importante de su trayectoria profesional, si se animará (como Miguel Sáez con Thomas Bernhard) a escribir su biografía. No lo hará, dice. Pues "toda su vida está camuflada en sus novelas, pero, a la vez, nada es verdad".