Iain Sinclair. Foto: Joy Gordon

Iain Sinclair cree que J.G. Ballard se adelantó a su tiempo, describiendo un presente que hablaba de un futuro en el que las ciudades no serían más que contenedores de personas, sin ningún tipo de personalidad. Acaba de publicarse, por primera vez, su primer libro, el poema híbrido Calor de Lud, que en los 70 revolucionó la prosa poética y fue considerado un artefacto de vanguardia. Él, sigue hablando de ciudades, sigue paseando por ellas, psicocartografiándolas, aunque algunas ya están, dice, muertas.

Iain Sinclair (Cardiff, Gales, 1943), el intelectual y poeta, el escritor vanguardista, amante de los mapas, que lleva años, décadas, enfrentándose, desde las páginas de sus libros, a la destrucción de la memoria histórica, a la mercantilización de la ciudad, la gentrificación y las consecuencias del avance destructor del capitalismo en las vidas de la gente, como recordaba Javier Calvo en el excelente prólogo a la edición de La ciudad de las desapariciones (Alpha Decay, 2015), pasea por Barcelona y se pregunta si los Juegos Olímpicos de 1992 tuvieron en la ciudad que presume de modernista el impacto "devastador" que tuvieron los de 2012 en Londres.



Londres no es la ciudad de Sinclair, que es galés, pero sí es la ciudad que más le ha obsesionado, sobre la que más ha escrito, y sobre la que, en vistas de aquello en lo que se ha convertido después de las Olimpiadas, jamás volverá a escribir. "Los Juegos Olímpicos literalmente destruyeron la ciudad. La convirtieron en un híbrido de ciencia ficción que recuerda a las distopía de J.G. Ballard. Se crearon edificios enormes, grandes moles con aspecto de aeropuerto, horribles, sin que se llegue a saber aún a día de hoy qué es lo que contienen exactamente, y se destruyó el espíritu de la ciudad", dice. También dice que Bolaño, Roberto Bolaño, su manera de escribir, desde esa especie de lugar deslocalizado, de ninguna parte profundamente arraigada, ha sido una gran influencia para el que hasta la fecha era el último de sus libros publicado en España: American Smoke (Alpha Decay), un viaje por Estados Unidos, de costa a costa, y de héroe caído a héroe caído -arrancando con Charles Olson, el poeta, el centro de casi todo en el volumen en cuestión-. A la salida de American Smoke ha seguido, este año, la de Calor de Lud (Fire Drill Ediciones), el poema con el que Sinclair demolió las fronteras del género, sumando al verso, prosa, documento, autobiografía y deriva psicogeográfica.



Pregunta.- ¿Nace, su literatura, de sus obsesiones?

Respuesta.- Por supuesto. Soy de la opinión de William Blake, el poeta, que dijo aquello de que el artista debe crear su propia filosofía para no depender de nadie. Crecí en los 60, en una época de expansión, en muchos sentidos, y cuando llegué a Londres aún todo estaba en orden, podías conseguir un piso barato en una buena zona, y tus vecinos eran artistas, ahora todo eso se ha acabado. La ciudad se ha vuelto por completo neurótica. Ninguno de los de aquella época podríamos hoy permitirnos un piso en Londres. Como ciudad, Londres está acabada. En cualquier caso, sí, mi literatura nace de mis obsesiones, y mis obsesiones surgieron en esa época, en la que todo aún era posible.



P.- ¿Y de dónde cree que viene su cruce de géneros, o ese género híbrido que exploró en Calor de Lud, todo un artefacto de vanguardia?

R.- No lo sé, lo único que puedo decir es que por esa época tenía un trabajo, y llevaba siempre encima una libreta y anotaba todo lo que se me ocurría, y el libro fue surgiendo así, como una especie de collage. Formaba parte de la filosofía de la época, supongo, hacer de todo, todo el tiempo.



P.- ¿Por qué diría que eligió las ciudades, la ciudad de Londres en particular, como motor narrativo, artístico?

R.- ¿La verdad? De pequeño tenía un libro, era un libro de un antepasado mío, un tatarabuelo, que hizo un increíble viaje a Perú. Fue con un equipo, en una auténtica expedición, y a su vuelta, escribió ese libro, documentó todo el viaje, con sus propios mapas. Era un excelente dibujante. El libro me atrajo, inexplicablemente, desde niño, aunque de niño no sabía que el que lo había escrito era mi tatarabuelo. Con el tiempo, empecé a obsesionarme con los mapas, y con la historia de la ciudad. Puesto que mi ciudad, la ciudad en la que vivía, era Londres, me centré en ella. Creo sinceramente que uno no puede considerar que habite una ciudad de la que no conoce su historia. Hoy en día, los habitantes de Londres ni siquiera miran sus edificios. Por la calle, van mirando sus teléfonos móviles. Habitan internet, no habitan la ciudad.



P.- ¿Y qué pensó cuando descubrió que su tarabuelo ya había estado ahí antes? Es decir, ¿que ya se había sentido tan atraído como usted por lo psicogeográfico?

R.- Fue fascinante porque, leyéndolo, hoy, me doy cuenta que incluso la voz narrativa es la misma. No recuerdo lo que sentí, pero sí sé que Lima, Perú, será mi siguiente destino. De la misma manera que digo que no volveré a escribir sobre Londres, digo que lo que me gustaría ahora es centrarme en Perú. Volver a hacer el viaje que hizo mi tatarabuelo, y ver qué puedo escribir ahora.



P.- Verdaderamente da Londres por muerto.

R.- Sí, para la época en la que me mudé allí, todavía podía seguirse su historia. Los edificios en ruinas, la ciudad que salía de la Segunda Guerra Mundial. La era Thatcher creó un nuevo tipo de ciudad, hizo que estallara una especie de big bang y que llegaran los bancos, y Londres cambió, muchísimo, pero seguía existiendo como ciudad, ahora ya todo se ha acabado. Ahora Londres no tiene nada propio, es como el resto de grandes ciudades europeas. Voy a Madrid y veo el mismo McDonald's con el mismo graffiti sobre Boris Johnson. Thatcher encarnó la psicosis de Inglaterra, tenía una visión horrible del mundo, y la impuso, y ahora estamos viendo las consecuencias de la sociedad que ideó, todo el daño que hizo, el capitalismo más salvaje.



P.- Dejemos Europa por un momento y volemos a América. En American Smoke habla muchísimo de la generación beat, ¿en qué sentido le influyeron?

R.- Cuando a finales de los 60 leía sin descanso, aborrecía la literatura inglesa. Tan cerrada, tan burguesa. En Inglaterra se escribía sobre clases y sobre autoridad. Y los norteamericanos tenían a la generación beat, que no hacía nada de eso, que era todo lo contrario. Y que además lo hacían de una forma vigorizante. La energía que despedían las novelas de Kerouac y Burroughs era alucinante. De Kerouac tomé esa manera de aproximarse al entorno que tenía, para describir Londres, y de Burroughs, su lado perverso, lo obsesivo.



P.- Con su literatura, ha tratado de hacer más consciente al lector de la importancia del lugar que habita, ¿se siente un resistente, en algún sentido?

R.- Sí, me siento un escritor político, porque al describir la naturaleza de una ciudad, una ciudad como algo orgánico, que crece, cambia, y puede llegar a morir, le doy a la vez una perspectiva poética al hecho de habitar un lugar, y la novela, o el ensayo, lo que sea que escribo, se convierte en una especie de médium, para moverse por ella, para saber más sobre ella, para comunicarse con ella, y todo eso tiene algo de político. No deja de ser un compromiso. No dejo de estar apostando por algo.



@laura_fernandez