Hisham Matar. Foto: Archivo

Traducción de Javier Guerrero. Salamandra. Barcelona, 2017. 272 páginas. 17 €

Hacia el final de su elocuente autobiografía, Hisham Matar cita estas palabras de Telémaco, hijo de Ulises, en la Odisea:



Ojalá siquiera tuviese yo

por padre

a un hombre dichoso al que

la vejez alcanzase en su hogar,

pero la muerte ignota

y el silencio

son su sino...




Matar ha pasado su vida adulta lidiando con ese mismo sentimiento de pérdida e incertidumbre con respecto a la suerte de su padre desaparecido. Jaballa Matar era un líder disidente libio. En 1990 fue secuestrado por agentes al servicio de Muamar el Gadafi, dictador de Libia, y enviado a la tristemente célebre cárcel de Abu Salim, en Trípoli. Sus amigos y sus partidarios políticos arriesgaron la vida para sacar a escondidas sus cartas ocasionales, pero, al cabo de un par de años, las cartas cesaron.



El joven Matar no supo si su padre había muerto en la masacre que tuvo lugar en la prisión en 1996 y que acabó con la vida de unas 1.200 personas, si lo habían torturado o matado a golpes en alguna lúgubre sala de interrogatorios, o si, milagrosamente, había logrado escapar o sobrevivir. Después de que Gadafi fuese derrocado en 2011, Hisham, que vivía exiliado en el extranjero, volvió a la tierra de su familia para intentar averiguar qué había ocurrido. Esta es la historia que cuenta en El regreso.



Matar es autor de dos novelas aclamadas por la crítica: Solo en el mundo e Historia de una desaparición, que también tratan de la pérdida, la desaparición, y la sombra de un poderoso padre militante. En El regreso escribe tanto con el ojo de un novelista para el detalle físico y emocional, como con la percepción táctil de un periodista para el espacio y el tiempo. La prosa es precisa, concisa, cincelada; el relato elíptico, casi musical, avanza y retrocede en el tiempo entre el presente cercano, los recuerdos de la infancia del autor en Libia, y el relato, reconstruido a partir de fragmentos, de la labor de su padre como líder de la oposición y de su encarcelamiento.



El regreso

El regreso es, al mismo tiempo, una historia policíaca llena de suspense sobre un escritor que investiga la suerte que ha corrido su padre a manos de una brutal dictadura, y sobre los esfuerzos del hijo por hacer las paces con el fantasma de su progenitor, cuya ausencia lo ha perseguido durante más de media vida. También es la historia de los complejos sentimientos del autor en lo que respecta a su vida adulta en Londres, que abarcan "la culpa por haber vivido una vida libre" y los intentos de emplear esa libertad para solicitar información a diversos gobiernos y organizaciones pro derechos humanos sobre su padre y sus familiares encarcelados. Asimismo, es una historia sobre el exilio; sobre cómo Matar, su hermano Ziad y su madre lucharon por construir una nueva vida en el extranjero (huyeron de Libia en 1979), y sobre lo mucho que le costó al autor "vivir lejos de los sitios y los seres queridos".



"Joseph Brodsky tenía razón", dice. "También Nabokov y Conrad. Todos ellos fueron artistas que nunca regresaron. Todos habían intentado, cada uno a su manera, curarse a sí mismos de su país. Lo que has dejado atrás se ha esfumado. Si vuelves, te enfrentarás a la ausencia o a la desfiguración de lo que guardabas como un tesoro".



Este no es más que uno de los sentimientos que Matar experimentó durante un viaje a Libia en 2012. En el país habló con sus parientes y con los amigos de su padre, muchos de los cuales habían pasado años en la cárcel, donde fueron torturados y privados de la esperanza y de la luz del sol. Le contaron los elaborados procedimientos que los presos utilizaban para sobrevivir y comunicarse en la prisión, y se hizo una idea de lo que su padre tuvo que soportar en Abu Salim. Matar se pregunta si el encarcelamiento lo cambió, y cómo debió de alterarlo o a qué debió de reducirlo.



La novela es al mismo tiempo una obsesionante autobiografía sobre una familia y la búsqueda de un padre por su hijo
Las historias que narra son espeluznantes. Su tío Hmad, un dramaturgo en ciernes, y su primo Ali, estudiante de Económicas, pasaron dos décadas en las cárceles de Gadafi. Su tío Mahmud conservó su amor por la literatura durante los 21 años que estuvo en Abu Salim garabateando poemas en las dos caras de una fina funda de almohada que cosió a la cintura de sus calzoncillos para mantenerla a salvo. A su primo Izzo, que había estudiado para ser ingeniero civil, lo mató un francotirador durante la revolución libia, y Hamed, hermano mayor de Izzo, fue herido pero se empeñó en volver al frente.



La visita de Matar a Libia a principios de 2012 tuvo lugar durante "un precioso periodo" de tiempo en el que la justicia, la democracia y el sistema de derecho parecían al alcance de la mano. Pero las circunstancias se deterioraron rápidamente cuando la rivalidad entre las diferentes milicias fuertemente armadas se intensificó, y el Estado Islámico se abrió hueco en el caos.



"La muerte ganaba terreno", explica Matar. "Las universidades y los colegios cerraban; los hospitales solo funcionaban en parte. La situación se volvió tan sombría que ocurrió lo inimaginable: la gente llegó a echar de menos la época de Gadafi".



El relato que hace Matar del sufrimiento de Libia -con Gadafi y en la actualidad, entre las violentas secuelas de la revolución- presenta al lector un microcosmos de lo que ha vivido Oriente Próximo a medida que las esperanzas democráticas alimentadas por la Primavera Árabe se han estrellado y han ardido en un país tras otro. El regreso es al mismo tiempo una obsesionante autobiografía sobre una familia y la búsqueda, similar a la de Telémaco, de un padre por su hijo.



@michikokakutani



© NEW YORK TIMES BOOK REVIEW

Palabras peligrosas

En un texto reciente en The Guardian, Matar decía no recordar "el tiempo en que las palabras no eran peligrosas". Aunque podía situar el origen de ese peligro "en los años setenta", poco después de que Gadafi asumiera el poder en Libia.



"No recuerdo a mi madre o a mi padre diciéndonos explícitamente lo que no debíamos decir. Era algo implícito (...). Hombres eran encerrados por decir algo incorrecto o porque un niño había reproducido inocentemente sus palabras. ‘¿De verdad tu tío dijo eso?' ‘¿Cuál es su nombre?'". Matar nunca lo superó. "Incluso cuando escribía mi primera novela en una caseta en Bedfordshire, junto al río Great Ouse, aún podía sentir en mi nuca el cálido aliento de desaprobación del dictador".



De niño, cuando vivía en Trípoli, Matar sintió el flechazo del lenguaje. En particular del árabe. Una fascinación que volvió a sentir años después, pero esta vez, abandonado ya su país, con el idioma de Shakespeare. Su facilidad para el árabe lo distanció de sus amigos, y ahora su talento para el inglés ("idioma en el que hablo, pienso y escribo", ha reconocido) lo acerca en cada libro a su infancia. El árabe fue el idioma en que un funcionario de Gadafi pronunció el nombre de su padre por la televisión, como hacían con los represaliados, obligando a la familia a emigrar a Egipto. Hisham Matar no volvería a pisar Libia en los siguientes treinta y tres años.