Gustavo Martín Garzo
Cuenta Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) que "a pesar de que quiero que cada libro sea distinto, al final siempre escribo el mismo libro". Una sensación que no se extiende al lector, que eso sí, reconoce en cada libro suyo una huella propia, un universo único y absolutamente diferenciado de la amplia mayoría de la narrativa, que como reconoce el escritor, bebe directamente de la tradición de los relatos e historias antiguas. Y una de esas historias antiguas es la base de su nueva novela, No hay amor en la muerte (Destino), en la que vuelve a visitar el mundo bíblico de obras como su debut literario El lenguaje de las fuentes, Premio Nacional en 1994, o Y que se duerma el mar (2012), al recupera el relato bíblico del sacrificio de Isaac." Esta historia me la cuentan de niño, sigue viva en mí muchísimo tiempo, pero en un momento dado, me pregunto qué hay en esa historia para que no la haya podido olvidar. Esa pregunta de qué hay ahí es la que me hace escribir el libro, es como abrir un cuarto cerrado para ver qué se guarda en él".Porque en la concepción literaria de Martín Garzo, la clave es intentar responder a una pregunta, tratar de dar forma a esas historias que fascinan y permanecen en la memoria. "Estas son las historias de mi infancia, cuando se contaban no como cuentos, sino como historias verdaderas que habían sucedido en un tiempo remoto y contaban el origen de las cosas". De entre todas ellas, el escritor elige la historia de Isaac, que considera que a ojos de un niño, "es una de las más oscuras y fuertes que uno puede escuchar". Porque todos sabemos qué ocurre en el monte, un padre recibe la orden de matar a su hijo y no duda, porque es Dios el que se lo pide, y está dispuesto a matarle hasta que un ángel le detiene. "En la Biblia no se nos dice nada más, pero la pregunta que queda es ¿qué pasó después?, ¿cómo fue la relación de Isaac con su padre tras ese hecho?", se pregunta Martín Garzo.
En ese después es donde transcurre la novela, que es más un largo poema sin puntos y con frases a modo de versos separados por cesuras, y que supone una inmersión en la relación de un padre con un hijo y una exploración de la dicotomía entre el amor y el deber que es su naturaleza. "La historia de Abraham con su hijo reproduce de alguna forma la relación paternofilial. Un padre para un niño pequeño es como un Dios, no te puedes rebelar contra tu padre. Y esa relación está en la base de nuestra naturaleza", asegura Martín Garzo, que incluye además otro factor, el papel del hijo varón como continuador de la obra del padre y como portador de una carga que hereda junto a todo lo demás, la famosa "Promesa" de la Biblia. "De alguna manera todo padre hace depositario a su hijo de su "promesa", espera que su hijo cumpla sus sueños e incluso viva lo que no ha vivido él, y transmite sus valores. Pero ahí hay una pregunta terrible que nos podemos hacer, ¿y la vida del hijo, qué, dónde queda?".
"Isaac de alguna manera lo que quiere es huir, porque ya ha vivido esa sumisión, y lo que quiere de alguna forma es escapar. Escapar de la autoridad, que es lo que quieren, por ejemplo, todos los personajes de Kafka", asegura Martín Garzo. "Los personajes de las obras de Kafka, muy marcadas por la autoridad del padre, lo que quieren es encontrar grietas, fisuras, para huir de él. Que es lo que en un momento determinado le pasa a Isaac, que espera vivir una vida independiente de la sombra de su padre". Pero estas reflexiones, estos conflictos tan humanos, los plantea el escritor para que los piense el lector, sin entrar en valoraciones. "Un novelista nunca debe juzgar a sus personajes ni decir quiénes son, sino simplemente plantearlos para que el lector interprete".
El mundo simbólico de los mitos
Y son los relatos míticos, las narraciones universales las que a entender del autor tienen ese poder para hacernos comprender todo lo que encerramos en nuestro interior. Ahí está la clave de su vigencia y de su importancia. "La virtud que tienen los mitos es hablar de lo más hondo del ser humano. Pensamos que son historias que han quedado atrás y sin embargo son relatos que siguen dando cuenta de lo esencial", explica Martín Garzo. "No solo la Biblia, claro, sino también, por ejemplo, los mitos griegos, que son inagotables porque cada vez que te asomas a ellos descubres más cosas". Pero estos símbolos también encierran un peligro que deriva de la actualidad, el peligro del rechazo prejuicioso y de la interpretación literal. "En el fondo estamos tan llenos de prejuicios que hay cosas que inconscientemente nos echan para atrás porque hay un clima que las veta, como por ejemplo hablar de la Biblia, que se ve como algo casposo y vetusto cuando en realidad está en el centro de nuestra cultura"En cuanto a la literalidad, asegura que es una forma de degradación de los mitos. "Tú no puedes leer esta historia de forma literal, porque podrías decir: "qué cabrón era Abraham que quiere matar a su hijo y no le importa", y verlo como un fanático. Sí y no. No voy a decir que esto no sea cierto, pero la historia va mucho más allá". El simplificar estas narraciones y el denostarlas por leerlas "con los ojos de hoy", es un síntoma del empobrecimiento de la cultura en la sociedad, y provoca que, lamentablemente, sea la literatura su único espacio de pervivencia. Como ejemplo, Martín Garzo asegura que "hoy en día un joven que vaya al Museo del Prado a ver los cuadros no se enterará de la mitad, porque esas pinturas están llenas de esas historias de la mitología griega o de la Biblia", se lamenta. "Claro, ves un cuadro de Velázquez o de Tiziano y te maravillas de la técnica, pero si conoces las historias te conmueve muchísimo más. ¿Por qué olvidamos esas historias?".
El lector desaparecido
El escritor no tiene respuesta a esta pregunta, pero sí que achaca esta pérdida de interés en el germen primigenio de la literatura que son estos relatos como síntoma de la tan cacareada crisis del libro. Por eso para él la raíz del problema no está en los "muy buenos" autores, sino en la otra punta de la cadena, los lectores. "Los buenos lectores no abundan, por decirlo de una manera suave. El otro día leía que el 40% de los españoles no había abierto ni un solo libro, y los que han abierto uno a saber cuál habrá sido, más vale no preguntárselo", puntualiza rotundo. Y el lector es clave en la concepción de Martín Garzo porque tiene el papel de creador. "El lector que se entrega de verdad a la lectura de un libro está creándolo, transformándolo en algo suyo. La prueba es que un mismo libro es diferente según quien lo lea", defiende. "La lectura es un acto de creación que exige, quietud, silencio, entrega. Es casi un acto monacal, porque te obliga a separarte del mundo".Pero, "¿cuánta gente en este mundo lleno de ruido, de barullo, de estímulos constantes como las redes sociales, dispone de ese silencio y está dispuesta a esa entrega?", se pregunta Martín Garzo. "Ese tipo de lector, no voy a decir que ha desaparecido, porque los lectores son una minoría muy viva que siempre existirá, pero no abundan y gran parte de la crisis del libro tiene que ver con eso", concluye.