Alain Finkielkraut

El filósofo francés Alain Finkielkraut recoge en su libro, Lo único exacto, algunas de sus reflexiones sobre los grandes temas que dividen una Francia que, según advierte, está viviendo "una degradación de la vida intelectual".

Nunca ha sido Alain Finkielkraut (París, 1949) un pensador complaciente con la ortodoxia reinante. En El nuevo desorden amoroso (1977), su primer libro, escrito en colaboración con Pascal Bruckner, venía ya a poner en solfa uno de los grandes mitos del utopismo revolucionario, el de la liberación sexual. En El judío imaginario (1981) volvía a incomodar a la nueva Europa con la pregunta de hasta qué punto el antisemitismo seguía siendo su asignatura pendiente. En La derrota del pensamiento (1987) Finkielkraut arremetía ferozmente contra el reforzamiento mutuo de infantilismo e intolerancia propiciado por la banalidad posmoderna en una cultura de masas cada vez más desprovista de criterios de valor y excelencia. No es de extrañar, por tanto, que sus habituales posicionamientos a contracorriente le hayan ido granjeando numerosos detractores entre los partidarios de la simplicidad bien pensante.



Tampoco ha ayudado su actual deriva de inmiscuirse en el actual debate político que vive Francia, con un ataque (más que justificado) a Vincent Peillon, o apoyando a Manuel Valls. Criticado desde ambos frentes políticos, tachado de islamófobo, neoreaccionario o populista, Finkielkraut continúa opinando incólume y construyendo un discurso que está exigiendo un eco profundo en el inconsciente colectivo. En su nuevo libro, Lo único exacto (Alianza editorial), presentado ayer en el Instituto Francés de Madrid, el autor recopila textos escritos entre enero de 2013 y el verano de 2015 sobre toda clase de cuestiones de la actualidad francesa e internacional. Las políticas europeas, el matrimonio homosexual, la educación, la inmigración, el papel de la prensa, la lucha entre religión y secularismo, el auge delFrente Nacional, el racismo, el conflicto palestino-israelí, Charlie Hebdo... Cualquier cosa que haya generado el debate en Francia durante esos años es diseccionada por el filósofo, que llama a capítulo a la sociedad sobre sus responsabilidades.



Pensador refinado y estilista de rara profundidad, Finkielkraut es sin duda uno de los más notables ensayistas contemporáneos. Su mayor preocupación, que sobrevuela toda la obra, es lo que ha definido como una "degradación de la vida intelectual de Francia. Descubrí que me gustaba Francia el día que me di cuenta de que ella también era mortal, y de que su 'después' no era nada atractivo", afrima. El filósofo expresa su abatimiento y su preocupación por la confirmación del regreso de la violencia, un aspecto histórico que "no constituye un espectáculo agradable".



"Francia está desgarrada, y el desgarro de su mundo intelectual es un mero reflejo de ello. En la actualidad el discurso intelectual ha adquirido una violencia que antes no tenía", explicó. "Yo he vivido una época, las dos últimas décadas del siglo XX, que han sido relativamente felices en términos de debate intelectual. Era un debate libre y vivo, pero nunca violento, después de décadas en las que el debate se planteaba únicamente en términos de guerra". A juicio del profesor de Historia de las Ideas en la Universidad Politécnica de París, lo que permitió que se apaciguara la discusión intelectual fue el trabajo de aquellos pensadores que ayudaron a "desenmascarar al totalitarismo y su estrategia de división binaria del mundo".



Sin embargo, el pensador cree que a partir de la década de los 2000, se ha producido una vuelta a la radicalización de las posturas por parte de quienes pretenden "estigmatizar al mundo y dividirlo entre oprimidos y opresores, y entre quienes pretenden salvar al mundo y aquellos a quienes tildan de reaccionarios". Una polarización global que fomenta la radicalización y la violencia y que deja patente el desgarro del país en "una fractura entre franceses e inmigrantes que no ha sido resuelta, con la que hay que vivir. A uno se le acusa de racismo si trata de refexionar sobre el alcance del choque de civilizaciones que se está produciendo y si decimos que quizás lo esencial es mantener y transmitir lo fundamental de nuestra civilización", subraya.



Muestra de ello es, según Finkelkraut, el hecho de que las organizaciones "antirracistas" estén llevando a los tribunales a personas por "cualquier comentario que ellos consideren inaceptable". Además, advierte contra el surgimiento de un "islamo-izquierdismo, que identifica al islam como el nuevo oprimido y que justifica el surgimiento de un nuevo antisemitismo en la problemática política entre Israel y Palestina". Y lo peor de todo, se muestra espantado de que este tipo de actuaciones se estén dando con nuestra connivencia individual y social. "Comparto esta preocupación de confundir el Islam y el islamismo, pero observo que, para evitar esa confusión, la política de los países europeos tiende cada vez más a recurrir a la autocensura para no herir la sensibilidad de los musulmanes y satisface sus demandas, muchas veces delirantes o directamente ilegales".



Memoria versus presente

Según el pensador, este crecimiento de la violencia se produce en el momento en que entra en juego "una novedad como es el islamismo político, ante el cual el discurso dominante es incapaz de dar una explicación, por lo que hace una lectura del conflicto en clave de un regreso a los años 30 en los que surgieron con fuerza los movimientos fascistas en Europa". Pero asegura Finkielkraut que para reflexionar sobre este choque de civilizaciones la memoria no nos es útil, porque "la memoria histórica que prevalece en Europa es la de los crímenes cometidos por la propia Europa, singularmente el Holocausto, y también el colonialismo; una memoria histórica amputada que olvida otras partes de nuestra historia y también la historia de los demás".



Por eso, insiste en la importancia de conservar la memoria para no repetir la historia, pero, al mismo tiempo, incide en la necesidad de "cultivar una memoria más amplia para poder enfrentar los acontecimientos del presente". Y es que entiende que leer el crecimiento de movimientos conservadores en Europa y Estados Unidos en clave de un regreso de los fascismos de los años 30, es un gran error, puesto que "son simplemente posiciones que ante el contexto actual de inseguridad y la crisis de la idea de progreso, consideran que es mejor conservar lo que hay. Es un conservadurismo escéptico, trágico. Nos damos cuenta de que lo tangible, lo que tenemos, es frágil y que hay que cultivar un sentimiento ecológico: el mundo es nuestra responsabilidad y es frágil. Lo que vale para la tierra también vale para la civilización y la cultura, incluso para la nuestra", ha indicado.



Optimismo: Le Pen no ganará

En todo caso, dentro del pesimismo general de su discurso, Finkielkraut se ha mostrado favorable a creer que en las próximas elecciones en Francia, la candidata del partido nacionalista francés Frente Nacional, "no ganará las elecciones, aunque obtendrá un buen resultado y puede que llegue a la segunda vuelta".



"Es muy complicado hablar sobre el presente, pero intentar prever el futuro es casi ridículo. Por eso digo esto sin ninguna competencia particular", ha indicado en respuesta a los requerimientos de los periodistas. "En Francia reina una inseguridad cultural que los demás partidos tienden a subestimar y hay muchos franceses asustados que se pueden acercar a ella. Si llega a la segunda vuelta se formará una alianza de las demás fuerzas políticas y de los ciudadanos hostiles al Frente Nacional para impedir que gane", ha asegurado convencido.