Wislawa Szymborska. Foto: Archivo

Traducción y prólogo de Manel Bellmunt Serrano. Malpaso. Barcelona, 2017. 560 páginas. 24 €

"Desde pequeña, me produce placer acumular saberes innecesarios", afirmaba la poeta polaca y futura premio Nobel Wislawa Szymborska (1923-2012) en su reseña de un libro sobre la cría de reptiles en un terrario. ¿Era una confidencia personal? ¿Una justificación de su trabajo como reseñista de libros sin interés específicamente literario? ¿O la adopción de ese tono era, más bien, un recurso para convertir lo que parecía una mera reseña informativa en una pieza expresiva capaz de desempeñar otras funciones?



Szymborska se dedicó a la humilde tarea de comentar estas Lecturas no obligatorias -título general de la serie- desde la década de los 60 hasta el final de sus días, y desde el primer momento aplicó a sus gacetillas el desparpajo y el sencillo acatamiento del asombro de vivir que caracteriza su mejor poesía. "Opino que la gravedad y el humor son igual de valiosos", dejó escrito en una nota de 1971. Hay que recordar que la caída del régimen comunista polaco tuvo lugar en 1989, y que, por tanto, muchas de las afirmaciones vertidas aparentemente a la ligera en estas notas de lectura constituían pequeñas pullas lanzadas contra la línea oficial de pensamiento de una dictadura.



Antes de esa fecha habría sido impensable que una editorial polaca hubiera publicado libros tan frívolos como algunos de los reseñados por la poeta ya en pleno periodo democrático: desde un muy americano manual de autoayuda de Dale Carnegie a cierta compilación de "modelos de redacción" para estudiantes que incluía, nos aclara Szymborska, "todas las redacciones en letra minúscula, y las instrucciones sobre cómo doblar esas páginas y así poderlas esconder en la manga".



Antes de esta floración desvergonzada, la producción editorial polaca, a juzgar por la amplia muestra que pasó por las manos de la avezada reseñista, era de una seriedad ejemplar y de un declarado carácter didáctico, como fue la poesía de la propia Szymborska en sus inicios. La posibilidad de publicar periódicamente unas líneas en un medio de comunicación oficial -todos lo eran- le llegó a la autora en un momento de su vida en el que empezaba a ser evidente su distanciamiento de las directrices gubernamentales y su desconfianza hacia los modos intelectuales de los que se valía el régimen en su política -dura o blanda- de adormecimiento de la población.



Szymborska se dedicó a la humilde tarea de comentar sus lecturas aplicándoles el desparpajo y el asombro de vivir de su mejor poesía

De que la poeta no transigía ya con esos modales ofrecen elocuente testimonio algunas reseñas publicadas a principios de los 70. Al dar cuenta de la edición de cierta leyenda popular coreana, Szymborska no duda en declarar su disgusto ante el "realismo" oficioso de "algunos lectores": "Me producen un tremendo sentimiento de pena", concluye, no sin antes haber mencionado, entre las actitudes reduccionistas que cabe adoptar a la hora de encarar un texto de fantasía, la de quienes "se decantan por enfatizar los elementos de crítica social".



Al lector español familiarizado con los subterfugios expresivos habituales en la prensa publicada bajo el franquismo no le sorprenderá esta especie de soterrada labor de guerrilla intelectual. Ni tampoco que el tono vire en ocasiones al abierto sarcasmo: por ejemplo, cuando la autora, al reseñar un libro sobre los accidentes domésticos, se declare sorprendida ante la inclusión en el mismo de un capítulo dedicado al "modo de proceder en un caso de heridas masivas (un cataclismo o un ataque atómico)". Por si quedara alguna duda respecto a su burla de ese didáctico catastrofismo, la autora concluye: "Ya no puedo estar segura de que el próximo libro que salga de la imprenta no sea un manual sobre el cuidado de los lactantes que culmine con el Apocalipsis".



Años más tarde, el veredicto no dejaría lugar a dudas: "La vida en la República Popular de Polonia -afirma en 1995, años después de la caída del régimen- era aburrida. Ya sé que no es el principal reproche que se le puede hacer, que hay al menos una docena más, pero que era aburrida es un hecho. Aburrida, gris y monótona".



Claro que no todo era aburrimiento. También se reeditaban pulcramente -y en cuidadas traducciones- los clásicos de la literatura universal, que permitirían a la autora confiar a sus lectores que Samuel Pepys -cuyos diarios conocieron una nueva traducción al polaco en 1978- era "un buen amigo mío desde 1954", por más que lamente -como lo hará en otro momento respecto a una edición del Miles gloriosus de Plauto- que el tiempo pueda habernos vuelto insensibles al humorismo esencial de estas obras sobre la comedia del vivir; o celebrar, en 1985, una nueva edición de los Ensayos de Montaigne, "uno de los mayores logros que haya alcanzado el alma humana"; o conmoverse al constatar que los alegres entremeses de Cervantes "se engendraran en un calabozo".



El contrapunto entre esta actitud de reconocimiento humanista y el declarado antiintelectualismo que dicta la mayoría de estas notas de lectura alcanzará su clímax en una sorprendente semblanza sobre el poeta Czeslaw Milosz publicada en 2001, y que empieza con una anticipación de la posible sorpresa de sus lectores: "¿Y qué pinta la poesía de C. M. en Lecturas no obligatorias?, se preguntará el lector". La respuesta vendrá dada por el tono de lo que sigue, que no es en absoluto una reseña erudita del legado poético de Milosz, sino una emotiva celebración de los encuentros de los dos poetas en las que compartieron vodkas o chuletas de cerdo con chucrut.



El contraste entre estas profesiones de fe en la literatura y el prurito de llaneza con el que Szymborska reseña toda clase de libros no literarios arroja luz sobre una de las cuestiones más debatidas en torno al valor de uso que cabe darle a estos textos en relación a la vida y poesía de su autora. En Trastos y recuerdos, cuya traducción al castellano fue publicada en 2015, sus biógrafos Anna Bikont y Joana Szczesna no dudaron en atribuir un valor literal a muchas de las presuntas "confidencias" que cabía espigar en estas reseñas. Pero no está de más asumir, como hace Manel Bellmunt Serrano, traductor y editor de esta edición, que "hay algo de ficción" en ellas; o, al menos, que el irónico enmascaramiento que se practica en ellas no siempre permite al lector atenerse a la mera literalidad de lo que afirman. Durante décadas, fueron un camuflaje perfecto para hablar de un estado de ánimo al que no cabía poner voz en otros ámbitos. Rara vez la página de libros de un periódico habrá tenido tan excelsa función.

La faraona (1999), por W. SZYMBORSKA

En el extenso recorrido de nuestro mundo a través del siglo XX, algunas personalidades políticas no deseadas también fueron obligadas a desaparecer, de la noche al día, de la memoria universal. Sus nombres desaparecieron de los periódicos y las enciclopedias y, en las fotografías de grupo, una palmera ocupó su lugar. Sospecho, además, que esto nunca dejará de ocurrir aquí y allá. Recortar la historia para cubrir las necesidades inmediatas es una de las reglas de acero de todos los sátrapas. Por fortuna, pocas veces lo consiguen. En el caso de Hatshepsut se les escapó algún que otro detalle...



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