Image: La vida negociable

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Letras

La vida negociable

31 enero, 2017 01:00

Empieza a leer aquí La vida negociable, de Luis Landero

Hugo Bayo, peluquero de profesión y genio incomprendido, les cuenta a sus clientes la historia de sus muchas andanzas, desde su adolescencia en un barrio de Madrid hasta el momento actual, ya al filo de los cuarenta, en que sigue buscándole un sentido a la vida. Y así, recordará la relación tormentosa y amoral con su madre, el descubrimiento ambiguo de la amistad y del amor, sus varios oficios y proyectos, sus éxitos y sus fracasos, y su inagotable capacidad para reinventarse y para negociar ventajosamente con su pasado, con su conciencia, con su porvenir, en un intento de encontrar un lugar en el mundo que lo reconcilie finalmente consigo mismo y con los demás.

Sobre este eje gira La vida negociable, una novela que su autor, Luis Landero (Alburquerque, 1948), considera "agridulce como la vida real, en la que junto a guerras y penas hay cosas como la tortilla de patatas": la obra partió, explica, de una idea antigua que tenía para situar a un joven de 14 o 15 años en una encrucijada en la que tuviera que elegir entre el bien y el mal y con la que perdiera la inocencia.

Hugo, es un joven que puede ser considerado bueno pero descubre un secreto, la probable infidelidad de su madre, y lo utiliza como pretexto, indica el autor, que asegura: "cuando te enfrentas al mal puedes ser un canalla o un santo. El mal es muy tentador y, ante la tentación, si eres creyente, negocias con Dios a través de un sacerdote, pero si no eres creyente, te tienes que absolver a ti mismo".

Aunque "todos somos un poco pícaros morales y nos absolvemos a diario", para Landero hay una línea divisoria cuando se negocia "con los bajos fondos del alma porque si se rebasa esa frontera, uno se convierte en un canalla". El protagonista de La vida negociable es "un hombre inútil", y la novela podrían ser "las memorias de un hombre inútil, una persona que intenta huir de su destino que es ser peluquero y lo considera como una fatalidad".

Landero se declara "un pesimista tibio" respecto al futuro de la literatura: "hay tres clases de escritores, dice, los optimistas, que creen que todo va bien y que cada vez se lee más; los hay tibios para los que la lectura va en decadencia pero todavía hay ocasión para una minoría y, por último, están los apocalípticos, que aseguran que los bárbaros nos inundan y que ha llegado el final".

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