Elias Canetti

Cuando tenía siete años vio cómo su padre caía fulminado frente a él, víctima de un infarto. Desde entonces Elias Canetti aborreció la muerte, a la que nunca dejó de enfrentarse. El libro contra la muerte (Galaxia Gutenberg) recoge ese largo y desigual combate. La edición, al cuidado de Ignacio Echevarría, incluye numerosos textos inéditos, algunos de los cuales publicamos a continuación.

"Una cosa está clara: el libro de los muertos sólo surgirá si en él puede evitarse la palabra muerte". Como se explica en la breve nota preliminar de El libro contra la muerte (Galaxia Gutenberg), Canetti (1905-1994) quiso dedicar una obra al tema fatal desde 1937, fecha en que murió su madre. Fue entonces cuando, según Ignacio Echevarría, encargado de la edición española, "se le impuso" la necesidad de escribir sobre un tema que le obsesionó desde niño, desde que a los siete años vió cómo su padre, de treinta y uno, caía fulminado frente a él por un ataque al corazón. Canetti lo cuenta en un capítulo de La lengua salvada, el primer tomo de su autobiografía, el que va desde su infancia en Bulgaria, en donde nació, hasta su huida de Viena en 1938, después de la anexión de Austria a la Alemania nazi.



El germanista y escritor suizo Peter von Matt sostiene en el postfacio que, a la vista de las notas, Canetti pensó "a diario" en la muerte. Y sugiere que su incapacidad para inventarse un contrario a él mismo, "un amigo de la muerte", lo pudo haber disuadido de escribir ese libro mortuorio, que podría haber tomado la forma -nunca tomó forma alguna- de diálogo filosófico, de obra de teatro o incluso de novela. Echevarría, que ya editó las obras completas del autor de origen sefardí, opina que el gran tema del volumen es el "empeño" de Canetti en escribir ese libro contra la muerte, un "espectáculo -dice el editor barcelonés- en sí mismo lleno de dramatismo". Canetti llegó a pensar que su libro, De la muerte, sería un negativo a Del amor, de Stendhal. Fantaseó con que un arrebato creativo le hiciera escribirlo "de un tirón" y se preguntó si no sería necesario, para empezar, que le diagnosticasen una enfermedad terminal.



En 2010 el sello Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores ya publicó una recopilación de textos titulada El libro de los muertos que en gran parte se integra en este Libro contra la muerte. La novedad ahora son unos sustanciosos añadidos inéditos -aproximadamente un tercio del libro- que han resultado de la criba del inmenso legado de Canetti conservado en la Biblioteca Nacional de Zúrich. Los apuntes, que cubren de 1942 a 1994, muestran hasta qué punto la muerte fue una obsesión para el autor de Fiesta bajo las bombas; su resistencia a despacharla como algo inevitable: "Sé perfectamente que esta fe espléndida en que todos vivan para siempre resulta monstruosa; sin embargo, la abrigaré en todo momento, aunque sucumba por ello", llega a escribir. O, en otra parte: "Cualquier cosa menos comprensible, cualquier cosa menos morir".



La muerte es tan central para Canetti que contamina toda su obra. Como señala Echevarría, el escritor abordó el tema directamente en su obra teatral Los emplazados y de "forma indirecta" en otros libros más conocidos, como Historia de una vida y Masa y poder. En este último Canetti reflexionó sobre el vínculo entre la muerte y el poder. En un apunte de 1962 se refiere a ello: "Ayer leí las conversaciones con Stalin, de Djilas, y sentí asfixia. (…) La esencia del poderoso consiste en odiar su muerte, pero solamente la suya, y en que la muerte de otros no sólo le resulta indiferente, sino que la necesita. Esta tensión entre su muerte y la de los demás es lo que lo constituye".



"Narrar hasta que nadie muera"

Rompe con Thomas Bernhard ("Creo que desea a todos la muerte") y reprende a Ernest Hemingway por decir -aunque no sabemos con seguridad si la cita es suya- que "quien no haya matado no es un hombre". "Esta frase-escribe Canetti-, muy propia de Hemingway, no significa nada en absoluto. (…) Que los cazadores, los soldados y los asesinos no se envanezcan. Lo que supone una excitación real es el peligro en que se encuentran. (…) La estupidez de Hemingway me repugna de manera indecible. Celebro la vida de cada cual, pero me parece que la suya ha sido particularmente superflua y dañina".



No tiene problemas en censurar de manera retrospectiva. Así obra con el poeta romántico alemán Heinrich von Kleist, cuyo suicidio le inspira una airada reflexión: "Su acto más vil fue su final", escribe, para añadir un poco después: "Toda muerte es posible, pero ninguna se justifica". La muerte fue para Canetti, grafómano impenitente, una obsesión comparable a la de escribir; entendía que escribir lo protegía de la muerte, como anotó en 1965: "Mientras escribo me siento (absolutamente) seguro". Y en el mismo sentido, diez años antes: "Narrar, narrar hasta que nadie muera. Las mil y una noches, las millones y una noches". Muchos de los apuntes están recorridos por la impotencia. Y en otros carga contra Dios, "un paranoico -dice- que destruye a los hombres porque se siente perseguido por ellos".



@albertogordom

"Inamovible Don Quijote"

"Lo permanente, lo inamovible de los personajes, tanto Don Quijote como Sancho Panza, y, sin embargo, su riqueza dentro de los límites más estrictos. ¡Cuán imprecisas y poco comprometidas, cuán blandas nos resultan, comparadas con ésta, las novelas posteriores! (...) El pacífico glotón no siempre carece de razón. Los nobles discursos del hidalgo emocionan por su alternancia con los discursos del glotón. Si encontrara a un buen interlocutor para él, aún se podría salvar a mi enemigo de la muerte. Mi enemigo de la muerte no debería ser menos que el caballero andante. La verdadera dificultad, es más, su probable imposibilidad reside en que el caballero andante es un personaje que cierra algo, que mira atrás hacia algo que existió durante mucho tiempo, mientras que el enemigo de la muerte no se remite a nada que existiera, debe convencer a pesar de que todo en él es nuevo". (1989)



"Eliot maneja a los muertos"

"Siento un profundo rechazo a cualquier tipo de crítica artística o literaria; aumenta cuando se acerca a mi verdadero ámbito; me resulta insoportable cuando se esfuerza por ser fría y justa. Existe un ejemplo en la literatura inglesa actual, el poeta Eliot, con cuyos ensayos sobre poesía me topo de vez en cuando. Ni yo mismo termino de comprender por qué me producen ese rechazo tan repentino y especial. No obstante, siempre aparece al cabo de una o dos páginas y, con tenso asco, atento a cada palabra que pueda acrecentarlo, termino de leer aquello que debería apartar, y días después todavía abrigo la sensación de encontrarme en una cámara de tortura fea y envejecida.



En esos ensayos siempre se trata de una cuestión de lugar. Se acomete con objetividad la administración de los nombres, como un negocio bien meditado. ¿Merece este o aquel un lugar en la antología? ¿Ocupa mucho o poco espacio en ella? Se da a entender claramente que, para empezar, los poetas viven de las antologías. Lo primero es el modesto resultado de una existencia plena y movida. Debe de ser un placer particular manejar a los muertos como bolos. Juzgar a los vivos ya es una empresa muy dudosa; más de uno preferiría que le arrancaran la lengua antes de pronunciar con ella una sentencia. Sin embargo aparece uno que no mueve ni un dedo por debajo del plano de los muertos. (...)



Tal empresa es repelente por varios motivos: demuestra hasta qué punto este jugador de bolos no es aquello que finge ser, un poeta. Si lo fuera, ¿cómo podría ocuparse friamente en la organización de la fama póstuma? ¿Cómo podría luchar por unas líneas en las antologías? (…) Si la claridad le importara de verdad, la dedicaría a descifrar este mundo real; pensaría en vez de limitarse a examinar. (…) ¿Quién le tomaría a mal que saliera en pos de descubrimientos en el campo de las palabras? Sólo debería admitir su curiosidad; exponer él mismo el material; contentarse con lo que lo impresiona; alegrarse; enfadarse; asir, apartar; besar, comentar; y no instruir un juicio". (1943)