Ian McEwan. Foto: CCCB
La última novela de Ian McEwan, Cáscara de nuez, es, desde el título, un homenaje al Hamlet de Shakespeare encerrado en una deliciosa comedia negra narrada por un feto que disfruta de cada copa de vino blanco que engulle su madre, y que se siente impotente cuando piensa en lo que ésta va a hacer con su padre, a la manera en que el mundo se siente impotente hoy ante políticas que "recuerdan al Tercer Reich".
Lo que ocurrió entre La ley del menor, su anterior novela, una novela sobre todo aquello éticamente soportable, sobre la moral y su pérdida, y ésta, Cáscara de nuez (Anagrama), una comedia negra, a ratos, poderosamente hedonista, es que McEwan releyó Hamlet. Y decidió que escribiría su propio Hamlet. O, cuanto menos, una versión del mismo, narrada desde el útero de una de las protagonistas, por su hijo aún por nacer. "Hamlet es uno de los textos fundadores de la modernidad. Refleja cómo pensamos sobre nosotros mismos. El ser humano moderno se cuestiona a sí mismo a partir de Hamlet. No hay precedentes para el concepto del yo que aparece en esa obra de Shakespeare. En el siglo XV se alumbra el concepto de la individualidad que pasa a Montaigne y sus ensayos, y después a Shakespeare y su Hamlet, que lo hace popular", expone el escritor. Viste una camisa azul. Tiene aspecto de profesor, de profesor que disfruta con las novelas mundo, las novelas de León Tolstói, sí, pero también las de Anthony Trollope.
"Sería una blasfemia preguntarse si Trollope fue mejor escritor que Dickens, pero lo cierto es que construía mejores personajes. Los personajes de Dickens son puro pastiche, los de Trollope son reales. La única razón por la que hablo de él es porque lo descubrí hace poco, y creo que demasiado tarde, pero verdaderamente me fascina todo lo que hizo", admite, y vuelve sobre Hamlet y el mundo de hoy para resituar su novela, y a su protagonista. "En el mundo de hoy, la sociedad democrática está sufriendo una serie de ataques, ataques constantes que amenazan con destruirla, y hay un sentimiento de impotencia desde el yo, desde el individuo, porque como tal, nos cuesta influir en lo que ocurre. Como le pasa al narrador de la novela, que al no haber nacido aún, no puede cambiar nada de lo que ve, tiene que limitarse a contemplarlo, y a sentir toda esa impotencia", relata. ¿Y qué es lo que ve? Ve cómo su madre está tratando de urdir una trama con su amante para matar a su marido, que es su futuro padre, claro, un poeta, un soñador depresivo con tendencia a la obesidad.
Evidentemente, y siguiendo el esquema de Hamlet, el amante de su madre no puede ser otro que su tío, el hermano de su padre. "Pese a todo, yo quería arrojar algo de luz, algo de optimismo, que en Hamlet no hay. Hamlet muere al final, y lo que se dice es que después de la muerte, sólo hay silencio. En mi novela lo que ocurre es que el narrador se da cuenta de que la única manera en que puede influir en los acontecimientos, en que puede cambiar las cosas, es naciendo. Y al nacer, nace a la búsqueda de sentido que constituye la vida. Nace al caos. Así que, lo que hay después, no es silencio, sino caos. Y su búsqueda de sentido es, en realidad, la búsqueda de sentido del artista", apunta. ¿Y no le resultó limitado el hecho de que el narrador no pudiese salir del útero de su madre hasta el final? "No. Escribir una novela es siempre un viaje. Explorar nuevos territorios y fronteras. Emprendes cada nuevo proyecto como un explorador emprendería una ruta. Puedes tener un mapa del camino a seguir, pero siempre será una aproximación. Y ese es uno de los grandes placeres de la escritura: la sorpresa. El acto de escribir implica sorpresa. Y en este caso, las limitaciones narrativas fueron también oportunidades de recorrer caminos con los que no contaba", contesta.
En cierto sentido, cree que Cáscara de nuez - cuyo título es un verso de Hamlet - es un compendio de todo lo que ha escrito hasta la fecha. Están ahí todos sus temas, incluso su pasión por la poesía. Y también es un pequeño thriller. "Me gusta jugar con los géneros. Tomar sus clichés y hacer cosas nuevas. Y sí, esta novela es también una vuelta de tuerca al género que tan bien cultivó Agatha Christie, pero sin que nos importe quién cometió el crimen, porque todos sabemos cómo acaba Hamlet", dice. También hay una idea de aquello a lo que las acciones de su madre podrían condenar al niño en camino: una vida sin cultura, una vida en el infierno del mundo real, una vida sin escapatoria. "En un momento dado, él se imagina con una madre adoptiva horrible, huyendo de su novio violento, y de su perro aún más violento, en un bloque de pisos de protección oficial, en un apartamento pequeño y ruidoso, y sólo lamenta no tener la oportunidad de acceder a la cultura. El infierno es no poder leer, no tener música. Nada. Y es que se piensa que la pobreza sólo implica no tener dinero, pero también implica otras cosas", asegura.
Cosas como "no disponer del lujo de la soledad y el silencio". "Él se imagina un apartamento donde la tele esté siempre encendida, donde no haya reposo, donde no pueda encontrársele sentido a la vida porque ni siquiera pueda llegar a pensarse en ello, porque si no hay reposo, si no hay soledad y silencio, uno no puede plantearse por qué está aquí y para qué. El sentido de la vida es precisamente ese: poder buscarle un sentido", añade. Todo lo demás se vive como una condena. Y el escritor que una ocasión dijo que no podía escribirse igual después del 11-S, dice ahora que "la vida siempre continúa". "Hubo quien pensó que después del Holocausto el arte no sería posible. Pero lo fue. Porque la vida continúa. Y respecto al 11-S, creo que aún estamos en ese capítulo de la Historia. Estamos aún viviendo las consecuencias de las decisiones que se tomaron después del 11-S. ¿Y puede la novela hacer algo contra eso? No lo sé. La novela refleja un mundo a pequeña escala. Al menos, eso es lo que hace hoy en día. Ya no hay grandes novelas, como las de Tolstoi, ahora son todas fragmentarias, porque vivimos en mundos fragmentados", dice.
Y volviendo a la sociedad de hoy, el asunto del 'brexit' le horroriza. "Cultural, política y económicamente, el brexit es un desastre. Pero no sólo el 'brexit'. Algo huele a podrido en la situación política del Reino Unido en general. 16 millones de personas votaron quedarse en la Unión Europea, y 17 votaron irse. Y hay un pequeño grupo de políticos airados y decididos que creen estar hablando por el 100% de la población y no por esos 17 millones de personas, que son poco más de la mitad. No me gustan estas decisiones a golpe de plebiscito cuando vivimos en una democracia parlamentaria. Me recuerdan demasiado al Tercer Reich, y me asustan. Sólo puedo decir que lo lamento, que lamento que estemos fuera de la Unión Europea, y que voy a echarla mucho de menos", concluye el escritor, que estos días trabaja ya en su próxima novela - "que está a años luz en todos los sentidos de Cáscara de nuez", dice - y en los guiones de las adaptaciones cinematográficas de Chesil Beach y La ley del menor.
@laura_fernandez