De izquierda a derecha y de arriba a abajo: Andrés Neuman, Carlos Marzal, Carmen Camacho, Ramón Andrés, Jordi Doce, Erika Martínez, Miguel Ángel Arcas, Andrés Trapiello, Eliana Dukelsky y Ramón Eder

La dificultad para definir con precisión el término es reconocida por los propios aforistas. No obstante, sí coinciden prácticamente todos en lo que no debería faltarle a un aforismo y en lo que nunca se puede convertir. Entre la erudición y la mal llamada baja cultura, el aforismo es un género literario extra-académico que, cuando ni siquiera se había acuñado definitivamente el término, se practicaba de manera semiclandestina. En los últimos años ha experimentado un resurgimiento de la mano de sellos editoriales audaces que han contado con autores como Ramón Eder, Andrés Neuman, Jordi Doce, Carlos Marzal, Andrés Trapiello, Carmen Camacho o Eliana Dukelsky, que han conseguido reformular el género, tratando de no sucumbir a la obviedad o al tópico.

La comunidad literaria sigue de celebración. Su hijo pródigo, el aforismo, apartado de la escena principal después de los años de la vanguardia, regresó en los 80 y se consolidó con el cambio de siglo. A día de hoy, no es un atrevimiento pensar que se queda para siempre. La joya de la corona del género breve, arrinconado durante la segunda mitad del siglo XX en España, ha experimentado una sorprendente revitalización, favorecida por las circunstancias sociales del momento. La influencia de las nuevas tecnologías y la actitud crítica de una sociedad que no se conforma con ser espectadora ha desencadenado la proliferación de la literatura fragmentaria. Erika Martínez, aforista y editora de uno de los sellos que más ha apostado por el género, Cuadernos del Vigía, justifica el auge del aforismo a través del actual sistema tardocapitalista, según el cual la rentabilidad se consigue con la suma de la brevedad y la eficacia. Precisamente estos dos elementos son ingredientes fundamentales en la formulación del aforismo contemporáneo.



Desde la década de los 80, las editoriales han incluido libros de aforismos en sus catálogos de forma progresiva, hasta alcanzar en el siglo XXI cifras de publicación tan esperanzadoras que quintuplicaban las de la década anterior. En los 90, Edhasa se ocupó de la recuperación de figuras canónicas del aforismo internacional, iniciativa a la que se sumó la sevillana Renacimiento en 2010, con la inauguración de la colección A la mínima, incluyendo en la selección a aforistas contemporáneos y actuales como Ramón Eder (Navarra, 1952). Bajo este mismo sello, Manuel Neila acaba de publicar La levedad y la gracia, un ensayo sobre la evolución del aforismo en España desde el siglo XX. En esta línea, Trea, Cuadernos del Vigía y La Isla de Siltolá se atrevieron también a crear colecciones a propósito del género. La primera de ellas, Trea, publicó en 2013 Pensar por lo breve. Aforística española de entresiglos (1980-2012), de José Ramón González, la antología más importante de aforismos publicada en España hasta el momento. Por su parte, Tusquets, Pre-textos, Lumen, Baile del Sol, Biblioteca Nueva o Hiperión son otras editoriales que han abierto sus catálogos a un género como éste.



No obstante, el significativo incremento de obras publicadas no se corresponde con el volumen de venta ni con el interés de la crítica. La literatura breve sigue siendo un género menor en cuanto a público, por más que haya pasado de ser una actividad recóndita a adquirir una importante visibilidad. Erika Martínez, preguntada por cómo se afronta la publicación de un libro de aforismos -algunos no consiguen vender más de 200 ejemplares-, se aferra a la "pasión literaria", aunque reconoce como imprescindible un "espíritu kamikaze". Pese a las dificultades, su compañero en la editorial y también aforista Miguel Ángel Arcas (Granada, 1956) no se da por vencido -"creo que es un género con un enorme futuro", vaticina-, y anuncia a El Cultural la intención de organizar un encuentro nacional de aforistas que tendrá lugar, si finalmente se lleva a cabo, en La Alhambra.



Una red social como campo de entrenamiento

Las causas de la resurrección del aforismo en España son casi tan difusas como su propia definición, aunque resulta evidente que el contexto político y social de la actualidad ha sido decisivo, en tanto que ha convertido al ciudadano en un agente activo con un discurso crítico. Esto se ha manifestado en la nueva literatura a través del género fragmentario, con el aforismo como punta de lanza de un nuevo movimiento que no se entiende sin la influencia de las redes sociales. Según Eliana Dukelsky (Buenos Aires, 1982), ganadora del II Premio José Bergamín de aforismos que convoca la editorial Cuadernos del Vigía, redes sociales como Twitter "nos han familiarizado con los enunciados breves, y eso puede que nos haya ayudado a la hora de leer aforismos", aunque advierte que es preciso diferenciarlos de los tuits. Arcas argumenta que "mientras el tuit se articula en el exhibicionismo, el aforismo, por el contrario, se ocupa de seguir cuestionando el pensamiento". Con todo, "se benefician el uno al otro", según asegura el poeta Carlos Marzal (Valencia, 1961); "el problema es la falta de jerarquización y de filtros". En esta línea se expresa Jordi Doce (Gijón, 1967), que no admite que le den "gato por liebre", refiriéndose a los chistes, los juegos de palabras sin una dirección o los golpes de ingenio sin profundidad.



Por su parte, Andrés Neuman (Buenos Aires, 1977) celebra que "la conciencia aforística haya posibilitado que alguien pensase que en los 140 caracteres de Twitter se puede decir algo", por tanto, "la tecnología ha terminado dándole la razón a la literatura". En definitiva, "los tontos se conformarán con aforismos de tontos y los listos buscarán otra cosa. En proporción poco simétrica, porque listos no hay muchos nunca", sentencia el prolífico escritor Andrés Trapiello, que incluye sus aforismos en el blog Hemeroflexia y en su diario por entregas Salón de los pasos perdidos. Por su parte, Andrés Neuman, con su blog Microrreplicas, en el que, además, realiza diferentes incursiones en el terreno del análisis aforístico; Jordi Doce con Perros en la Playa; o Juan Poz con Diario de un artista desencajado, participan también en el nuevo tablero tecnológico de comunicación: las redes sociales, un verdadero campo de entrenamiento para aforistas.



Una enorme minucia

Para jugar a esto, es imprescindible ser breve y certero, luego el tamaño aquí sí importa. "Siete palabras mejor que ocho", propone Marzal, pues "un buen aforismo es irreductible", según Carmen Camacho (Jaén, 1976), la aforista española más reconocida, con dos libros publicados y una antología pendiente en la que se encuentra trabajando. Pero además de la brevedad, el objeto del aforismo -para diferenciarse de la banalidad del tuit, por ejemplo- es la profundidad, o sea, conseguir que el contenido trascienda más allá del propio aforismo. Así, el efecto onda expansiva se consigue con la concisión: tan pronto acabe el aforismo, jamás se agote. Esto es la transtemporalidad de la que habla Neuman: "un aforismo que se deje releer una y otra vez, obteniendo diferentes resultados" en función de la interpretación de cada momento. Esa capacidad reflexiva es la que convierte a un enunciado en un buen aforismo: "una enorme minucia", según la definición de Ramón Eder.



"Es tan especial porque nadie sabe qué es exactamente", responde Benjamín Prado, poeta y autor de tres libros de aforismos publicados en Hiperión, cuando se le pregunta sobre la definición de aforismo. En general, nadie cree tener la definición exacta -algunos como Fernando Aramburu ni siquiera creen que exista como género- pero todos huyen de lo mismo: el refrán -"sabiduría cateta", según Marzal-, la frase hecha y, por supuesto, la obviedad. Jordi Doce alude al argumento del poeta Francisco León cuando dice que "los aforismos no pueden ser tomados como leyes para los demás, sino como expresiones de deseo para quien los escribe". Así, el propio Jordi aboga por "que no sea una máxima grabada en piedra". Precisamente el aforismo contemporáneo ha evolucionado desde la máxima sapiencial hacia la sugerencia, en tanto que "se vuelve moderno cuando deja de ser incontestable", como afirma Miguel Ángel Arcas.



Mientras que los aforistas clásicos -desde Grecia o la Biblia hasta el Barroco, con Quevedo, entre otros- eran partidarios de la sentencia o la máxima, los contemporáneos -desde el siglo XVIII hasta las vanguardias, con José Bergamín, Max Aub o Juan Ramón Jiménez como máximos exponentes en España- prefirieron apostar por el planteamiento de una verdad que se propone para su discusión, sin tratar de demostrarla. "Una pregunta disfrazada de respuesta", como dice Neuman, que define el aforismo como "un simulacro de certeza que persigue astutamente su refutación". Eliana Dukelsky también se refiere a la naturaleza interrogativa del aforismo cuando dice que "cuestiona de forma muy directa la realidad".



"La aforística contemporánea tiende al subjetivismo", confirma Carmen Camacho, heredera, como sus coetáneos, de los dieciochescos como Chamfort, La Rochefoucauld o Lichtenberg. Los primeros contemporáneos se preocuparon por la inclusión del "yo", que termina con la impersonalidad del aforismo clásico, más basado en la arbitrariedad casi científica y en la constatación. Por otro lado, atributos como el humor, la ironía y elementos líricos como la metáfora, también heredados de los precursores del aforismo moderno en el siglo XVIII, se reflejan en la mayoría de los actuales que no pretenden la proclama, sino la propuesta.



Literatura y pensamiento

El aforismo es un artefacto verbal entre la literatura y la filosofía, pero también es "el camino más corto entre la poesía y el pensamiento", tal y como asegura Trapiello. Así, Erika Martínez establece dos vertientes entre los autores actuales españoles, la metafísica y la metafórica, cuyos antecedentes más inmediatos se encuentran en las vanguardias "por su carácter discrepante y su tendencia a discutir toda forma de aspiración a la totalidad".



Durante casi 50 años de oscuridad, aparecieron casos contados de buenos aforistas como Rafael Sánchez Ferlosio o Carlos Edmundo de Ory, cuya obra, Los aerolitos, se ha convertido en una referencia para el género. Más tarde, escritores como Manuel Neila o Javier Sánchez Menéndez (editor de La Isla de Siltolá), junto a los mencionados Ramón Eder, Fernando Aramburu, Carlos Marzal y Andrés Trapiello, todos ellos nacidos entre el 50 y el 60, consolidaron el aforismo en España a principios de siglo. Asumiendo el legado de las vanguardias y las referencias de otros autores internacionales como Joubert, Renard, Porchia, Nietzsche o Stanislaw Jerzy Lec, ahora comparten espacio con jóvenes como Erika Martínez, Carmen Camacho, Eliana Dukelsky o Andrés Neuman.



Los nuevos autores se niegan a ser categorizados en subgéneros, aunque es inevitable pensar en alguno de ellos e, inmediatamente, asociarles a sus principales atributos. A menudo sus aforismos aparecen salpicados de dosis de ingenio, paradojas o juegos de palabras, eso sí, siempre desde la cautela, pues como argumentaba el poeta y pensador Ramón Andrés (Pamplona, 1955) en la última entrevista para El Cultural, "la búsqueda de la genialidad suele pagarse con el ridículo". Muy en cuenta lo tiene Carmen Camacho, cuyos aforismos "rodeados de silencio", según apunta ella misma, son puras acrobacias verbales repletas de potentes imágenes que sugieren siempre una profundidad, muchas veces a partir del cinismo. Por su parte, Eliana Dukelsky, influenciada por Alejandra Pizarnik, Fernando Pessoa y Emily Dickinson, acude "al proceso vital que esté atravesando en un momento determinado" y otorga al aforismo un valor más emocional -"Me dejaste sola, contigo dentro"-.



Capacidad poética

De otro lado, Ramón Eder, aforista que no cultiva otra disciplina desde hace años, es más partidario de la inteligencia y el humor que del "sentimentalismo". El navarro explota las "grandes posibilidades expresivas del aforismo, pudiendo ser profundo y ligero a la vez", según él mismo apunta. Por ello, es frecuente encontrar en su obra una metáfora teñida de ironía, o cualquier otro recurso, siempre con un fondo de pensamiento -"Las alas se atrofian si no se usan"-. Andrés Neuman, por su parte, es descendiente de Lichtenberg en el plano humorístico. Autor de novela y poesía, destaca entre su obra aforística Barbarismos, un diccionario personal repleto de paradojas ingeniosas.



Jordi Doce, Carlos Marzal y Benjamín Prado son quienes cultivan el aforismo más poético, sin dejar a un lado el pensamiento, si es que no fueran inseparables. Al primero le interesa, más que el aforismo independiente, el conjunto de toda una obra "para comprender su actitud vital a través de su trayectoria". Para Marzal, quizás por su condición de poeta, "es más importante la formulación que el propio pensamiento". Prado, por su parte, cultiva el aforismo social, pero se ocupa de que sus aforismos no sean un eslogan, exigencia que se imponen todos los que han hablado para El Cultural. Respecto a si un verso de un poema puede ser un aforismo, también todos coinciden: "sí; la diferencia está en la autonomía". El aforismo debe sobrevivir a la inclemencia, mientras que el verso, por muy poderoso que sea, necesita el contexto del poema.

Premio José Bergamín

Por su condición de género residual, son pocas las editoriales que se lanzan a convocar concursos de aforismos. Cuadernos del Vigía, uno de los sellos que más ha apostado por el género desde su fundación, acoge el Premio José Bergamín, que se ha convertido en uno de los más importantes a nivel internacional. En su cuarta edición, se ha alzado con el galardón Ricardo de la Fuente, catedrático de la Universidad Complutense que comenzó a escribir aforismos hace menos de dos años, a partir de la experiencia con el microrrelato. Su libro ganador, Andar en la niebla, en poco tiempo compartirá colección con grandes aforistas como Ramón Eder, Andrés Neuman, Fernando Savater, Carmen Camacho o el propio Bergamín. Alentado por la escritora y periodista Clara Obligado, que dirige un taller de escritura en Madrid al que asiste Ricardo de la Fuente, tomó la decisión de presentarse con un año de antelación "por el reto que suponía embarcarme en el proyecto de armar un libro de aforismos". Tras la concesión del premio, De la Fuente celebra el "honor que supone el reconocimiento de que un jurado experto aprecie tu trabajo, porque uno duda de si lo que escribe tendrá algún valor para los potenciales lectores". Andar en la niebla recoge aforismos que siempre se manifiestan "mientras estoy trabajando en otros temas", según apunta, y proceden de "una conversación con amigos, una lectura, una palabra sugerente o algo oído en la calle". Bien se explica esto mismo en uno de sus aforismos: "Aforista: instinto de cazador, paciencia de pescador".