Sabino Méndez

Cuenta Sabino Méndez (Barcelona, 1961) que el origen de Literatura universal (Anagrama), su última travesura literaria, está en su gusto por las novelas-puzle, o rompecabezas, como Pálido fuego o Rayuela. "Siempre me pregunté si podría hacer algo en esa dirección", dice el escritor y músico barcelonés. Méndez parte de la famosísima cita de Borges: "Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo prefiero jactarme de los que me ha sido dado leer". Y la lleva a su paroxismo: una novela que es en parte un rosario de citas y referencias literarias y también una crónica generacional, aunque pasada por el tamiz de la ironía y la parodia.



Pregunta.- El libro se mueve entre géneros, pero sí que tiene mucho de crónica de unos años concretos. ¿Lo ve así, como una crónica, aunque novelada?

Respuesta.- Me gusta decir que es una parodia de la crónica tradicional. No una sátira, que sería mucho más antipática. Por eso hay acertijos amables, algo de humor malévolo para atacar a esa crónica generacional que a menudo es demasiado seria.



P.- Canciones, crónicas, artículos, novelas... ¿se considera, por encima de todo, un escritor?

R.- Tengo 55 años y si miro atrás veo que, desde los 19 años, me he ganado la vida escribiendo. Cuando empecé escribía de todo, pero, como le pasó a más gente de mi generación, encontré salida en la música. Entonces el rock daba unos ingresos que la escritura, tal y como yo la entendía, no daba. Dicho esto, comprendo que se me vea como parte de la música popular.



P.- ¿Cree que esta circunstancia ha condicionado la recepción de sus libros?

R.- Sí, estoy convencido. Los libros vienen siempre mediatizados por algo, ya sea la publicidad, las reseñas o, como ocurre ahora, los influencers o cualquier otro miembro de este circo que hay montado hoy alrededor del arte. Pero al final lo que queda es el libro, y que me conozcan como un músico que escribe o como un escritor que hace música me da igual. Yo dejo que una y otra faceta se influyan mutuamente, y creo que la influencia al final es global y proviene de la poesía. La poesía es lenguaje en su máxima concentración, es prosa concentrada. Y es determinante para las canciones, para la narración.



P.- Sus anteriores libros eran de no ficción. ¿La ficción le ha hecho ahora sentirse más libre?

R.- En cierto sentido sí. Decidí que este libro fuera de ficción por una razón sencilla. En los anteriores hice algún chiste cariñoso sobre algún amigo y luego descubrí que las circunstancias de este amigo habían cambiado y que el chiste o el guiño que yo había hecho en el libro ya no le hacían gracia. Herí a algunas personas con mis libros anteriores. Pero en esta historia no me apetecía herir a nadie. Seguro que hay otras historias por escribir en las que toque ser valiente y no callarse nada. Pero no quería que este libro fuera eso. Además, la ficción era lo natural en un libro como este: por el placer del rompecabezas y porque necesitaba libertad para crear a los personajes.



P.- El libro está recorrido por cientos de citas, de autores, de obras... ¿Cuáles de sus referentes literarios sobreviven al paso del tiempo?

R.- Más que autores de referencia tengo libros de referencia. Hay libros que nunca morirán, que aunque pasen los años siguen siendo irrebatibles: de cualquier libro de Mark Twain a Moby Dick, de Flaubert a Tolstoi o a Nabokov. Este libro ha terminado siendo como una reunión de amigos que están ahí, en la noche los tiempos, pero cuyas palabras tienes el privilegio de poder oír todavía.



P.- ¿Cree que a la literatura española le falta humor? Es una queja recurrente, la solemnidad de la literatura española frente a otras como la inglesa, que tiene tan arraigado el humor sutil, la ironía...

R.- En absoluto. Es una demencia decir que la literatura española no tiene humor: ahí está el Quijote, libro fundamental de la literatura universal, un libro de humor, aunque de un humor cruel, eso sí. Es verdad que España ha sido un país muy duro, muy gótico, en el que se ha pasado mucha hambre. Por eso a veces no tiene ese punto tamizado, reposado, que tiene el humor en otros sitios como Reino Unido. Pero ahí están el Lazarillo, Quevedo… aquí ha habido humor, pero quizás ha sido de otro tipo.



P.- Decía en una entrevista reciente que "estamos viviendo una segunda época victoriana" y mencionaba las tecnologías como las culpables. ¿Pero no cree que las tecnologías no son más que un reflejo de lo que hay en la sociedad?

R.- Yo veo Internet como un patio de vecinos. Con toda la chabacanería, con todos los gritos, el morbo y las pequeñas heroicidades de un patio de vecinos. Lo que pasa es que ahora vivimos en un sistema de vicios privados y virtudes públicas: eso es el fariseísmo victoriano. Aunque creo que Internet y los nuevos medios de comunicación tienen una cosa muy positiva: han extendido la compasión. La solidaridad hoy llega mucho más lejos. Por otro lado Internet tiene pendiente la fiabilidad, algo que los periódicos ya habían conseguido hacer.



P.- ¿Entendió el revuelo que se formó con el Nobel a Dylan?

R.- Sí que lo entendí. Creo que lo que pasó es significativo, porque demuestra que hoy la cultura anda en pos de un criterio. Por otro lado, el Nobel es una cosa del siglo pasado. Estoy absolutamente a favor de que le den el Nobel a Dylan, pero a continuación le diría a Dylan que el Nobel es de Chichinabo. Los mejores escritores del siglo XX no tienen el Nobel.



P.- Aquella burguesía catalana a la que no le gustaba el rock de Loquillo, ¿es la misma que hoy vota independencia?

R.- Hay una línea de contacto, pero hay que matizar más: estamos hablando de burguesía catalanista. Hay que separar entre catalán y catalanista. Es cierto que la burguesía catalanista no veía con buenos ojos aquel rock. En Cataluña, después de la guerra civil hubo un gran movimiento migratorio, el mayor que había conocido Europa en época de paz. Sin la inmigración, la población catalana sería hoy de unos dos millones de personas. Esa cifra coincide sospechosamente con la base del voto catalanista en Cataluña. Es una parte de la sociedad que teme que las tradiciones autóctonas se diluyan en la globalidad. Por eso ya entonces sentían que el rock era una amenaza. Preferían el jazz, que es una música más estructurada, que les parecía más culta, más formalista, sin mensajes incendiarios ni ácratas. Una música menos imprevisible. Hoy cierto catalanismo se ha tirado al rock cuando el rock ya no significa lo que significaba.



P.- ¿Y qué significa hoy el rock?

R.- Bueno, los modos y maneras del rock están ya fagocitados por la sociedad. Cuando nosotros empezamos éramos unos auténticos marcianos.