Ilustración de Sara Morante para el cuento "El potro obscuro" de Miguel Hernández
Con motivo del 75 aniversario de la muerte de Miguel Hernández, la editorial Nórdica publica Cuentos para mi hijo Manolillo, un volumen que recoge los cuatro relatos escritos por el poeta para su hijo en la cárcel; y Espasa publica Tenemos que hablar de muchas cosas, una antología donde poetas contemporánes de diferentes voces y tendencias escogen varios poemas de las Obras Completas de Hernández.
Cuando se cumplen 75 años de la muerte del poeta de Orihuela, Nórdica publica Cuentos para mi hijo Manolillo, un volumen que reúne cuatro relatos escritos entre junio y octubre de 1941 en la cárcel de Alicante. Se trata de "El potro obscuro", "El conejito", "Un hogar en el árbol" y "La gatita Mancha y el ovillo rojo". El poeta entregó los textos al periodista y dibujante Eusebio Oca Pérez, compañero de presidio, que ilustró las dos primeras historias.
Los cuentos infantiles fueron escritos sobre hojas de papel higiénico con las que el poeta armó un precario cuaderno. El manuscrito, formado por seis hojas pequeñas, cosidas con hilo ocre y con bordes envejecidos, es un emocionante documento del amor del poeta hacia su hijo Manolillo. Para esta nueva edición de Nórdica, los ilustradores Damián Flores, Sara Morante, Adolfo Serra y Alfonso Zapico han creado imágenes estos cuatro textos, los últimos que escribió el poeta. Además, en el libro se reproducen el material original y dibujos del propio Miguel Hernández.
A continuación reproducimos uno de los cuentos, "El potro obscuro":
Una vez había un potro obscuro. Su nombre era Potro-Obscuro.
Siempre se llevaba a los niños y las niñas a la gran ciudad del sueño.
Se los llevaba todas las noches. Todos los niños y las niñas querían montar sobre el Potro-Obscuro.
Una noche encontró a un niño. El niño dijo:
¡Llévame, caballo pequeño,
a la gran ciudad del sueño!
-¡Monta! -dijo el Potro-Obscuro.
Montó el niño y fueron galopando, galopando, galopando.
Pronto encontraron en el camino a una niña. La niña dijo:
¡Llévame, caballo pequeño,
a la gran ciudad del sueño!
-¡Monta a mi lado! -dijo el niño.
Montó la niña y fueron galopando, galopando, galopando.
Pronto encontraron en el camino a un perro blanco. El perro blanco dijo:
¡Guado, guado, guaguado!
¡A la gran ciudad del sueño
quiero ir montado!
-¡Monta! -dijeron los niños.
Montó el perro blanco y fueron galopando, galopando, galopando.
Pronto encontraron en el camino a una gatita negra.
La gatita dijo:
¡Miaumido, miaumido,
miaumido!
¡A la gran ciudad del sueño
quiero ir, ya
ha obscurecido!
-¡Monta! -dijeron los niños y el perro blanco. Montó la gatita negra,
y fueron galopando, galopando, galopando.
Pronto encontraron en el camino a una ardilla gris. La ardilla gris dijo:
¡Llévenme ustedes,
por favor,
a la gran ciudad del sueño,
donde no hay pena
ni dolor!
-¡Monta! -dijeron los niños, el perro blanco y la gatita negra.
Montó la ardilla gris y fueron galopando, galopando, galopando.
Galopando y galopando hicieron leguas y leguas de camino.
Todos eran muy felices. Todos cantaban, y cantaban y cantaban.
El niño dijo:
-¡Deprisa, deprisa, Potro-Obscuro! ¡Ve más deprisa!
-Pero el Potro-Obscuro iba despacio, despacio, despacio.
Había llegado a la gran ciudad del sueño.
Los niños, el perro blanco, la gatita negra y la ardilla gris estaban dormidos.
Todos estaban dormidos al llegar Potro-Obscuro a la Gran Ciudad del Sueño.
También en recuerdo de este aniversario de Miguel Hernández, la editorial Espasa, en la que trabajó y que publicó la primera edición de posguerra de una obra del poeta, quiere conmemorar su figura con la antología Tenemos que hablar de muchas cosas, donde poetas contemporánes de diferentes voces y tendencias escogen varios poemas de las Obras Completas de Hernández.
Escogemos a continuación dos de ellos:
Me sobra el corazón
De Poemas sueltos III, escogido por Sergio Carrión.Hoy estoy sin saber yo no sé cómo
hoy estoy para penas solamente,
hoy no tengo amistad,
hoy sólo tengo ansias
de arrancarme de cuajo el corazón
y ponerlo debajo de un zapato.
Hoy reverdece aquella espina seca,
hoy es día de llantos en mi reino,
hoy descarga en mi pecho el desaliento
plomo desalentado.
No puedo con mi estrella,
y me busco la muerte por las manos
mirando con cariño las navajas,
y recuerdo aquel hacha compañera,
y pienso en los más altos campanarios
para un salto mortal serenamente.
Si no fuera ¿por qué?... no se por qué,
mi corazón escribiría una postrera carta,
una carta que llevo ahí metida,
haría un tintero de mi corazón,
una fuente de sílabas, de adioses y regalos,
y ahí te quedas, al mundo le diría.
Yo nací en mala luna.
Tengo la pena de una sola pena
que vale más que toda la alegría.
Un amor me ha dejado con los brazos caídos
y no puedo tenderlos hacia más.
¿No veis mi boca qué desengañada,
que incomformes mis ojos?
Cuanto más me contemplo más me aflijo:
cortar este dolor ¿con qué tijeras?
Ayer, mañana, hoy
padeciendo por todo
mi corazón, pecera melancólica,
penal de ruiseñores moribundos.
Me sobra el corazón.
Hoy descorazonarme,
yo el más descorazonado de los hombres,
y por el más, también el más amargo.
No sé por qué, no sé por qué ni cómo
me perdono la vida cada día.
Eterna sombra
De Cancionero y romancero de ausencias, escogido por Carlos Salem.Yo que creí que la luz era mía
precipitado en la sombra me veo.
Ascua solar, sideral alegría
ígnea de espuma, de luz, de deseo.
Sangre ligera, redonda, granada:
raudo anhelar sin perfil ni penumbra.
Fuera, la luz en la luz sepultada.
Siento que sólo la sombra me alumbra.
Sólo la sombra. Sin astro. Sin cielo.
Seres. Volúmenes. Cuerpos tangibles
dentro del aire que no tiene vuelo,
dentro del árbol de los imposibles.
Cárdenos ceños, pasiones de luto.
Dientes sedientos de ser colorados.
Oscuridad de rencor absoluto.
Cuerpos lo mismo que pozos cegados.
Falta el espacio. Se ha hundido la risa.
Ya no es posible lanzarse a la altura.
El corazón quiere ser más de prisa
fuerza que ensancha la estrecha negrura.
Carne sin norte que va en oleada
hacia la noche siniestra, baldía.
¿Quién es el rayo de sol que la invada?
Busco. No encuentro ni rastro del día.
Sólo el fulgor de los puños cerrados,
el resplandor de los dientes que acechan.
Dientes y puños de todos los lados.
Más que las manos, los montes se estrechan.
Turbia es la lucha sin sed de mañana.
¡Qué lejanía de opacos latidos!
Soy una cárcel con una ventana
ante una gran soledad de rugidos.
Soy una abierta ventana que escucha,
por donde va tenebrosa la vida.
Pero hay un rayo de sol en la lucha
que siempre deja la sombra vencida.