Traducción de Lucía Barahona. Capitán Swing. Madrid, 2017. 480 páginas, 23€

Según el Informe Mundial de la Felicidad de 2017, financiado por la ONU, los cinco países escandinavos se sitúan entre los diez primeros de la lista de países más felices. Noruega, Dinamarca e Islandia copan el podio. Finlandia aparece en quinto lugar y Suecia en el décimo. España ocupa el puesto treinta y cuatro del ranking compuesto por ciento cincuenta y cinco países. Para elaborar la quinta edición de este estudio se han analizado indicadores como el sistema político, los recursos económicos, la corrupción, la educación y el sistema sanitario.



La sorpresa de este año es que Dinamarca ha perdido su hegemonía como sociedad más feliz de la Tierra. En 2012, con motivo del primer Informe Mundial de la Felicidad, John Helliwell, Richard Layard y Jeffrey Sachs analizaron todos los estudios disponibles sobre felicidad en las Encuestas Mundiales Gallup, las Encuestas Mundiales y Europeas de Valores o la Encuesta Social Europea y, al final, Dinamarca puntuaba siempre como el país más feliz del mundo seguido muy de cerca por Finlandia, Noruega y Suecia. Escandinavia no es solo el espacio más feliz del mundo.



En los llamados Índices de Satisfacción con la Vida, elaborados por distintas universidades, también obtiene los mejores resultados. Los escandinavos son igualmente la gente más satisfecha, pacífica, tolerante, igualitaria, progresiva, próspera, moderna, liberal, liberada, mejor educada o más avanzada tecnológicamente.



Casado con una danesa con la que tiene dos hijos e instalado en la campiña danesa, Michael Booth (1967), autor de varios libros gastronómicos y de viajes, es un periodista inglés al que en un mal día de frío y humedad se le ocurre indagar en función de qué Dinamarca incardina la felicidad y tantos otros valores, pese a ser un país pequeño, plano, aburrido, húmedo, oscuro y con unos impuestos altísimos. En la cabeza de Booth no acababa de encajar que su querido Reino Unido puntuase mucho peor que el país de su esposa. Por otro lado, su instinto de periodista le advertía de un hecho curioso. Aparte de ciertos estereotipos como el de las nórdicas guapas y liberales en relación con la sexualidad, la realidad es que no circula demasiada información en torno a lo que de verdad pasa en Dinamarca o en los otros cuatro países nórdicos. Escarbar en el éxito de lo nórdico e informar sobre su realidad es el objetivo central de este volumen.



Un poco a desgana, Booth comienza por admitir que los cinco territorios del norte se han puesto de moda. En su opinión, Borgen, la exitosa serie sobre la vida política danesa, producida por Danmarks Radio (DR), es bastante peor que El ala oeste de la Casa Blanca pese a que ganó un BAFTA y tuvo un millón de espectadores en la BBC4. Sobre la cocina nórdica no es muy optimista y la evolución del restaurante Noma desde cierta insignificancia hasta convertirse en el mejor del mundo de la mano de su chef jefe, René Redzepi, la contempla con cierta incredulidad.



Cargado con una buena dosis de escepticismo, Booth emprende un viaje que le lleva desde Dinamarca a las glaciales aguas del Ártico noruego, a los impresionantes géiseres de Islandia o al territorio hostil del complejo de viviendas sociales para inmigrantes de Rosengard en Malmö (Suecia).



Una aguda capacidad de observación, numerosas entrevistas y abundante documentación sirven para estructurar un relato delicioso y certero en torno a estos cinco países.



Dinamarca es la línea de salida. Su retrato comienza así: "Los daneses son unos maestros de la diversión. Se toman las fiestas muy en serio, son unos borrachines entusiastas, unos aplicados cantores comunitarios y tremendamente sociables cuando están entre amigos". Más adelante sabremos que trabajan menos que el resto de la Unión Europea: 1.559 horas al año en comparación con las 1.749 de media europea. Esto significa que a las cuatro o cinco de la tarde se termina de trabajar y que los fines de semana comienzan los viernes a partir de la hora de comer. Más del veinte por ciento de la población en edad de trabajar no lo hace y recibe subsidios del estado. A cambio, los daneses tienen los impuestos más altos del mundo, tanto directos como indirectos. Todo ello, bien mezclado con altas dosis de bienestar y confianza en los demás, genera como resultado el famoso hygge; una forma peculiar de cordialidad sobre la que se han escrito múltiples libros de autoayuda.



Islandia, territorio de volcanes y albergue de elfos, estuvo gobernada por Dinamarca durante 682 años. Estados Unidos estableció una base aérea durante la Segunda Guerra Mundial que desmanteló en 2007. El sueño americano influyó demasiado en una población pequeña que comenzó a endeudarse y acabó explotando con la crisis financiera del 2007/2008. Hoy están empeñados en recuperar la identidad nacional y mejorar su economía.



El descubrimiento en 1969 de unas gigantescas reservas de petróleo en el Mar del Norte ha transformado la sociedad noruega más que ningún otro factor. Sus poco más de cinco millones de habitantes poseen el mayor fondo soberano de inversiones del mundo. Mayor que el de Abu Dabi. Rebasará el billón de dólares al finalizar esta década gracias a un estricto control y a una gestión rigurosa a cargo del director general del Banco Noruego de Gestión de Inversiones. De pasar hambre y subsistir con lo mínimo los noruegos tienen hoy un estado de bienestar único en el planeta.



Los finlandeses no invierten en educación más de la media de la OCDE, los sueldos de sus profesores no superan lo que reciben sus colegas de España o Francia y son un veinte por ciento inferiores al de los maestros norteamericanos. Lo sorprendente es el rendimiento, una forma de excelencia derivada del apoyo social a la educación.



El volumen se cierra con un canto al modo de vida escandinavo. Ser capaz de decidir lo que uno quiere ser en la vida es capital para lograr una sociedad confiada en la cual valores como la cohesión, la igualdad de género o la educación empujen a los ciudadanos a la felicidad.



Reconocer las virtudes escandinavas no evita ver sus fisuras. Las salud de los daneses está por debajo de la media europea. Muchos islandeses morirán endeudados. En Noruega la tensión interpersonal es demasiado alta. La comunicación entre los finlandeses es penosa y su consumo de psicofármacos, altísimo. En Suecia la inmigración no occidental sigue siendo un problema.



Booth se asoma al lado oscuro, pero al final su texto acaba envolviendo las fracturas sociales con los logros del estado de bienestar. Lo cual no quita para reconocer en este libro una calidad de escritura y una capacidad descriptiva de primer orden, factores que hacen más que recomendable la lectura de estas páginas.

¿Feliz como un danés?

Como todo lo nórdico parece condenado a la felicidad, la danesa Malene Rydahl ganó en 2014 el premio al libro más Optimista del Año en Francia con Feliz como un danés, que ahora Espasa lanza en España. En él, Rydahl asegura que una de las claves del éxito del país es que allí ser el mejor no importa tanto como encontrar el lugar adecuado para uno mismo y que no se intenta favorecer la existencia de una élite, pues la prioridad es tener una población feliz. También reconoce sus claroscuros: la presión fiscal es la más alta del mundo, con un tipo impositivo marginal de casi el 60% para rentas a partir de las 390.000 coronas (unos 43.000 euros), una fiscalidad del 170% sobre los coches y un IVA del 25%; y en el país viven más cerdos (24 millones) que personas.