Luis Mateo Díez. Foto: archivo Alfaguara

Luis Mateo Díez entra y sale continuamente de sus territorios ficticios donde se encuentran la comarca de Celama y las "ciudades de sombra". De sus incursiones va tomando notas en un registro que ya ocupa tantos cuadernos que al autor le avergüenza precisar su número. Los viajes se producen en una dimensión paralela de la conciencia sin interrumpir su actividad cotidiana en el universo palpable. Mientras pasea, viaja en autobús o interactúa con la gente, mantiene la actitud de "un cazador furtivo dispuesto a disparar en cualquier momento", explica el autor de La soledad de los perdidos



El último libro salido de ese misterioso territorio es Vicisitudes (Alfaguara), escrito como "un libro de llegada" en el que se condensa el carácter sombrío de sus habitantes. Es una novela con 85 capítulos independientes que podrían haber sido 85 novelas. El autor, que a lo largo de su carrera ha recibido premios como el de la Crítica, el Nacional de Narrativa -ambos en dos ocasiones- y el Francisco Umbral, retrata en cada uno de los capítulos, con su prosa compleja y proclive a la abstracción, a casi 300 personajes a través de episodios cruciales de sus vidas. El libro comienza con la ausencia intermitente de un novio el día de su boda, lo cual parece un indicio de la fragilidad del enlace, y termina con el aciago destino de un solitario viajante comercial, una figura con la que Díez se identifica. "He entregado mi vida con pasión a estos mundos de ficción, pero no soy más que un viajante de comercio. Me muevo por ahí con las telas visitando clientes". Entre ambos relatos, el lector dispone de más de 500 páginas con breves historias que giran en torno a los temas habituales del escritor, como la soledad, la pesadumbre, el desamor, el naufragio familiar, el odio, la separación, la enfermedad y la derrota.



"Es discutible que Vicisitudes sea una novela, pero para mí lo es porque la he escrito de la misma manera en que escribo mis novelas", señala el escritor y académico. El autor explica en esta conversación los detalles del libro y lo que él entiende por novela, al tiempo que rechaza con ironía algunas tendencias actuales de la literatura donde se confunden ficción, no ficción, autobiografía y metaliteratura.



Pregunta.- ¿Qué visión de la existencia se halla detrás de este libro tan extremadamente coral?

Respuesta.- Estas vicisitudes que narro son sucesos arquetípicos en lo cotidiano que ilustran cómo lo que nos sucede a veces es inocuo, a veces dramático y a veces disparatado, y todo eso nos espera a la vuelta de cada esquina. Es el destino entendido al modo faulkneriano.



Admiro infinitamente al escritor cuya explicación de lo que hace tiene más valor que lo que escribe"

P.- A pesar del simbolismo y de los lugares imaginarios, se le considera un escritor realista. ¿Acepta esta etiqueta?

R.- Siempre me he sentido halagado cuando se me califica de escritor realista, para mí es un punto de referencia inexcusable, pero probablemente soy de los escritores más irrealistas del país. Mi realismo bebe del expresionismo, de lo valleinclanesco y dadaísta, y también de la literatura del absurdo.



P.- ¿Hasta qué punto su imaginación se nutre de la observación?

R.- Yo pienso que lo crucial de la novela es la conquista de universos imaginarios. El bien mayor del novelista radical es una mirada nutrida siempre de la experiencia y de la imaginación. El destino de la novela está en la herencia de lo que ha sido, no en otros caminos que hagan que la novela acabe siendo lo que no tiene que ser; no me gustan los géneros degenerados. En la realidad compleja que vivimos necesitamos elementos de imaginación, simbólicos, que nos sirvan como espejo metafórico de lo que nos está pasando. Hay un gusto actual que me fascina: esa literatura que se alimenta de la literatura, la figura maravillosa del escritor cuya explicación de lo que hace tiene más valor que lo que escribe. Les admiro infinitamente.



P.- ¿Qué tienen en común esta legión de personajes que aparece en Vicisitudes?

R.- Después de haber hecho tantas prospecciones en esta geografía y esta atmósfera y en el sentido de la vida que tienen estos seres, creo que lo que los define es la fragilidad y el extravío. Son personajes con una vida interior poderosa, misteriosa y secreta, de la que, con mucha dedicación e imaginación, consigo desvelar algo.



P.- Habla de su universo creativo como si fuera un lugar con entidad propia que le ha sido revelado y del que usted a veces consigue extraer material literario.

R.- Mi relación con estos personajes está en un lugar intermedio entre el dominio que puedo tener de ellos y lo que consigo rescatar del fondo de sus almas y de sus corazones. En ese esfuerzo está la parte más subyugante y apasionante de mi escritura. Para lograrlo necesito un armamento verbal peculiar que casi no sé explicar. Es una inmersión en la que tengo que extorsionar incluso la sintaxis para que mi escritura resulte natural al lector. De lo que más huyo siempre es del artificio, es lo que menos me interesa de la ficción contemporánea por la vía francesa, repleta de grandísimos creadores artificiosos y pedantes.



P.- Después de haber publicado casi un libro por año y casi todos sobre el mismo universo ficcional, ¿qué retos se marca para próximos proyectos narrativos?

Me interesa más la aventura que espera a la vuelta de la esquina que ir a cazar leones a África"


R.- Es cierto que soy un escritor prolífico, a lo largo de muchísimos años he ido construyendo ese universo personal del que no saldré, esa provincia imaginaria de sombra. Soy un escritor de atmósferas. Aprendí de Simenon, uno de los más grandes escritores del siglo XX, a crear la atmósfera física, moral y mental del lugar donde ocurren mis historias. Cuando entro en mi mundo hay allí mucha gente esperándome, y tengo muchísimos cuadernos llenos de notas. En ellos hay material para las 85 novelas que podrían haber sido los capítulos de este libro, y muchas más. A estas alturas lo que se me establece como reto personal es seguir indagando en ese universo en una línea más humorística y cercana a la literatura del absurdo. Ahí encuentro ahora un punto de lucidez que tal vez me ayude en mi vida personal. Necesito meterme en vena algunas pociones humor y una manera de ver la vida más alejada de la severidad y lo tragicómico, aunque siempre habrá un punto de melancolía en todo lo que escriba.



P.- ¿Podría vivir sin ficción o para usted es indispensable como para los desayunadores del Café Borenes?

R.- Necesito la ficción, sí. Es una parte crucial de mi vida, no solo como creador sino también como lector. La ficción es un patrimonio maravilloso para quienes deseamos vivir más de lo que se puede y se debe. Los grandes creadores de ficciones son vividores frustrados. Yo no soy aventurero, encuentro la intensidad en lo rutinario y la aventura que me interesa está a la vuelta de la esquina, como le sucede a mis personajes. Eso me interesa más que cazar leones en el África salvaje. Viven pobremente quienes no conectan con ficciones poderosas, esas que te plantean retos o te echan a perder ideas en las que creías.



P.- Usted siempre se ha mantenido al margen de las modas literarias. ¿Cuántas ha visto nacer y morir desde que publicó en 1973 Memorial de hierbas?

R.- Muchas, muchas. En todos los sentidos prima el valor de lo efímero, parece que la novedad siempre derrota a la experiencia. Yo soy de los que piensa que las vanguardias terminaron y lo que hay hoy es una herencia precaria de ellas. Uno tiene que salvaguardarse y evitar que le contaminen. Casi todo lo que es novedad es una contaminación que no aporta nada.



@FDQuijano