Jean-Yves Jouannais

Jean-Yves Jouannais tiene vocación de personaje de Enrique Vila-Matas. Lleva casi diez años impartiendo una serie de conferencias sobre la guerra, y no haciendo otra cosa que leer sobre todo tipo de conflictos desde la antigüedad hasta nuestros días. Acaba de publicar El uso de las ruinas, un inventario de personajes enfrentados a paisajes destruidos que los marcaron y una reflexión sobre la manera en que la política instrumentaliza la destrucción.

Jean-Yves Jouannais lleva diez años leyendo libros sobre la guerra. No hace otra cosa que leer libros sobre la guerra. Intercambia los libros de su biblioteca personal por libros sobre la guerra. Jean-Yves Jouannais ha sido durante años crítico de arte, y llegó a ser redactor jefe de Artpresse. Por eso su biblioteca estaba repleta de libros de artistas que ahora son libros sobre la guerra. ¿A qué viene esa obsesión? "¿La verdad? No lo sé", confiesa. Desde septiembre de 2008 imparte, una vez al mes, una conferencia relacionada con algún tipo de guerra en el Centro Pompidou de París, un proyecto al que ha llamado L'Encyclopédie des guerres y que le ha convertido, dice, en personaje de Enrique Vila-Matas. Porque Jouannais no se considera escritor, Jouannais tiene vocación de personaje. "Los escritores son un elemento secundario en la historia de la literatura", apunta en el prólogo de su último libro, El uso de las ruinas (Acantilado), un tratado sobre heridas de guerra con aspecto de lugares que fueron otros lugares, un inventario de personajes enfrentados a la desaparición de aquello que amaron. "Todos tienen en común ser testigos de una ruina; me coloco junto a ellos y observo cómo reaccionan a esa ruina. Todos lo hacen de forma distinta. Podría decirse que no es una historia de las ruinas sino de lo que provocan los paisajes en ruinas en esas personas. He intentado tocar el mayor número de regiones y periodos históricos. Me hubiese gustado que fuese infinito. O podría haberse centrado en un único retrato", asegura. Entre los personajes que enfrenta a ruinas figuran el arquitecto del III Reich, Albert Speer, Sapor I, Stig Dagerman e Irma Schrader. Y los paisajes destruidos van desde las ruinas de Mesopotamia a la Zona Cero de Nueva York.



Pregunta.- ¿Por qué, si su obsesión es la guerra, y como advierte en el prólogo, todo escritor vive de una obsesión, no escribir sobre la guerra y sí sobre lo que queda tras ella?

Respuesta.- Las ruinas evidencian, a mi modo de ver, que no ha habido varias guerras, sino una única guerra, que es siempre la misma guerra, y que por momentos se aleja y luego vuelve a acercarse. Una guerra como el clima, que no puede empezar porque nunca se ha acabado. Por otro lado, la ruina es una constante. Todo lo construido, como todo lo vivo, evoluciona hacia la ruina. Los edificios envejecen igual que nosotros. No tiene nada de excepcional ni de romántico hablar sobre ello. Y en ese sentido lo que el Estado Islámico hace en Palmira es ridículo. Acelerar las ruinas no es más que un fenómeno burlesco.



P.- ¿Qué le interesa de las ruinas?

R.- Lo que me interesa de las ruinas es el uso que se hace de ellas, que no tiene un fin estético sino político. Los vencedores pueden decidir utilizar las ruinas para humillar a los vencidos o dejar claro que han ganado. Las ciudades que han sufrido la guerra se preguntan qué hacer con sus ruinas. Si las conservan como símbolo de resistencia, como testigo de lo ocurrido, aunque duela verlas, o si se reconstruyen y se eliminan, para olvidar lo que pasó. Lo importante, creo, no es tanto el espectáculo de las ruinas sino cómo se instrumentaliza su paisaje.



P.- ¿Y es de los que opina que deberían conservarse?

R.- Sí, no creo en la reconstrucción, como tampoco creo en la cirugía estética. Todos los estados tienen su belleza. En Montluçon, el lugar del que provengo, había una catedral muy conocida que fue destruida durante la Primera Guerra Mundial y durante años era un montón de ruinas, y durante años se discutió su reconstrucción. Al final se hizo y ahora es un lugar horrible. Pero en este caso podría justificarse su reconstrucción porque se hace uso de la iglesia.



P.- Habiendo estudiado tanto la guerra como lo ha hecho, ¿ha llegado a alguna conclusión, además de lo que afirma de que sólo ha existido una guerra?

R.- Sí, me he dado cuenta de que las guerras de hoy tienen algo nuevo respecto a las antiguas, y es que en la guerra de hoy hay odio. La historia de las guerras está marcada por el respeto y la admiración hacia el enemigo, con contadas excepciones, como el nazismo, y las guerras raciales. Si las observamos desde la antigüedad, nos damos cuenta de que es importante para el guerrero celebrar las virtudes del enemigo. En Roma, la invasión del imperio por parte de los bárbaros se consideró 'amorosa', porque en realidad lo que querían era ocupar su lugar en ese mundo.



P.- ¿Y en qué las hace diferentes ese odio?

R.- El odio lleva a querer destruir la civilización. No admiran, no quieren ser como ellos, quieren acabar con ellos, con la sola idea de su existencia. Ahora el adversario quiere destruir una civilización en concreto, lo que esa civilización representa. Por eso creo que tendríamos que inventar otra palabra, una que no fuese guerra, porque la guerra está asociada, también, al amor.



P.- ¿Y en tanto que estudioso, qué provecho le saca a su obsesión? ¿Qué ha descubierto de las guerras en todo este tiempo?

R.- He descubierto algo sobre mí. Que no me interesa tanto la guerra como fenómeno sino como detonante de la literatura. En ocasiones, los hombres hacen la guerra para poder contar historias sobre esa guerra. Julio César desató la Guerra de las Galias para escribir sobre ella después. Pero está ahí desde el principio, porque la historia de la literatura empezó con la Ilíada, que no es más que una historia de guerra, el deseo de contar una guerra. Por eso voy a tener que vivir muchos años para poder leer todos los libros que se han escrito sobre la guerra, aunque diría que es complicado, porque podría asegurarse que todos los libros que se han escrito, sin excepción, hablan de la guerra. En busca del tiempo perdido sin ir más lejos. El último tomo se desarrolla durante la Primera Guerra Mundial.



P.- ¿Hay en El uso de las ruinas alguna ruina que sea especial para usted?

R.- No he puesto la más especial de todas y de la que quizá provenga mi obsesión por la guerra, pero sí hay una muy especial. El personaje que la visita es un personaje inventado, Enrique II, Duque de Rohan. Existe un castillo, las ruinas de un castillo, en la Bretaña, en el que trabajó como criada mi tatarabuela, y quedó embarazada del amo y señor del lugar, que, sin pensárselo dos veces, la echó. Fue una venganza personal para mí poder destruir en el libro el lugar en el que mi tatarabuela había sido humillada.



P.- ¿Y la ruina que le llevó a obsesionarse con la guerra?

R.- Oh, sí. Yo tenía unos 10 años y uno de mis abuelos me llevó a Verdún, la ciudad en la que tuvo lugar una de las batallas más cruentas de la Primera Guerra Mundial, y me mostró los vestigios de las trincheras, que siguen ahí, en un estado ruinoso, pero presentes. Es el primer recuerdo que tengo de algo relacionado con la guerra. Por primera vez estaba teniendo un contacto físico con las huellas de la guerra y a la vez era la primera vez que alguien me hablaba de la guerra. Y no deja de resultar paradógico que no fuesen unas grandes ruinas, que no fuesen edificios, sino poco más que zanjas.



P.- Por último, regresemos a su vocación de personaje y a su relación con Enrique Vila-Matas, ¿es cierto que no se han visto nunca en persona?

R.- El primer libro suyo que leí fue el primero que se tradujo al francés, Historia abreviada de la literatura portátil, y me fascinó. Él había leído mi primer y único libro hasta ahora, Artistas sin obra. I would prefer not to, y puede decirse que empezamos a escribirnos al poco, diciéndonos que nos admirábamos mutuamente. Yo ya tenía en mente mi idea del ciclo de conferencias sobre las guerras, porque era una forma de producir literatura sin ser escritor, y de convertirme, le decía, en uno de sus personajes. Alguien que está escribiendo un libro que nunca escribirá. Es un tema que me interesa mucho. Cuando estoy ahí en el escenario me digo que es una locura, pero a la vez me pregunto que a la literatura podemos quitarle incluso el acto de escribir y seguirá siendo literatura. Un poco como el sueño de Borges, de que pueda escribirse una historia de la literatura sin citar a sus autores, una historia que sería la historia de los textos, de los relatos, de las fábulas, de las leyendas. Es algo que siempre me ha intrigado, saber qué quiere decir un artista sin obra, y una obra sin artista. De ahí mi afinidad con Vila-Matas, con el que narro un encuentro en el prólogo de El uso de las ruinas, un encuentro que en realidad nunca tuvo lugar, porque no queremos vernos, no queremos conocernos, queremos seguir siendo personajes, el uno del otro.



@laura-fernandez