Antonio Orejudo: "Mi generación ha sido intrascendente como sujeto activo de la historia"
Su nueva novela, Los Cinco y yo (Tusquets), es un homenaje y un ajuste de cuentas con su generación, aquella del boom demográfico
14 abril, 2017 02:00Antonio Orejudo
Antonio Orejudo (Madrid, 1963), tras algo más de un lustro de silencio, regresa con Los Cinco y yo (Tusquets), un libro original y arriesgado que añade a una magnífica crónica de iniciación a la vida en los tiempos de la transición un interesante juego entre realidad y ficción que sirve al mismo tiempo de homenaje y de ajuste de cuentas con su generación, aquella del boom demográfico. Para ello, el libro se vale de los personajes de Los Cinco, las novelas infantiles de Enid Blyton que marcaron a los niños de los 70, y juega a inventarles una vida, con las mismas cargas de amargura y felicidad que provocan el paso del tiempo en cualquier persona.P.- ¿Qué le proporcionó a su generación la lectura de las novelas de Enid Blyton?
R.- Con las novelas de Enid Blyton tomamos conciencia de la pobre infancia que teníamos en los años 70, pero también con ellas pudimos proyectar nuestros deseos. Al fin y al cabo esa es una de las funciones de la literatura. Veíamos ahí a una pandilla como la que teníamos nosotros, pero era muy diferente a la nuestra. Hacían cosas que a nosotros no se nos ocurrirían, con un grado de libertad al que ni siquiera aspirábamos. De alguna manera yo quería ser ellos, pero al mismo tiempo ellos eran yo. Los Cinco eran la proyección de un deseo y el reflejo de la realidad. De ahí que se me ocurriera la posibilidad de preguntarme que había sido de esos cuatro muchachos, que era lo mismo que preguntarme que había sido de mí.
P.- ¿Por qué fueron tan populares estos libros y por qué ya no lo son tanto?
R.- Para los niños de aquella época era más fácil identificarse con los protagonistas de los libros de Enid Blyton que con los de los libros de Salgari o Julio Verne, que para mí es un escritor para adultos. Esto era novedoso porque en vez de piratas u otros personajes que te resultaban lejanos aparecían niños contemporáneos a ti mismo y te podías ver reflejados en ellos. Vivian aventuras que te gustaría vivir a ti también. Pero, por otro lado, han pasado de moda porque Enid Blyton era extremadamente racista y sexista, y a veces rozaba el filofascismo. En nuestra época de corrección política algo así parece intolerable. Sin embargo parte de mi generación se alimentó con este tipo de literatura y no nos ha pasado nada. Ya se sabe que lo que no mata, engorda.
P.- ¿Qué papel ha desempeñado aquella generación del boom demográfico a la que usted pertenece?
R.- Es una generación completamente intrascendente como sujeto activo de la historia. Éramos demasiado jóvenes para hacer la transición y demasiado viejos para lo que quiso ser una revolución y al final no lo fue, el 15M. No teníamos edad ya por aquel entonces para dormir en una tienda de campaña en Sol. Además somos una generación sin ningún atributo o cualidad especialmente marcada porque éramos muy individualistas. Como éramos muy numerosos desde pequeñitos se nos enseñó que teníamos que buscarnos la vida de manera individual. La generación anterior a la mía todavía se reunía alrededor de un maestro, pero nosotros nunca hemos ido en grupo. Tampoco hemos hecho ningún manifiesto de ningún tipo, íbamos cada uno a nuestro aire. No hemos desempeñado ningún papel, pero hemos sido un buen mercado porque éramos muy numerosos. Con nosotros los colegios y la universidad se convirtieron en un negocio y dentro de poco lo harán las residencias de ancianos. Y empezamos a ser un problema para las pensiones porque dentro de 20 años seremos un montón de viejos.
P.- ¿Esto se refleja también en la literatura?
R.- Si te fijas en los que escriben los de nuestra generación te das cuenta de que sus libros conforman una especie de estantes de yogures. Hay un novelista para cada gusto del lector: un policíaco, un feminista, un disparatado, un culto…
P.- ¿Qué momento atraviesa hoy esta generación?
R.- Mi generación está en ese momento, que es desde el que se escribe la novela, en el que hace balance porque, siendo optimista, está en la mitad de su vida. Y cuando haces balance te das cuenta de que hay más cosas en el debe que en el haber. Es un momento de la vida en el que te desengañas. Los que tienen ahora 50 años son además los que están sufriendo, junto a los jóvenes, buena parte de la crisis económica. Los jóvenes al menos pueden echarse la manta a la cabeza y pirarse de aquí, pero para un señor de 50 años con hijos quedarse sin trabajo es terrible.
P.- Era imposible escapar a la amargura en este libro…
R.- Tengo una amiga que dice que, aunque hayas triunfado en la vida y seas rico, cuando llegas a los 50 tienes la sensación de que te has equivocado en todo. Creo que eso le ocurre a todas las generaciones y a todos los individuos y desde ese punto de vista un poco amargo, pero sin cargar las tintas, es desde donde se escribe el libro.
P.- ¿El antídoto para esta amargura es el humor?
R.- Siempre hay que tomarse estas cosas con humor, aunque en este libro me he moderado muchísimo. A la hora de escribir me gusta más hablar de alegría, creo que soy un escritor alegre. Otras cosas son los chistes y los chascarrillos, que en este libro han estado más moderados.
P.- ¿Los recuerdos son siempre ficción?
R.- En el momento en el que se elabora cualquier suceso mediante la memoria o la escritura se convierte en ficción. Pero ficción no es equivalente a mentira. Es un discurso articulado en el que hay una selección de material. Ya no es la cosa en sí, sino la selección de una cosa. No podemos recordar cada respiración, cada aspecto, cada olor… Solo recordamos una parte de lo que ocurrió y en algunos casos, como todos hemos comprobado alguna vez, lo que recordamos no tiene nada que ver con lo que es en realidad. Por ejemplo podemos pensar que nuestra habitación de niños era mucho más pequeña o más grande de lo que realmente era. Convertir una experiencia física en un recuerdo es ya una conversión en ficción. Si además la escribes, el artificio es doble.
P.- ¿Ha disfrutado trasportando a Rafael Reig a la ficción?
R.- Tiene mucho de broma privada. La novela podría perfectamente funcionar si el personaje en vez de llamarse Rafael Reig se llamara Rogelio. Algunas veces los escritores, por la misma razón por la que los cineastas hacen cameos, hacemos bromas privadas… Además, otorgarle un nombre real parece que espesa un poco el personaje.
P.- ¿Ha participado Reig de alguna manera?
R.- No. Cuando acabé la novela, como siempre hago, fui a Cercedilla a darle un ejemplar. Le dije que lo leyera con especial cuidado porque salía en el libro.
P.- ¿Por qué aparece ese lado oscuro de la industria farmacológica?
R.- En el libro quería hablar de esa sensación de que uno llega a una edad y está decepcionado consigo mismo y se desengaña. Entonces me parecía que toda esa pequeña trama, que en realidad no es mía sino de Reig en su novela After Five, permitía expresar una sensación que yo he tenido: el culpable es uno mismo. Las novelas policíacas se caracterizan porque hay alguien que descubre un desorden y apresan al malo, pero nunca nadie ha escrito una novela policiaca en la que el bueno investigue lo que ha sucedido y descubra que el malo era él mismo. Eso es lo que me ha ocurrido a mí cuando he llegado a cierta edad: me he dado cuenta de que el culpable soy yo.
P.- La forma del libro es un poco arriesgada por la mezcla de géneros, por todo el juego con la ficción y la realidad… ¿Esto era un aliciente para escribirlo?
R.- El trabajo de escribir es bastante aburrido. A veces te llaman los amigos y les tienes que decir que no puedes salir porque hay que despertarse temprano... Hay que ponerle un poco de guindilla al asunto para hacerlo llevadero. Realmente solo concibo esto de escribir si le pongo un poco de riesgo: mezclando géneros y sabores, evitando escribir por capítulos, que es una cosa muy cómoda para los lectores… Son los alicientes que tiene la escritura y sin lo que no resistiría el enorme trabajo de detalle y paciencia que hay detrás.
P.- Su personaje, que no sabemos exactamente si es usted, dice que ahora que es feliz no necesita literatura…
R.- La existencia de un profesor de literatura que fue escritor y que ahora se dedica al mundo de las finanzas me parecía bastante provocador. A veces pensamos que los escritores son una especie de sacerdotes y la escritura un sacerdocio al que uno se consagra. Me divertía esa idea del escritor que en un momento dado deja de escribir y no lo echa de menos y además se hace rico. Quería desacralizar el oficio, pero sí creo que una de las razones por las que leemos cuando somos niños es porque no estamos satisfechos con la realidad que nos ha tocado vivir y nos gustaría vivir en un mundo en el que hubiera cerveza de jengibre y pastel de carne.
@JavierYusteTosi