Cuando Caballero Bonald (Jerez, 1926) cierre definitivamente su obra, una cierta inflexión de la prosa castellana desaparecerá, tanto en un sentido individual como generacional. No es una tragedia sino el paso del tiempo y el inevitable registro de las consecuencias que tienen los cambios culturales y la relación de la literatura con las tradiciones, pero en todo caso es un hecho que condiciona la lectura de Examen de ingenios, libro que recopila un centenar de perfiles elaborados por el autor a partir del trato directo con otras tantas figuras de la vida cultural del último medio siglo.
Esos perfiles hablan de sus protagonistas tanto como de su autor, y esa es una operación deliberada: de lo que se trata aquí es de ejercer de ingeniero que planifica la conectividad de un enclave (la propia obra) con su entorno (la literatura en lengua española contemporánea) y, simultáneamente, cartografiar ese entorno desde coordenadas específicas. El resultado es un libro no particularmente profundo, entre otras razones porque no tiene esa aspiración ni estructural ni estilística ni críticamente, pero sí aclarador y muy divertido en sus pescozones irónicos (de Carlos Fuentes se dice que “una parte considerable de su tiempo la empleó en transmitir a los demás su valía”), y repentinamente iluminador. No en vano, la poesía de Ángel González lleva a Caballero a declarar que la literatura “en la que no se filtre una cierta dosis de ironía, aunque se trate de una ironía matizada por el correlato objetivo, tiende a convertirse en un sermón”. Este examen no es tal cosa.
Una y otra vez, personalidad y obra de los evocados se cruzan, confunden, enriquecen o entorpecen explícitamente en estas páginas. Caballero consigna cuándo conoció a cada figura, qué correspondencias estableció entre su aspecto y su escritura, cómo dipsomanía o depresión o monogamia acaban transfiriéndose por caminos sutiles al estilo. El peso de Juan Ramón Jiménez es grande en la concepción del volumen. Pero, retomando la idea de leer Examen de ingenios como la obra (menor) de un autor que representa también un momento generacional de la literatura española y que aquí insiste en determinar su relación con coetáneos y predecesores, probablemente las páginas más útiles sean las dedicadas al 27 y a a la generación del 50, con especial hincapié en Barral o José Agustín Goytisolo. En otros casos (Llorenç Villalonga, por ejemplo) la aportación es insustancial y hasta inexacta, aunque fluye con gracia. A veces concurre la arbitrariedad, pero uno se anima a decir que nunca la deshonestidad: son perfiles matizados, con consecuencias inesperadas en el canon y las jerarquías estrictamente literarias que se desprenden: ¿cuál es el poemario que más celebra Caballero Bonald? ¿Qué novela de Aldecoa prefiere? ¿Y de García Hortelano? Vale la pena ir tomando nota.
Los retratos de Examen de ingenios se cierran casi siempre con una voluntad no sé si aforística, sentenciosa o incluso de epitafio. El caso es que, seleccionando con acierto, de esos cierres podría salir un recopilatorio de citas nada desdeñable: “El punto de mira de las escopetas también puede ser relativo”, “más allá del desperdicio sobrevive la joya”, “los dioses, en tanto que inmortales, no se matan entre ellos”, “el equilibrio riguroso se confunde con la rigurosa nimiedad”, “la generosidad es el único egoísmo legítimo”... Síntesis de un castellano histórico que se ampara en la apelación a la memoria personal para contribuir a la memoria colectiva que llamamos tradición.