Adam Zagajewski (Leópolis, actual Ucrania, 1945) es el poeta vivo más importante de Polonia y uno de los más reconocidos en todo el mundo. Cada año suena su nombre como candidato al Nobel y junto a Milosz y Szymborska, que lo ganaron en 1980 y 1996 respectivamente, forma parte de esa tradición de autores polacos que han dado cuenta de las muchas heridas sufridas por su país a lo largo del siglo XX. Autor de obras como Solidaridad y Soledad, Dos ciudades, Deseo o Tierra del fuego, el poeta y ensayista se encuentra estos días en Madrid. Este miércoles participó en la celebración de los 20 años y 50 números de la revista Sibila, en la sede de la Fundación BBVA en el Palacio del Marqués de Salamanca, y este jueves hará una lectura de sus poemas en la Residencia de Estudiantes, donde se aloja durante su visita a la ciudad.

Sibila es una revista cultural de arte, música y literatura que hace dialogar de una manera singular la obra gráfica original de creadores plásticos, grabaciones de música contemporánea en formato CD y colaboraciones literarias con especial énfasis en la poesía. Fundada en 1995 por Juan Carlos Marset, tuvo una primera vida hasta 1998 y desde 2001 emprendió una nueva etapa con el patrocinio de la Fundación BBVA. Ha contado hasta la fecha con varios centenares de colaboradores, entre los que se encuentran muchos de los creadores más destacados de nuestro país, y en su consejo de redacción participan, entre otros, Antonio Gamoneda, Antonio Garrigues Walker, Cristóbal Halffter, Cristina Iglesias, César Antonio Molina, Luis de Pablo, Mercedes Monmany y Mario Vargas Llosa. “Sentimos devoción por una tradición de revistas maravillosas, como Índice, de Juan Ramón Jiménez; Cruz y Raya, patrocinada por el padre de Garrigues Walker en los años treinta, y tantas otras. Es una tradición que nunca hemos visto obsoleta”, señaló Marset. Además, Sibila se caracteriza por su fe absoluta en la importancia del papel como soporte. Desde su primer número se imprime en papel Amalfi de la casa italiana Amatruda con una receta secreta que según la leyenda trajo Marco Polo a su regreso de China.

El número 50 de la revista tiene en la cubierta una obra de Miquel Barceló y en su interior, textos de Caballero Bonald, Gamoneda, Jaime Siles, Luis Alberto de Cuenca y Erri de Luca, entre otros. También incluye un ensayo de Zagajewski, Café a la turca, sobre Szymborska.

Contestando a las preguntas del poeta y crítico Juan Manuel Bonet, nuevo director del Instituto Cervantes, Zagajewski repasó en el acto de este miércoles su biografía y sus afinidades estéticas y habló brevemente sobre la historia reciente de Polonia y la situación actual de la cultura europea. “Polonia no existió en el siglo XIX. Es un estado que como el ave fénix resurgió de sus cenizas en 1918. En el siglo anterior estuvo dividido en tres partes ocupadas por Rusia, Prusia y Austria, así que después de 1918 se hizo un gran esfuerzo para reunificar el país”.

Después de aquella empresa colectiva, llegó implacable la Segunda Guerra Mundial, que vapuleó a Polonia desde uno y otro flanco. “Hay una broma filosófica al respecto: cuando Hitler atacó a la URSS, se dijo que la derecha de Hegel atacó a la izquierda de Hegel, ya que todos ellos eran alumnos suyos”, señala el poeta y ensayista. “Pero durante la guerra ocurrió una cosa muy bonita, si es que puede haber aspectos bonitos en una guerra: surgió la preciosa poesía de Milosz y Szymborska. El mundo de la cultura respondió, Varsovia no existía porque había sido destruida y los poetas intentaron reconstruirla. Por supuesto la poesía no suele apuntar a un público de cientos de miles de personas, pero tuvo una gran importancia”.

El padre de Zagajewski nació en 1912 en Leópolis y su biografía encarna los vaivenes políticos de Polonia. Fue súbdito del imperio de los Habsburgo, después ciudadano de la república renacida de Polonia, durante la Segunda Guerra Mundial fue súbdito de Stalin y después de Hitler y, finalmente, ciudadano de la Polonia comunista. El propio Zagajewski nació en los últimos momentos de la guerra y creció bajo en Cracovia bajo el régimen prosoviético. En los años 80 se exilió en París, pero siempre ha reconocido que lo hizo por amor y no por motivos políticos. También residió en Berlín y en Estados Unidos, donde fue y es profesor de la Universidad de Chicago. En 2002 volvió a Polonia y hoy reside de nuevo en Cracovia.

Zagajewski recuerda que en su juventud conoció en la ciudad un ambiente cultural que sobrevivía “como una isla” en medio del totalitarismo. Frecuentó a personajes como el escritor Stanislaw Lem y el filósofo Roman Ingarden, un autor que por sí mismo “era una isla independiente del sistema”. Bonet preguntó al poeta por Kultura, revista y editorial polaca en el exilio de París (“como el Ruedo ibérico polaco”, explicó el director del Cervantes). Zagajewski leyó los libros y la revista mensual editados por Kultura muchos años antes de ir a París. “Era una especie de garantía democrática liberal y en contra del nacionalismo. Los autores que allí escribían fueron los maestros de nuestra libertad. Pero yo emigré por una mujer, así que no pretendo ser un héroe obligado a exiliarse. Fue en los años 80, cuando en Polonia hubo una ley marcial, lo que hizo que París me pareciese un lugar excepcional. Zbigniew Herbert llegó mucho antes a París, en los años 50, y descubrió un contraste aún mayor con la Polonia gris y sometida. Pero de todas maneras, Polonia no fue nunca un país de esclavos envueltos en harapos, éramos un país de gente culta”, recuerda el escritor.

Bonet, que conoce a fondo la obra de Zagajewski, le pidió que enumerase las obras y creadores destacados del “museo imaginario” de sus poemas, donde conviven la arquitectura románica y gótica, la tradición pictórica holandesa, francesa e italiana y “una ciudad construida según los principios de los preludios de Chopin”. En lugar de añadir nombres a esa lista, el autor polaco prefirió mirar hacia delante: “Yo no vivo solamente inmerso en el gótico, creo que este museo imaginario hoy en día nos lo permiten las nuevas tecnologías y existe dentro de cada uno de nosotros, pero delante tenemos un futuro que desconocemos. Lo más importante es ese futuro misterioso, y miramos hacia atrás, hacia los genios del pasado, porque necesitamos armarnos para enfrentarnos a él”.

El exdirector del IVAM y del Museo Reina Sofía también preguntó a Zagajewski su opinión sobre aquella célebre afirmación de Theodor Adorno sobre la imposibilidad de la poesía después de Auschwitz. “Creo que las palabras de Adorno no se han entendido bien. Dejar de escribir poesía después de Auschwitz sería como si Hitler hubiera vencido. Es muy difícil hablar del Holocausto en la poesía porque es una tragedia que supera las capacidades de la lengua poética e incluso la lengua humana, pero los poetas estamos para intentar lo imposible. Ser poeta no es solo escribir poemas sobre la primavera o el enamoramiento, es más bien un intento de comprender el mundo en su totalidad, no solo de forma fragmentaria, y el Holocausto forma parte de esa totalidad”.

@FDQuijano

Tras el coloquio entre Bonet y Zagajewski, el autor polaco leyó algunos de sus poemas, así como los poetas españoles Álvaro Valverde y Susana Benet. Finalmente, el pianista Juan Carlos Garvayo cerró el acto interpretando piezas de los compositores César Camarero, Jesús Torres y Mauricio Sotelo. Este vídeo recoge el momento en que Zagajewski leyó su poema Zielona wiatrówka (Cazadora verde).

Zielona wiatrówka

Kiedy ojciec chodzil po Paryzu,

czesto w zielonej wiatrówce,

która kazal sobie uszyc na miare

(jeden z niewielu luksusów

w jego raczej skromnym zyciu),

kiedy spedzal dlugie godziny w Luwrze,

studiujac obrazy Corota i innych malych

mistrzów minionych wieków,

nie wiedzialem jeszcze, nie moglem wiedziec,

ile zniszczenia krylo sie

w latach, które dopiero sie zblizaly,

tak jakby to zielona wiatrówka

przyniosla mu nieszczescie,

ale przeciez teraz rozumiem,

domyslam sie, ze katastrofa

wszyta byla we wszystkie jego ubrania,

niezaleznie od ich koloru i ksztaltu,

i nawet najwieksi mistrzowie malarstwa

nie mogli tu w niczym pomóc.

Cazadora verde

Cuando mi padre iba por París,

a menudo con su cazadora verde

que se había hecho coser a medida

(uno de los pocos lujos

en su más bien modesta vida),

cuando pasaba largas horas en el Louvre,

estudiando las obras de Corot y de otros

pequeños maestros de siglos pasados,

no sabía aún, no podía saber,

cuánta destrucción se ocultaba

en los años que tenían que llegar,

como si aquella cazadora verde

le trajera mala suerte,

pero ahora lo entiendo,

sospecho que la catástrofe

estaba cosida en toda su ropa,

independientemente del color y de la forma,

e incluso los más grandes maestros de la pintura

aquí no podían ayudar en nada.

(De Mano invisible. Traducción: Xavier Farré)