Cristina Sánchez-Andrade
La escritora gallega publica Alguien bajo los párpados (Anagrama), una esperpéntica road movie protagonizada por dos ancianas gallegas en la que reivindica los códigos de la narrativa oral tradicional.
Pregunta.- Vuelve en esta novela a reflejar Galicia, al mundo gallego, ¿por qué esa exploración constante?
Respuesta.- Creo que para un escritor la clave de su mundo siempre se encuentra de un modo u otro en su infancia. Yo llevo toda mi vida en Madrid, pero recuerdo de cuando era pequeña pasar los veranos en Santiago, los paisajes gallegos, las historias que contaban mis abuelas, mis tías. Y todo eso me marcó profundamente. Ya he dicho muchas veces, que ni como lectora ni como escritora me interesa Madrid, aunque lo conozca muchísimo mejor que Galicia. Uno no elige las historias que lleva dentro.
P.- Otra vez incluye una pareja protagonista, ¿necesita esa dualidad, ese contrapunto, para poner en marcha la acción?
R.- Por algún motivo, tengo este esquema, esta pareja de mujeres metida en la cabeza. Se trata siempre de una relación de amor-odio, entre hermanos, matrimonio o seres que durante un tiempo han estado muy próximos. Entre la señora y la criada de Alguien bajo los párpados hay un chantaje emocional constante. Ambas se necesitan y casi te diría que no pueden vivir la una sin la otra, pero a la vez también tienen la necesidad de separarse. Creo que hay muchas parejas así en la vida real.
P.- Plantea la novela como una especie de road movie, pero en lugar de ser un viaje de iniciación o aprendizaje es un viaje hacia el pasado.
R.- Está, efectivamente, el tema del viaje (o la road movie), tan conocido desde el punto de vista literario y cinematográfico. Es la llamada a la aventura, un patrón narrativo repetido en las historias y leyendas populares como, por ejemplo, El mago de Oz. En estos viajes siempre hay un origen y un destino y, entre medias, los personajes sufren una transformación dramática. Es verdad que mis protagonistas, a la vez que viajan en el presente en su viejo volkswagen escarabajo, también van recordando a través de flashbacks toda su vida pasada. Con ello están intentando entender su presente, qué es lo que les lleva a partir y sobre todo a dónde van. Y es curioso porque solo lo que deciden recordar de ese pasado es lo que existe para ellas.
P.- Olvido vive en el recuerdo pero reconvierte el pasado a su gusto, ¿es nuestra potestad? ¿Por qué lo hacemos?
R.- Ellas son unas mentirosas y van recordando según les apetece. Especialmente Olvido, que lo reconstruye a su conveniencia porque, en el fondo, lo que quiere en estos últimos momentos de su vida, es que alguien tan sencillo y tan humilde como su criada la quiera. Lo que quiere es cariño. Hay muchas cosas reales de nuestro pasado que hemos olvidado voluntariamente, que conformamos al gusto. Y creo que es algo bueno, porque uno puede también inconscientemente eliminar lo que no le interesa o modificarlo hasta el punto de acabar creyéndoselo.
P.- Se percibe en la huida de Olvido un miedo a la vejez y la muerte, a la soledad de la que ha tratado de escapar toda su vida.
R.- Sí, la vejez y la soledad también son temas de la novela. Hay una cita de Gerald Brenan que la encabeza y que dice que "cuando uno ha dejado de tener miedo a morir, empieza a tener miedo a no morirse". Creo que esto es algo que viene de mi abuela, en quien está inspirado el personaje. Cuando ya tenía más de 90 años, y empezaba a ver que todos los de su generación e incluso gente más joven estaban muertos, decía que Dios se había olvidado de ella. Verdaderamente tenía miedo de seguir viviendo para siempre. En la novela, doña Olvido habla mucho de los asilos y de cómo tratan a los viejos en los asilos. Esto también es uno de los motivos que la llevan a emprender el viaje. Como dice en varias ocasiones, no quiere que le "suban a una grúa para ponerla a hacer pis".
P.- Cita en la novela la muerte de Álvaro Cunqueiro, que además de referencia temporal, ¿constituye también una forma de homenaje?
R.- Sí, es un poco homenaje a la tradición oral y a todo ese legado de narradores gallegos tan poco reconocidos en el resto de España, porque incluso hay autores gallegos que ni siquiera están traducidos al castellano. Ya desde mi anterior novela Las inviernas, he ido un poco rescatando a todos esos escritores maravillosos que o no se conocen o se han olvidado.
P.- ¿Se siente, entonces, parte de esta tradición de narradores gallegos como Valle-Inclán, Cunquiero, Rafael Dieste, Ánxel Fole, Castelao…?
R.- No soy quien, para compararme, pero todos ellos me encantan y además me siento muy identificada con esa forma de contar, que se basa en todo lo que se oye en la lareira, en la taberna, en la calle, en la barbería; esas conversaciones del día a día que eran las que directamente trasladaban al papel. En mi caso son las historias que escuchaba en casa de mi abuela o por ahí. Me interesa porque recogen la esencia de la gente, la verdadera la psique del gallego, esa retranca, esa manera de contar, esa cabeza que no llegas a entender… Todos ellos lo hacían magníficamente.
P.- En su escritura se aprecian estos rasgos, el humor, el lirismo, el esperpento, la tradición mágica de la narrativa oral gallega.
R.- Precisamente Ánxel Fole decía que hay literatura para ser leída para uno y otra que necesitaba ser leída en voz alta, narrada. Creo que estos relatos gallegos son para ser contados, porque es como si estuvieras oyendo a las viejas hablar y al otro paisano contestarles y repetir… son de una oralidad palmaria. Debemos recuperar esa literatura oral tradicional, esos viejos modos de narrar que beben de lo folclórico, lo legendario, lo rural y que son la esencia misma, el origen de todas las narraciones.
P.- Quizá por todo esto su modo de escribir es muy personal, ¿no se pregunta cómo responderá el público?
R.- En general todos los escritores escribimos lo que nos gustaría leer. Es verdad que mi escritura se sale un poco de lo que hace la gente de mi generación o de lo que está de moda, pero es un tema que siempre me ha dado igual. Escribo como estos maestros porque me gustan sus libros, pero tengo también más influencias, como todas las magníficas autoras del sur de Estados Unidos, muy desconocidas todavía en España como Flannery O'Connor o Carson McCullers, que conectan mucho con este esperpento, con lo grotesco, con todos estos ambientes encerrados de una tradición bíblica y religiosa, y sobre todo con los personajes raros a los que les falta un tornillo, lo que los hace interesantes desde el punto de vida literario y humano, porque siempre buscamos gente que se salga un poco del molde.
P.- ¿Qué opina de esa corriente de resurgimiento de la literatura rural patente desde hace un tiempo? ¿Por qué se produce?
R.- No me he parado a reflexionarlo profundamente, pero se ha escrito muchísimo sobre la ciudad, casi hasta agotar el tema, y ahora está aquí todo este debate de La España vacía, recogido por Sergio del Molino, y llegan obras como Intemperie, de Jesús Carrasco. El tema de la literatura rural siempre ha estado ahí, con grandes plumas como Julio Llamazares o, un poco más alejado en el tiempo, Miguel Delibes, pero ahora se ha puesto de moda, tal vez, porque al mirar hacia lo rural vemos que desaparece ese mundo y todo lo que conlleva, la tradición oral, un modo de vida y este tipo de personajes solitarios. Además, la ciudad está deshumanizada, aquí todos somos iguales y nos comportamos de manera parecida. En el campo aún queda algo de los rasgos primitivos, de lo que realmente somos, de nuestra esencia, de nuestra vulnerabilidad y de toda la contradicción inherente al ser humano. Escondidos por los pueblos o las aldeas gallegas aún quedan personajes raros y llenos de misterios. Ojalá haya más resurgir de esa novela, aunque no a todo el mundo le guste.