Ida Vitale. Foto: archivo Residencia de Estudiantes

A cincuenta metros de la Residencia de Estudiantes se cumple lo dicho por Ida Vitale (Montevideo, 1923) unos minutos antes: muchos taxistas de Madrid no saben qué es ni dónde está la centenaria institución. "Disculpa, ¿sabes si por aquí hay una residencia de estudiantes?". El lugar al que se vinculan nombres como el de Juan Ramón Jiménez, Ortega y Gasset, Severo Ochoa, Falla y tantos otros y que fue el principal centro de intercambio cultural y científico de España en el primer tercio del siglo XX es el mismo donde se aloja estos días la poeta uruguaya, que presenta este martes en un encuentro organizado por la residencia sus tres últimos libros: La voz de Ida Vitale, un audiolibro que recoge los poemas leídos por la autora en una anterior visita a la Residencia; Poesía reunida, 1949-2015 (Tusquets); y Vértigo y desvelo: dimensiones de la creación de Ida Vitale, editado por la Universidad de Salamanca con motivo del Premio Reina Sofía que recibió en 2015.



Hace unos días la autora de Trema, Mella y criba y Todo de pronto es nada recibió en Granada otro galardón importante, el Premio de Poesía Federico García Lorca, uno de los mejor dotados económicamente en lengua española, y en breve viajará a París para recoger el Max Jacob por Ni plus ni moins, una antología de sus poemas traducidos al francés. No será una visita grata. Nada lo está siendo desde la muerte de su marido, Enrique Fierro, hace menos de un año. "Siempre pensaba cuándo sería la próxima vez que viajaríamos juntos a París", se lamenta la autora.



Vitale pertenece a la Generación del 45 junto a compatriotas como Juan Carlos Onetti, Mario Benedetti, Idea Vilariño, María Inés Silva Vila o su primer marido, Ángel Rama. Una de las fotos más emblemáticas del grupo los retrata junto a Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí en una visita al país. "Vimos a un Juan Ramón mucho más contento que la imagen que solía transmitir. Desde su exilio en Estados Unidos, era la primera vez que se reencontraba con el idioma español. A mí por entonces me gustaba más Machado, pero últimamente he vuelto a Juan Ramón", confiesa la poeta.



El exilio americano de los intelectuales españoles durante y tras la guerra civil marcó un hito en las relaciones culturales entre España y Latinoamérica. "Todos los escritores en lengua española crecimos leyendo a los autores del 27", señala Vitale. "Además, yo tuve como maestro en Montevideo a José Bergamín, que era un profesor fantástico. Entonces estaba muy solo y tras las clases seguíamos la tertulia fuera del aula. Todas las noches tomábamos la sopa pavesa con él".



Además, los editores y traductores españoles exiliados reforzaron el panorama editorial en la otra orilla del Atlántico, especialmente en Argentina y en México. Fue el caso de la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, donde la propia Vitale publicó varias obras durante su propio exilio de Uruguay cuando la junta militar tomó el poder y empezó a silenciar a los intelectuales y a la prensa. "No me sentí perseguida directamente, era más bien un clima general". Uruguay era un país diminuto entre dos gigantes pero siempre fue "pionero en cuestiones culturales" y, según la poeta, "no había gente muriéndose de hambre". Sin embargo, "la dictadura militar no surgió porque sí". Para la autora, la situación política empezó a ponerse turbulenta con la irrupción de los tupamaros, la guerrilla de izquierda que agitó el país desde finales de los sesenta. "Eran niños de papá y de mamá que se habían entusiasmado con el mayo del 68", opina Vitale. A su juicio, en los últimos años el país sufrió "un bajón cultural" del que ahora se está recuperando.



Ida Vitale editó su primer poemario, La luz de esta memoria, con una pequeña máquina de imprenta del tipo minerva que tenía un amigo suyo. Sacó una tirada de siete ejemplares y otros siete en "edición de lujo", cuenta entre risas. Guardó la mayoría de ellos en un armario junto a una botella de Chianti que se derramó sobre los libros y los echó a perder. Pasarían años hasta que una editorial "de verdad" reeditase el poemario.



Desde 1989, Vitale vive en Austin (Texas, Estados Unidos). "Es una ciudad muy apacible, tengo la biblioteca principal a tres cuadras de mi casa y también me queda cerca la biblioteca latinoamericana, que la regenta un chico mexicano muy simpático". Él se presta a llevarle los libros a casa, "pero una no sabe siempre qué libro quiere leer. Vas caminando entre los estantes y un libro saca la patita y te reclama".



La autora está siendo testigo de primera mano de la deriva política del país tras la llegada de Trump al poder, aunque a ella no le afecta directamente porque está plenamente integrada en el país e incluso tiene derecho a votar. Por otra parte Texas, pesar de cargar con una imagen de estado conservador, se ha declarado "refugio" para los inmigrantes, al igual que California. "Los dos estados, en consecuencia, han sido castigados. Por ejemplo, si un profesor se jubila, no se repone su puesto", asegura la escritora.



Hoy Vitale está terminando un libro de memorias de sus años vividos en México, un libro guiado "por una inmensa gratitud" al país, y también una novela que "está ahí desde hace diez años". "En este caso sí que cumplí con lo que recomendaba Juan Ramón de dejar dormir los libros, pero quizá me he pasado".



Para Vitale, las palabras son mucho más que un instrumento de comunicación. Son los ladrillos que construyen la realidad. "Yo atiendo al valor de la palabra en sí mismo y la función que cumple, igual que el ser humano tiene un valor en sí y en el entorno que lo rodea". La comparación evidencia que la palabra prácticamente comparte peldaño con la existencia humana misma en su escala de valores. Por eso la reflexión sobre el lenguaje es a la vez cuestionamiento existencial en sus poemas: "La palabra infinito es infinita, / la palabra misterio es misteriosa. / Ambas son infinitas, misteriosas. / Sílaba a sílaba intentas convocarlas / sin que una luz anuncie su dominio, / una sombra señale a qué distancia de ellas / está la opacidad en que te mueves." ("La palabra infinito", en Procura de lo invisible, 1988)



@FDQuijano