Laura Erber

Traducción de Julia Tomasini. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires, 2017. 166 páginas. 15 €

La vida ya no es lo que era cuando el mundo tenía un orden. O tal vez sí. El sol sale cada mañana y las personas nacen y mueren, pero han cambiado los medios y los fines, o quizá es que ya no hay fines y tampoco medios. O tal vez sí. Por eso, la literatura actual tampoco es lo que era. O tiende a otra cosa, o se imagina a sí misma siendo otra cosa. Para algunos, ya no hay estructura ni tiene sentido la concatenación de los hechos, mucho menos la concatenación interna y el equilibrio aristotélicos. Las historias carecen de principio, medio y fin (aunque eso ya lo inventó Joyce), y se han convertido en un conglomerado de situaciones, de vistas o de encuentros donde el lenguaje tampoco pretende comunicar. Y aunque comunica, ya no lo hace de la misma manera.



La escritura de Laura Erber (Río de Janeiro, 1979) responde a esa forma de entender la literatura, el arte y seguramente el mundo. Muy conocida en Brasil (es escritora, artista visual y profesora), ya apuntaba maneras cuando se atrevió a dialogar con la obra cumbre de Guimarães Rosa, y su libérrima adaptación cinematográfica de Grande Sertão: Veredas le hizo ganar el Prêmio Nova Fronteira en 2001. Ahora se traduce al español su primera novela, Ardillas de Pavlov, que yo no me atrevería a denominar como tal y que es un texto post (posthistórico, postartístico, postliterario), un claro ejemplo de literatura moderna en tiempos de crisis. La obra rompe con la lógica, con la idea general del arte y con el concepto clásico de lo literario. Aunque carece de historia, es posible encontrar algunos cuadros: Ciprian es un artista rumano que accede al mundo de las becas y viaja por Europa (Alemania, Dinamarca, Francia). Conoce a mujeres como Pernille y Luda, con las que establece relaciones amorosas, y a Pavlov, que defiende una forma de arte no convencional. Finalmente, se instala en París.



En el texto se mezcla la ficción y la realidad, aunque tales categorías carecen de importancia, se construye un discurso meta (metaartístico, metaliterario) y se crea una forma de lenguaje que no transmite en la frecuencia habitual. El lector debe dejarse conmover por el tono poético, debe dejarse extrañar por el humor, debe abandonarse a una historia sin historia, y debe dejarse sorprender cuando descubra que las cosas no son como había imaginado. Acompaña al texto una fotografías que no parecen tener mucho que ver con él. O sí. Como pista, en la obra se habla de un personaje que señalaba imágenes esperando que le revelaran alguna verdad oculta.