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Tenían apenas treinta años cuando Adolf Hitler llegó al poder: eran juristas, economistas, filólogos, filósofos e historiadores. ¿Por qué decidieron formar parte de los órganos de represión del Tercer Reich? Tras acceder a los archivos del SD y de las SS, el autor investigó la trayectoria de un buen número de estos académicos. Este estudio pionero muestra que el exterminio en los campos de concentración, lejos de obedecer únicamente a la demencial mentalidad del Führer, se anclaba en un sistema de creencias compartidas por muchos de los miembros de la generación que creció en la Alemania derrotada y sometida al Tratado de Versalles. Y en buena medida, la historia del nazismo se erige sobre las experiencias personales -de fervor y de resentimiento- de estos hombres, tan ávidos de creer en su nación como de destruir lo que pareciera amenazarla: ellos teorizaron y planificaron la eliminación de veinte millones de individuos de raza "inferior" y organizaron e intervinieron en el exterminio de un millón de personas.



El historiador francés especializado en el nazismo Christian Ingrao ofrece en Creer y destruir, los intelectuales en la máquina de guerra de las SS una extraordinaria investigación en la que muestra cómo los niños alemanes de la Gran Guerra, que en los años veinte hicieron carrera universitaria, preferentemente en carreras humanísticas como Leyes, Historia, Economía, Geografía o Sociología, fueron masivamente reclutados por Reinhard Heydrich y Heinrich Himmler para los aparatos represivos del III Reich.



Ingrao ofrece una visión reveladora sobre las atrocidades nazis. Cierto que fueron promovidas por Hitler y sus colaboradores próximos, pocos más de algunos centenares, pero suele considerarse que los responsables directos y los ejecutores materiales de las atrocidades nazis, fundamentalmente, del Holocausto, eran embrutecidos personajes del partido, forjados en las filas de los matones pardos de la SA y, con frecuencia, extraídos de los bajos fondos con la promesa de salario e impunidad. Creer y destruir nos muestra que gran parte de los cuadros medios del aparato represor nazi eran universitarios, varios con dos licenciaturas y algunos doctorados. El autor no incluye a los intelectuales germanos más prominentes del período, los que vivieron en la retaguardia aquellos convulsos años. No se hallarán alusiones a filósofos como Heidegger o escritores como Jünger, los intelectuales cuya pista se sigue en este volumen se mueven en un registro mucho más modesto. En cambio sus acciones se dibujan con una nitidez espeluznante, golpeándonos con su brutalidad extrema: ¿cómo unas mentes cultivadas pudieron cometer tales atrocidades?

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