El Hotel-sanatorio Wald Davos de Suiza inspiró a Thomas Mann para escribir La montaña mágica
La enfermedad siempre ha tenido su lugar en la literatura universal. Desde las pestes y las plagas hasta el SIDA o el cáncer pasando por la tuberculosis, que sirvió de caldo de cultivo a tantos autores románticos a partir de la crisis de finales del siglo XVIII, cada época de la historia ha soportado sus propias afecciones. Pero a pesar de ser dos términos unidos en el tiempo, la enfermedad y la literatura han protagonizado un nuevo encuentro en el mundo actual. El rechazo del dolor por parte de esta nueva sociedad posmoderna, demasiado preocupada por la publicidad de la salud mental -mens sana in corpore sano-, ha sido precisamente la causa fundamental de esta renovación. Los autores españoles más representativos de esta nueva corriente hablan para El Cultural.
Historial es el último ejemplo de una nueva corriente dentro de la literatura de la enfermedad en España. Influenciada por clásicos como La montaña mágica de Thomas Mann, quizás sea el primer libro que aborda la enfermedad desde una perspectiva más técnica -la medicina se refiere a esta literatura como "relatos patográficos"-, Marta Agudo establece con este poemario una intención clara de hablar del dolor ("adicción, lapsus del cerebro") sin concesiones. "La enfermedad es el lado nocturno de la vida", reza la cita que abre Historial, extraída de La enfermedad y sus metáforas, de Susan Sontag. Este ensayo, escrito por la autora norteamericana en 1978, es uno de los libros imprescindibles en la era contemporánea, pues "rompió el tabú de la enfermedad en la literatura", según afirma Juan Gracia Armendáriz (Pamplona, 1965), autor de Diario del hombre pálido, una obra honda y sin artificios que cuenta la historia en 139 días de un hombre enfermo atado a una máquina de diálisis.
Para el pamplonés, El año del pensamiento mágico de Joan Didion fue la otra obra que derribó los cánones establecidos por la literatura de la enfermedad. Este diario en el que la autora narra la enfermedad de su hija y la muerte de su marido es una reflexión sobre el instante: "Te sientas a cenar y la vida que conoces se acaba". De la misma forma que el texto de Didion está repleto de informes hospitalarios y nombres de medicamentos, se agradece la estructura a modo de guion cinematográfico por la que opta y la escritura directa que emplea. Didion mezcla la enfermedad y el duelo en una obra emocionante con imágenes potentes como el pasaje en el que dona las ropas del marido a su muerte. Al recoger sus botas, se pregunta: "Si las entrego, cómo podrá volver".
El diario, género de la enfermedad
El diario es el género que mejor se presta a la hora de abordar textos sobre la enfermedad. En España existen ejemplos que van desde el Diario de un enfermo de Azorín hasta El Mundo de Juan José Millás o Diario de una enfermera de Isla Correyero, un poemario de 1996 que aborda la literatura de hospital más que ningún otro de los contemporáneos. En medio, Leopoldo María Panero con los Poemas del manicomio de Mondragón o Francisco Umbral con Mortal y Rosa también se acercan al diario, pero no es exactamente el tipo de literatura que se corresponde con esta nueva corriente. El primero aborda la enajenación mental y el segundo es un canto lírico al duelo por la muerte de su hijo, pero ciertamente ninguno de ellos se inmiscuye en el dolor físico como lo hace, por ejemplo, Rafael Argullol con Davalú o el dolor. Se trata de un diario-ensayo de 2001 en el que relata, con perspectiva filosófica y reflexiva, su dolor de cervicales en un viaje a la Habana.Pabellón de reposo (1944), una de las obras más tempranas de Camilo José Cela, es un libro necesario para tomar como referencia desde esta nueva corriente que se aproxima al dolor sin contemplaciones. Cela se desmarca de la perspectiva romántica con la que la literatura había poetizado la tuberculosis a través de la historia de siete enfermos terminales. "Los últimos instantes de la tuberculosis no son, en verdad, tan hermosos como han querido presentárnoslos los poetas románticos", escribe la señorita del 14, pues los personajes no tienen nombre, sino que son llamados por el número de su habitación. Tan latente se percibe el dolor físico en la obra que fue prohibida en sanatorios de tuberculosos como los que visitó el autor antes de escribir el libro.
Si se escribe en primera persona, "será una literatura más encarnizada", apunta Marta Agudo, a la que sólo le hicieron falta cuatro horas en una residencia de enfermos mentales de Zaragoza para compartir esa "revelación" a través de su último libro. Por su parte, Olvido García Valdés (Asturias, 1950) fue reconocida con el Premio Nacional de Poesía en 2006 por su libro Y todos estábamos vivos donde dialoga sutilmente con la enfermedad. En general, su trayectoria contiene pasajes dedicados a las dolencias o las patologías, utilizando como símbolo a una polilla que aparece en toda su obra -su poesía reunida recibe el nombre de Esa polilla que delante de mí revolotea- porque "la aparición del animal señala la extrañeza que a veces se siente de estar vivo".
La mujer, un cuerpo en eterno conflicto
En general, las mujeres han tenido una implicación especial a la hora de abordar la literatura de la enfermedad. Según Olga Muñoz Carrasco, la razón estriba en que "la mujer convive con su cuerpo de manera más radical". En efecto, "la vida del hombre es lineal y la mujer es cíclica; por tanto, la menstruación, el parto, la lactancia y la menopausia, todas relacionadas con el dolor, hacen que exista un diálogo más íntimo con el cuerpo", concede Marta Agudo. Por su parte, Marta Sanz, que acaba de publicar Clavícula, una novela que a priori parece la confesión de una hipocondriaca, se refiere al cuerpo femenino como un "espacio de conflicto y contradicción en una sociedad que nos reduce al estereotipo -musa, santa, madre, puta-, por lo que las mujeres nos rebelamos".Clavícula es, antes que una honesta confesión emocional, un valiente ejercicio de escritura, tan implacable como reflexiva y política. La enfermedad sin nombre, aunque real porque se siente y duele, es el punto de partida de una posición ideológica desde la que denuncia la precariedad laboral de su gremio -"somos el proletariado de la letra"-, así como la desigualdad de sexos, responsable según la autora de enfermedades como la que ella padece. "El cuerpo es lo que nos duele por la presión biológica y la presión social", denuncia Sanz, al tiempo que explica que "las injusticias en el trabajo repercuten en la salud física y mental de mujeres sobreexplotadas en el ámbito familiar y laboral". Clavícula es una reivindicación del derecho a estar enfermo desde un punto de vista optimista y tratado "con la menor dosis de cinismo posible".
Chantal Maillard (Bruselas, 1951) y María García Zambrano (Alicante, 1973) son otras de las mujeres que han tenido muy en cuenta la mirada y la perspectiva a la hora de insertar la enfermedad en la literatura. La primera, que cuenta con obras tan importantes como Matar a Platón, Premio Nacional de Poesía en 2004, o La mujer de pie en 2015, propone "escribir el dolor / para proyectarlo / para actuar sobre él con la palabra". Mientras, García Zambrano, autora de La hija, un emocionante poemario que relata la enfermedad de quien da nombre al título, es partidaria de "enfrentarse con el miedo a través de la escritura para neutralizarlo". Existen obras anteriores escritas por autoras inolvidables que referencian esta inseparable relación de la mujer y su cuerpo. Por ejemplo, Estar enfermo de Virginia Woolf, en la que afronta la enfermedad como un cambio del espíritu y expresa un lamento porque no tenga en la literatura el prestigio que merece, o Réquiem de Anna Ajmàtova, en la que la poeta rusa se retrata a sí misma como una mujer que enferma físicamente a partir de dolores emocionales, como estar perseguida por el gobierno de Stalin o la encarcelación de su hijo.
El dolor sin victimismos
Isabel Bono (Málaga, 1964) prefiere el realismo si se opta por la primera persona, como sucede en la mayoría de los casos. Eso sí, "sin caer en sentimentalismos ni considerándolo desde un punto de vista técnico o dando consejos médicos", reclama la autora, galardonada con el Premio Café Gijón 2016 por la novela Una casa en Bleturge, que relata la historia de una familia rota por la muerte de un hijo y la enfermedad de un familiar. En este sentido se manifiesta Gracia Armendáriz respecto al tono: "Sin victimismos, por favor. Para escribir hay que venir llorado". Por su parte, Marta Agudo proclama que no haya normas, pues "la buena literatura está llena de 'delgadas líneas rojas' que precisamente la convierten en más interesante". Mientras tanto, Sergio Gaspar (Guadalajara, 1954), autor de Estancia, una obra en la que relata los últimos días que pasa junto a su madre antes de morir, propone cualquier tono, contenido o visceral, mientras que el texto sea válido.Incluso el humor tiene cabida en la antesala de la muerte. Isabel Bono cree que "la mirada irónica es fundamental", mientras que Gaspar está "harto de que me digan que hay temas tan serios que no se puede uno reír de ellos". El autor de Estancia asegura que "el humor combate las ideas dominantes como la no aceptación del dolor"; por tanto, incluso "sería saludable reírse del cáncer". A Marta Sanz, por su parte, le interesa "el lirismo del humor escatológico". En cualquier caso, esta renovación de la literatura de la enfermedad ha sido el resultado de una ruptura con el consenso de la complacencia. El riesgo en el lenguaje y la mirada directa hacia el dolor se han impuesto en el debate sobre aquellos que dicen rechazar el exhibicionismo. Tal y como dijo Constantino Bértolo, editor de la obra Sangre en el ojo, de Lina Meruane, "el enfermo está absorbido por su padecimiento". Así, cuando contraes una enfermedad, "la relación con tu cuerpo cambia, y el lenguaje acusa este ajuste", según afirma Olga Muñoz Carrasco. En definitiva, "con la lengua pasa lo mismo que con el cuerpo: no pensamos en ella habitualmente pero a veces nos paramos a observar sus mecanismos y procesos", dice Olvido García Valdés, que explora la corporalidad y el dolor en toda su obra.
La flor negra de la enfermedad
En realidad, la enfermedad ha formado parte de la literatura desde la escritura del Antiguo Testamento, que se hizo eco de las plagas que azotaron al Pueblo Elegido. Posteriormente, las pestes que tantas vidas se llevaron por delante durante varios siglos fueron evocadas por Bocaccio en el Decamerón, por Daniel Defoe y por Albert Camus, que transformó la ciudad de Orán (Argelia) en una metáfora moral del terror nazi cuando escribió La peste en 1946. También, autores como Dostoievski, que abordó la epilepsia; Chejov, asmático; o Tolstoi, que describió el dolor de forma casi insoportable en La muerte de Ivan Illich, han otorgado a la enfermedad un papel importante en su obra. En cambio, a autores como Vicente Aleixandre, enfermo crónico, o Ángel González, que conoció la poesía mientras estaba convaleciente por tuberculosis, no se les recuerdan grandes poemas a propósito de sus afecciones.Además de las grandes obras sobre la enfermedad, permanecerá el legado de relatos como El dúo de la tos, de Leopoldo Alas Clarín, donde dos enfermos se comunican tosiendo; El pecho, de Philip Roth, la historia de un hombre que amanece convertido en una teta; o Literatura + enfermedad = Literatura, del libro póstumo El gaucho insufrible de Roberto Bolaño, donde aparece la siguiente cita: "Follar es lo único que desean los que van a morir". Por otro lado, cabe destacar un poema repleto de simbolismo en 12 partes, Tanto abril en octubre, de Jorge Riechmann (Madrid, 1962). El simbolismo es una característica común en este tipo de literatura, desde la polilla de Olvido García Valdés hasta la garrapata de Clavícula, de Marta Sanz. También en Aprender a rezar en la era de la técnica, de Gonçalo M. Tavares, donde un choque fortuito entre dos transeúntes deja a uno de ellos con una flor negra entre las manos, la enfermedad, de la que no puede desprenderse por más que lo intenta.
@JaimeCedilloMar