Joy Williams

Joy Williams estuvo nominada al National Book Award que ganó Thomas Pynchon en 1974. Y lo estuvo con su primera novela. El doloroso y brillantemente weird descenso a los infiernos de una chica de pueblo que no entiende por qué el mundo es tan terriblemente asfixiante. Le siguieron otras tres que la colocaron en la cima de los clásicos contemporáneos no lo suficientemente conocidos. Seix Barral publica por primera vez sus relatos y, desde el desierto de Arizona en el que vive, responde a nuestras preguntas.

Lo normal es que los protagonistas de las historias de Joy Williams (Chelmsford, Massachusetts, EE.UU., 1944) pasen la noche en moteles, de camino a cualquier parte. También lo es que la vida les parezca terriblemente extraña. Que no acaben de encajar. Y que tampoco les preocupe demasiado. A veces, como en Sustancia, uno de los relatos incluidos en el deliciosamente salvaje y sí, extraño, a ratos dolorosamente profundo, existencialmente desestabilizador, volumen de Cuentos escogidos que acaba de publicar Seix Barral, ocurre que una pieza cae y, durante un momento, parece que nada va a mantenerse en pie: ha muerto alguien, a cada uno de sus amigos ese alguien le ha dejado algo, y todos han optado por desprenderse de ese algo cuanto antes. Ese algo podía ser un pijama, candelabros, las copas para servir manhattans, un perro que nadie sabía que tuviera. Un perro llamado Broom (Escoba). A Louise, la amiga que debe encargarse de él, al principio le molesta, no puede soportarlo, pero poco a poco, va haciéndose a la idea de que no va a irse a ninguna parte.



Sí, podría decirse que los cuentos de Joy Williams, sus novelas -cuatro, auténticos "acontecimientos literarios", en palabras de Bret Easton Ellis-, son un intento de mirar, cara a cara a la Muerte, de tratar de aceptarla, de, por qué no, como ocurre en Los vivos y los muertos, charlar con ella, a la manera en que charla el padre de una de las protagonistas (adolescentes, porque casi siempre lo son, las protagonistas de Williams son adolescentes demasiado adultas, o adultas que preferirían ser niñas, como Pearl, la protagonista de El hijo cambiado), con su mujer, muerta, que no deja de tomarle el pelo, de reñirle, de preguntarle cuándo va a tirarse por fin al jardinero.



La Muerte, como personaje, siempre presente, en, por ejemplo, la moribunda de El pequeño invierno -otro de los relatos-, que aborrece a su mejor amiga, pero es lo único que tiene, y si va a verla es porque quiere hacerse con uno de los perros que crian junto a su casa, y acaba fugándose con su hija, una niña que quiere ser escritora de biografías y piensa empezar por la suya; la idea de una madre distinta, una madre que no piensa abandonarlo todo por sus hijos, que, de hecho, a ratos ni siquiera soporta a sus hijos, que no sabe dónde se ha metido; y la adolescencia, como la edad en la que no sólo todo es posible, sino en la que el tiempo parece detenerse. El adolescente aparece en sus historias como ser invencible, que, por estar en una suerte de purgatorio, sabe más de lo que debería, o está a punto de descubrirlo. Y luego, claro, están los animales. Los Museos de Fauna Salvaje, y los perros. No hay un sólo relato en Cuentos escogidos en que no aparezca un perro.



¿Qué significa crecer? ¿Volverse más frío? ¿Más insensible? ¿Más racional? Me parece horrible"

A Joy Williams le gustan los perros. Tiene dos. Uno de ellos se llama Noche, en español. Joy vive en el Desierto de Sonora. No escribe en otra cosa que no sea una de sus cinco Smith Coronas. Si tiene cinco, dice, es porque "ninguna de ellas funciona del todo bien" y depende el día escribe con una o con otra. Las respuestas a estas preguntas, de hecho, han llegado mecanografiadas y anotadas por la escritora, que las remitió al despacho de sus agentes desde Arizona. Como sus personajes, Joy Williams viaja muchísimo. Lo hace, dice, en una camioneta, para que sus perros puedan ir con ella. Viaja por todo Estados Unidos. Dice que el primer libro que leyó y le marcó, el libro que la convirtió en escritora, es Miss MacIntosh, My Darling, de Marguerite Young, una de las novelas más largas jamás escritas. Un auténtico delirio. Una novela que explora el subconsciente de una forma alucinante. Sólo un detalle: la autora empezó a escribirla en 1947, creyendo que la tendría lista en un par de años. Trabajó en ella a diario, y de forma enfermiza, y pese a ello no la acabó hasta 1964. El manuscrito tenía 3.449 páginas cuando lo entregó a su editor. ¿El argumento? Una chica, Vera, viaja en un autobús por todo Estados Unidos buscando a su niñera, la tal Miss MacIntosh. De ahí la obsesión de Williams por las niñeras.



Su primer relato, de hecho, estaba protagonizado por una niñera. Lo cuenta ella misma en ese par de páginas mecanografiadas. Dice: "El primer relato que publiqué se titulaba The Roomer y la protagonista era una chica que hacía de canguro e iba a todas partes con una postal de Jesús, de esas que, cuando las miras durante el rato suficiente, te hace creer que el tipo ha abierto los ojos. No recuerdo qué ocurría exactamente, pero aquella postal conseguía que le pagaran lo que le debían". Jamás ha escrito un diario, dice que no se encuentra tan interesante. Sí toma notas todo el tiempo, en libretas. También dice que escribe muy lentamente, pero que no revisa nada de lo que ha escrito.



Pregunta.- ¿De dónde viene Joy Williams? ¿Recuerda haber leído algo, siendo aún adolescente, o quién sabe, más adulta ya, y pensar: "WOW, me encantaría hacer algo así"? Díganos qué libros la han traído hasta aquí.

Respuesta.- Mis padres me regalaron un ejemplar de Miss MacIntosh, My Darling, de Marguerite Young, en 1965. Y en cuanto empecé a leerlo supe que aquella era la manera en que quería escribir y la única en la que podría hacerlo. Le eché un vistazo al ejemplar el otro día y me di cuenta de que sólo había tomado una nota. En la página 581, cuando Mr. Spitzer lamenta la muerte de la última paloma mensajera. Siempre me siento atraída por libros a los que no puedo aspirar: The Man Who Loved Children, de Christina Stead; Bajo el volcán, de Malcolm Lowry; Wolf Solent, de John Cowper Powys.



P.- Estado de gracia, su primera novela, la novela que protagonizan una chica embarazada y su padre, el predicador, en un pueblo terriblemente asfixiante, estuvo nominada al National Book Award en 1974, el National Book Award que acabó ganando Thomas Pynchon. ¿Recuerda cómo fue que empezó a escribirla? ¿Y cómo fue figurar entre los nominados junto a John Cheever y el propio Pynchon?

R.- ¡Fue en 1974! ¡Hace demasiado tiempo!



Imagen del documento mecanografiado de Joy Williams enviado a El Cultural

P.- Cierto, en cualquier caso, en aquella novela ya podía observarse buena parte del que sería, sin duda, su muy particular universo: la madre niña, o la madre que preferiría ser una niña a ser una madre; lo horrible que resulta que todos los demás sean como todos los demás; la nebulosa y confusa y desestabilizante figura del padre; y ese algo poderosamente salvaje que hay en el hecho de estar vivo... ¿No cree?

R.- Sí. Nuestro descuido hacia la naturaleza, nuestro desprecio a otros seres y nuestro desinterés en cambiar algo a menos que ese algo sea algo ridículo.



P.- En un momento de El hijo cambiado, escribe que Pearl aborrece convertirse en mujer porque "convertirse en mujer era convertirse en pregunta, mientras que ser niño era ser una respuesta rauda y brillante". Buena parte de sus protagonistas sienten una aversión similar a la vida adulta. ¿Diría que no es que no quieran crecer, es que no pueden?

R.- ¿Qué significa crecer? ¿Volverse más frío? ¿Más insensible? ¿Más racional? Me parece algo horrible. ¿Pero qué podemos hacer si no? ¿Qué hay más allá de ese 'crecer'?



P.- Hablemos de la escritura en sí, ¿qué diría que es para usted? ¿Otra vida? ¿Otro puñado de vidas? ¿Podría imaginar la vida sin ella?

R.- Sí. Bueno, nuestra vida es lo que es. Pero es importante mantener los oídos bien abiertos a aquello que Yeats llamaba "las voces misteriosas".



P.- ¿Es cierto que viaja mucho? ¿De una costa a la otra, en Estados Unidos?

R.- Sí, viajo un montón por todo Estados Unidos. Tengo una camioneta y voy siempre con mis dos perros, que, por cierto, se llaman Noche y Aslan.



P.- Es usted una de las mejores creadoras de personajes que existen. Sus personajes están increíblemente vivos, ¿de dónde los saca? ¿Es gente con la que se cruza cuando sale de viaje?

R.- No, no siempre. De hecho, no conozco a mucha gente. Me fascinan esos escritores que ponen a un montón de gente en la página de agradecimientos.



Ser humano es raro. Estar vivo también lo es. Nos dan un puñado de días para que los vivamos y luego nos quitan del medio"


P.- ¿Y cómo diría que ha aprendido a construirlos?

R.- Cuando empecé a escribir, mis personajes no hablaban, y siempre tenían los ojos grises. No estoy segura cuando descubrí que existían los diálogos, pero lo cierto es que me abrió un mundo nuevo pensar que la gente podía tener todo tipo de conversaciones, por más surrealistas que estas fueran, y resultar creíbles. En serio, me cambió la vida. Todo lo que anhelaban, todo lo que querían, estaba ahí, expuesto.



P.- Si Raymond Carver fue el padre del realismo sucio, ¿se siente usted la madre de un muy especial, 'weird' y bizarro, realismo mágico?

R.- Oh, Ray. Ray es maravilloso. Fuimos juntos a la universidad, en Iowa. Por entonces él era poeta. Qué divertido pensar en nosotros dos como padre y madre de algo.



P.- Sí, pero, díganos, teniendo en cuenta lo muy influenciada que parece su literatura por el realismo mágico, ¿qué le gusta de él?

R.- Creo que los escritores norteamericanos envidian el realismo mágico. No se nos da nada bien. Por más que nos refiramos a lo mitológico o a los cuentos de hadas, siempre hay algo que no encaja en lo que hacemos, y desde luego no resulta tan impresionante ni tan delicioso como el realismo mágico.



P.- Hablemos un momento de Los vivos y los muertos y de sus tres protagonistas adolescentes. ¿Qué opina de la adolescencia? ¿Diría que es la época más fantástica -en todos los sentidos, también los horribles- que vivimos?

R.- La adolescencia puede venderse fácilmente. Pero en su estado natural es intrépida, salvaje, y, sí, fantástica.



P.- ¿Y qué me dice de la Muerte, con mayúsculas? Está presente en casi todo lo que escribe, y a menudo toma la forma de fantasmas, ¿qué representan los fantasmas en sus historias? ¿El pasado que viene a buscarnos?

R.- Representan, aunque no siempre, aquello que no sabremos hasta que sea demasiado tarde. Pero a veces lo único que buscan es... amor. He escrito algunos cuentos protagonizados por Gurdgieff. En uno de ellos, se confiesa terriblemente enamorado de Susan Sontag y viaja a Arizona para conocer la casa en la que creció. Por supuesto, él también está muerto, pero aún no se ha dado cuenta de que lo está.



P.- Ocurre algo parecido con el fantasma de la mujer del padre protagonista de Los vivos y los muertos, ¿o es su manera de decirnos que el mundo de la pareja puede ser un infierno?

R.- Me encanta que te gusten Carter y Ginger, pero creo que lo único que les pasa es que beben más de la cuenta...



P.- En cualquier caso, sus personajes no están a gusto con sus vidas. En realidad, se extrañan. Les extraña estar vivos y lo raro que es vivir. ¿Diría que encontrar sentido a eso es el propósito del arte?

R.- Oh, a veces pienso que escribir sobre el hecho de ser humano es una manera de explorar la forma en que nos relacionamos con los demás, y el porqué somos como somos. Pero seguro que hay algo más... Y sí, tienes razón. Ser humano es raro. Estar vivo también lo es. Nos dan un puñado de días para que los vivamos y luego nos quitan del medio. Wittgenstein dijo: "No sé por qué estamos aquí pero estoy seguro que no hemos venido a pasarlo bien".



P.- Si pudiera volver atrás en el tiempo y decirle a la niña que fue que acabará convertida en escritora, ¿qué cree que contestaría?

R.- Creo que aceptaría la condena sin entender del todo sus terribles implicaciones.



P.- Por último, ¿nos recomendaría un libro?

R.- Voy a librarme de hacerlo con una cita de Roberto Calasso que dice lo siguiente: "La literatura crece como la hierba entre los pesados adoquines del pensamiento". La cita sigue y Roberto habla de lo fascinante de esa erupción, de lo valiente y lo salvaje, y de cómo se contagia de un libro a otro. Uno lee y escribe, o simplemente lee, pero esa cadena existe, está ahí. Y todo aquel que escribe o que adora la literatura lo sabe.



P.- Sólo una cosa más: ¿Por qué hay tantos animales en sus historias? ¿Tanto Museo de la Fauna Salvaje?

R.- Creo que hemos malinterpretado el Génesis. Es un milagro poder contemplar a los pájaros y a los animales salvajes vivir sin que nadie les moleste. Respecto a los trofeos de caza, y todos esos museos: son el demonio encarnado. Los cazadores que cuelgan sus trofeos de caza tienen serios problemas mentales y emocionales. Son grotescos.



@laura_fernandez