Miquel Silvestre
El viajero dejó la comodidad del despacho para que su proyecto vital, sostenido también por un documental televisivo, cogiera cuerpo. Desde entonces ha encontrado 'su' horma literaria, precisamente, en el 'salirse de horma' encima de una motocicleta. A pesar de las obras publicadas en el terreno de la ficción, Silvestre sabe que su género es él mismo a dos ruedas, y el método de su escritura, el de preguntarle a la Tierra y al Hombre desde el observatorio de una moto.
La Literatura es un reino de libertad. De una libertad relativa si me lo conceden. O de una libertad total donde el escribiente puede ir a las antípodas o no moverse del escalón. A todos nos resuena aquella frase atribuida a Tolstoi, un tanto manida, de "pinta tu aldea y pintarás el mundo". Porque en este ejercicio que venimos contando aquí de salirse de horma hay que rendir honor al verbo: salir. Y salir es ir coleccionando latitudes, paralelos, vivencias, kilómetros, desniveles.
En pleno cogollo de la interconexión, hay un escritor, Miquel Silvestre, que deja todo por ser "escritor sobre ruedas"; ocurre que si en un poema sobre el mar se tiene que notar la humedad, en la literatura de viajes tiene que notarse el polvo del camino: para bien o para mal. ("Ni por asomo se me pasó por la cabeza dejar el despacho para dar la vuelta al mundo en moto o actualizar gratuitamente un blog. Se trataba sólo de escribir. Iba a ser un año sabático dedicado exclusivamente a crear una gran novela, la mejor que hubiera escrito nunca. Si decidí salir de España fue solo para tomar distancia, y si lo hice en moto fue porque la moto siempre estaba ahí, como objeto cotidiano, y quería que siguiera siéndolo (...) Me concedieron la excedencia un 15 de abril (...). Lo primero que hice fue irme a Italia. Me encantó la sensación de viajar en moto, descubrir paisajes nuevos, elegir un lugar cualquiera, sentarme a tomar un café, mirar a la gente y escribir").
Salirse de horma es también salirse del portal, de la zona de confort de las cuatro esquinas cotidianas; salirse de horma es trascender la afición dominical de juntar letras, al aire vacacional, y pringarse en la penumbra de hundir tecla en un motel apestoso del Chaco boliviano. Siendo así,
a Miquel Silvestre habría que denominarlo escritor antes que registrador de la propiedad, escritor antes que motero; incluso escritor que va en moto en tanto que su motocicleta, su "gorda"', es, de la familia de los vehículos, la que más se asemeja al burro ("No hay nada más personal que una moto transformada a tu gusto, que se aleje de lo que es un producto comercial salido en serie de una cadena de montaje. Pero tampoco hay nada más personal que una moto en la que hayas viajado realmente; una moto en la que hayas sufrido y disfrutado, reído, llorado, gritado o maldecido").
Dice la biografía que Miquel Silvestre nace en Denia en los últimos días del 68. Que ganó como primero de España una plaza como registrador de la propiedad, y que al tiempo se cansó de eso de registrar y solicitó una excedencia indefinida, indefinida como toda excedencia o como todo amor de otoño.
Cuando le pregunto por la vida sin la escritura me responde sereno y seguro: "La pregunta correcta para un escritor sería "Vivir sin escribir, ¿es vivir? Respuesta: para los letraheridos, independientemente del talento que tengamos, es solo sobrevivir o vivir a medio gas. Aplíquese la misma comparación al viaje, que no es sino una modalidad intensa de vivir." De lo que dicen dan fe sus libros
Un millón de piedras,
La emoción del nómada,
Nómada en Samarkanda o
Diario de un nómada: operación Ararat.
Viajero a su modo
Miquel Silvestre aparece un día en una falda del Ararat, al mes siguiente quemado del resol salino en el Altiplano de Bolivia, y hasta en un taller del extrarradio de Madrid buscándole una tuerca a su BMW. Su viajar va después y paralelo a las lecturas.
Durante cada travesía, por supervivencia y cada vez más por diversificar y rentabilizar metáforas, va consigo un equipo de grabación que escribe en audiovisuales y en omnisciente lo que Silvestre gana en la poesía del manillar. Es cierto que cada libro de viajes viene acompañado de un documental con no pocos fans, y en esta duplicidad 'asilvestrada' ya vemos otra arista por la que nuestro protagonista huye de la horma, del patrón, y va a su propia brújula.
Tiene Silvestre una filosofía del mundo mucho más madura que la del bohemio que se hace un viajecito para calibrarse la adrenalina de la juventud. Silvestre sabe que el mal existe, y que sería un infantilismo ponerse en la otra punta del Planeta sin conocer que el horror hoy está interconectado y es tangible.
Pero hagamos un aparte sobre el que venimos insistiendo:
Silvestre no es un viajero que escribe, sino que es un escritor que viaja movido por un ansia de conocimiento que trasciende al trotamundo y que cabalga por otras sendas del alma. Entre un sinfín de reportajes de viajes, de colaboraciones en antologías breves, Silvestre ha escrito esa prosa exquisita y minoritaria de
La dama ciega o
Dinamo estrellada. Podríamos calificar a Silvestre en la categoría del vividor, pero de un vividor "fuera de horma" que sabe perfectamente el color del mundo en el que habita y que sigue las enseñanzas del Cabrero en su más celebre coplilla: "Siempre fui esa oveja negra que supo esquivar las piedras que le tiraban a dar, y entre más pasan los años, más me aparto del rebaño porque no sé a dónde va".
A Silvestre, productor de sí mismo con un dron, motorista lento, lo han visto tomar el camino viejo de Despeñaperros por no meterse en los túneles del progreso, que son los que nos llevan y traen a ningún sitio.
Cada viaje suyo lo afronta sin esa velocidad tonta de acumular el máximo de geografías en el menor tiempo posible. Su objetivo está en el viaje, no en el récord suicida.
El calambre del escritor
De Madrid a Georgia, o de Madrid a Senegal, Silvestre es un escritor con sus kilómetros, pero también con sus inseguridades sobre el don o no de la escritura. Él lo tiene claro: el método. Y abunda: "El método de los escritores escasos de talento innato, como es mi caso, es la disciplina. Escribir siempre y cada día lo acontecido la víspera para no olvidar. Cada día de viaje comienza escribiendo aunque sea en la tienda de campaña lo que sucedió el día anterior."
En su zurrón de referencias literarias, de precoz lector, junta a Homero y a Josep Pla con un ciclomotor: "Libros y motos están mezclados en mi infancia de modo indistinguible. Fui un niño lector que no jugaba al fútbol porque prefería quedarse en casa leyendo. También fui un niño motorista. Tuve mi primera moto a los ocho años."
El punto de no retorno de Silvestre a partir del cual deja el sillón y se nos hace nómada para contarlo evidencia ya lo que le pedimos a todo perfilado de estos que se nos salen de horma cada martes. ("Lo dejo todo para escribir de viajes porque habiendo publicado 4 libros de ficción y seguir en el sector underground de las jóvenes promesas pero sin ser ya joven ni promesa, mi primera crónica de viajes en moto se publica inmediatamente en El País y la siguiente en ABC. Entonces me dije: macho, la narrativa está ya copada, pero de viajes en moto no ha escrito nadie aún en español con un mínimo de rigor literario. Y
la literatura de viajes es como la novela negra, géneros considerados menores pero que permiten al escritor hablar de sus preocupaciones íntimas, igual que la gran novela, pero con mayores posibilidades de destacar. Vi ahí mi propio nicho y lo ocupé").
Pero antes de esta decisión, o quizá en el origen de la misma, sobrevuela el niño que quería "ser aventurero y escritor"; el niño que "luego, al crecer, olvidó los sueños de aventura de los libros de Salgari y quiso ser solo escritor".
Náufrago o nómada,
muchos de los libros y de los viajes de Miquel Silvestre arrancan de la reconstrucción de un viaje romántico de la era de los exploradores; y normalmente este viaje acababa en algún punto austral con una bandera rojigualda, deshilachada, que recuerda a nuestros bravos compatriotas. Silvestre también se emociona con los militares caídos en la pacificación de los Balcanes, pues él pasó su mili y sabe que toda trompeta por los ausentes es una trompeta que suena por alguien que pudo ser él mismo.
Lo tiene claro este escritor a dos ruedas cuando imparte una charla de esas motivacionales con lectores que lo admiran o lo envidian. O cuando disfruta de su café caliente -al amanecer- en el termo abollado: "hoy sé que acerté de lleno al decidir entregar mi vida a la narrativa nómada. En el fondo todo se resume en escribir. En mi afán, pasión y necesidad de escribir. No puedo renunciar a ello del mismo modo que no puedo renunciar a respirar".
Y así le faltan páginas por escribir, carreteras por pavimentar. Peajes que pagar con mejor o peor cara. Y es que en el camino está la literatura. Y/o en sus márgenes...
@JesusNJurado