Paul Auster. Foto: Edu Bayer

Llegaba Paul Auster (New Jersey, 1947) a Madrid tras una larga gira por Europa (un mes, seis países) que lo ha dejado, dijo, "exhausto". Tanto que enseguida desmintió el rumor según el cual la novela que presenta ahora, 4 3 2 1 (Seix Barral), sería la última, pues querría a partir de ahora dedicar su tiempo a viajar o simplemente a salir de paseo por Central Park. Nada de eso. "Estoy deseando volver a casa, meterme en la habitación, cerrar la puerta y seguir escribiendo", dijo el autor ayer por la mañana en Madrid, en la Fundación Telefónica. Auster participaba en el primero de los varios actos en los que intervendrá esta semana en la capital.



Por la mañana lo acompañaba Elena Ramírez, editora de Seix Barral. El escritor ha publicado en este sello -que ya editó en 2012 su Poesía completa- su primera novela en siete años. A lo largo de su intervención no evitó ningún tema de actualidad (hablo tanto o más de política como de literatura), desde Trump ("no le culpo por ser un psicópata maniaco, lo que me sorprende es que sesenta millones de americanos le hayan votado") hasta la amenaza nuclear de Corea del Norte o incluso el independentismo en Cataluña, que comparó superficialmente con el escocés. Aunque antes comenzó con un sentido recuerdo de John Ashbery, a quien considera "uno de los grandes poetas norteamericanos".



En varios momentos lamentó que los Estados Unidos de Trump hayan traicionado la "esencia de América" con sus amenazas a los inmigrantes. "Todo el mundo es inmigrante en América, excepto los indios. América es un país que se inventó en base a esa idea. América es una idea, una idea noble e inclusiva. Es el único experimento de este tipo en toda la historia de la humanidad". Al mismo tiempo lamentó episodios oscuros, como "genocidio" de los indios o la esclavitud, "un veneno -dijo- en nuestro hermoso sistema".



Otra cosa que se ha dicho, y que desmintió Auster, es que llevaba toda su vida preparándose para escribir esta novela: "No sé si es para tanto", comentó.



Aunque sí detalló algunas particularidades con respecto a las anteriores novelas, que ya suman veintidós. Una ha sido la exigencia (en cierto modo ha escrito cuatro libros en uno), lo que hace que recuerde ahora el momento en que escribió la última frase, soltó el bolígrafo y casi cayó "al suelo desmayado".



Otra singularidad tiene que ver con el origen del libro. "La novela surgió de una idea formal", contó. A diferencia de las otras, en donde los personajes y la historia le van dando la estructura al libro, aquí ocurrió al revés. Surgió, explicó, de un gran "¿Y sí...?", pregunta que da lugar a las cuatro vidas de Ferguson, el protagonista, "cuyo único hecho inmutable es que nació el 3 de marzo de 1947 en Newark, Nueva Jersey". "Es una idea sobre la que llevo mucho tiempo pensando, pero nunca creí que podría plasmarlo en una novela. De ahí que quizá parezca que, en efecto, llevo preparándome mucho tiempo para escribir este libro", dijo.



La novela narra las cuatro vidas posibles del protagonista a partir de lo que le ocurre y de las decisiones que toma. Auster mueve a sus personajes a lo largo del siglo XX estadounidense, narra la historia (aunque a su manera) de una saga, y opera como hilo conductor la lucha por los derechos civiles en su país. De ahí que le preguntaran si no había querido al fin, con este libro, escribir la "gran novela americana". Dijo que no y pasó rápidamente a la siguiente cuestión: "Esas cosas están más allá de mí, yo sólo me dedico a hacer mi trabajo".



Tampoco quiso aventurar teorías sobre el azar o el destino, ideas que recorren el libro (y otras de sus obras). "No soy un filósofo, sino un contador de historias. No me gusta hacer interpretaciones místicas ni teológicas. No hay significado [en el azar], es algo que simplemente pasa".



Los periodistas pidieron a Auster que predijera, en estos tiempos de relatos apocalípticos, qué va a pasar en los próximos meses (en el mundo, en Europa, en Estados Unidos). El novelista terminó reconociendo no tener puntos de vista muy distintos a los del resto de la gente. "El problema de vivir en el presente es que no tenemos ni idea de lo que ocurrirá mañana", sentenció. Y trazó una divisoria entre el periodismo (obligado a vigilar y a contar el presente) y la novela, en este caso la histórica, para cuya correcta elaboración, dijo, es necesario que pasen décadas desde los hechos narrados. Así puso el ejemplo de Tolstoi escribiendo a finales del siglo XIX su gran novela sobre las guerras napoleónicas. Y por eso ha tenido que esperar él a que el siglo XX terminé para elaborar un fresco sobre él.