Edurne Portela

La escritora debuta en la novela con Mejor la ausencia (Galaxia Gutenberg), la crónica de una época y una reflexión sobre las consecuencias de la violencia cotidiana.

Hace unos meses Edurne Portela (Santurce, 1974) participó junto al también escritor José Ovejero en el rodaje de un documental titulado Vida y ficción que inquiría a varios escritores españoles por los motivos de su dedicación a la escritura. Cuestionada sobre esto, la autora se retrotrae a su época de docente en Estados Unidos para recordar que "para mí la escritura desde siempre ha sido una forma de conocimiento. Si tenía que interpretar cualquier tema tenía que hacerlo a través de la escritura, y al escribir descubría un montón de cosas a través de la reflexión". Pero fue con su anterior obra, el ensayo El eco de los disparos cuando advirtió que "había otro tipo de escritura que también me ayudaba a entender, todo lo que en ese libro había también de memoria, los relatos autobiográficos que incluí, me abrían la puerta a seguir indagando, pero lejos de la rigidez del ensayo académico". Y desde ahí ha dado el salto a la novela con la publicación de Mejor la ausencia (Galaxia Gutenberg), la crónica de una época y una reflexión sobre las consecuencias de la violencia cotidiana narrada desde los ojos de Amaia, una niña que se convierte en mujer en un pueblo de la margen izquierda del Nervión durante los años 80 y 90, donde todo es heroína, paro, detritus medioambiental, pelotas de goma y consignas asesinas, y donde la violencia no es sólo un problema personal.



Pregunta.- ¿Por qué el salto del ensayo a la novela, que aporta frente al ensayo esa exploración humana a la hora de comprender?

Respuesta.- A mí lo que me ha aportado es la entrada a todo un mundo intuido de afectos, de intento de comprensión del mundo, del dolor propio y ajeno; al que a través del ensayo es imposible acceder. La ficción te da una forma de elaboración imaginativa con claves sobre cuestiones íntimas del comportamiento humano que no da el ensayo. La novela te puede ayudar a entrar en sintonía con ese mundo que se intenta reflejar, conecta con zonas de la intimidad o con momentos clave del lector; pero a la vez también conecta con la parte intelectual porque despierta una avidez de conocimiento. Es muy completa en ese sentido.



P.- ¿Cuánto es realidad y ficción, cuánto hay de Edurne en Amaia y en la novela?

R.- Es una novela muy dura, así que me alegro de decir que casi nada. Lo que son los hechos que se narran, el sustrato biográfico de los personajes es pura ficción. Yo no he tenido esta vida y menos mal. Pero sí es cierto que todos los escritores dejamos algo de nosotros mismos no solo en un personaje, sino en todos, porque son seres que nacen de tu imaginación y experiencia. Entonces algunas cosas sí, muchas situaciones, pero esta no es mi vida. Aunque toda la cuestión del contexto social, sí son cosas que he vivido.



P.- Amaia vive desde la infancia rodeada de violencia de diversos grados, ¿cómo le afecta eso, en qué es distinta?

R.- Hay que tener en cuenta que la novela está construida desde la voz de Amaia, desde sus vivencias infantiles y adolescentes, y en su relato queda patente cómo puede afectar todo eso. De niña tiene mucha ternura y sensibilidad, es muy curiosa y lista, y según va creciendo vemos cómo esa violencia que sufre dentro y fuera de la familia la va endureciendo y la transforma en una persona que necesita desarrollar una serie de estrategias buenas, malas o tremendas, para asentarse y afirmarse como un ser que sobrevive a todas esas experiencias. Su evolución está muy marcada por su contexto, podría haber sido otra Amaia.



P.- Toca superficialmente, en el sentido de que es desde los ojos de una niña, temas como la droga o el terrorismo, que allí eran el pan de cada día.

R.- Todo está visto desde los ojos de Amaia, y en esas edades asistimos a su perplejidad de no entender lo que está pasando pero intuir que en muchos casos son cosas terribles. En realidad la novela solamente da pinceladas de esos mundos porque es lo que ella es capaz de ver y de procesar, sea en pensamiento o en diálogo. Es una novela con muchos silencios, muchas elipsis, no quiere explicar nada, que en muchos casos se da por sobreentendido pero está ahí.



P.- La novela muestra también la imposibilidad de mantener una asepsia total frente a muchos de estos temas, ¿aunque sea levemente hay que ir posicionándose?

R.- Todos los personajes de la novela se mueven frente a este plano inclinado de una violencia brutal, y cada uno elabora unas estrategias diferentes. Porque claro, hay una violencia de la que puedes mantenerte más o menos distante, la violencia de ETA y su entorno, pero hay otras de las que no se puede escapar, que de alguna manera hay que asumir, enfrentar o huir de ellas, como la que está dentro de la familia.



P.- Apunta el tema de la huida, que llevan a cabo varios personajes, ¿es finalmente la única salida?

R.- En el caso de Amaia hay una ida y un regreso, pero hay otros que sí, que se van y no vuelven. Su huída está interpretada desde su punto de vista, no podemos olvidar que siempre es su visión, muy diferente de la de otros personajes. El lector se puede preguntar hasta qué punto su subjetividad es real o está afectada por lo que ha sufrido. El mundo que ella ve es tan asfixiante que hay un momento en su vida cuya única solución es escapar. Ha llegado a un punto de no retorno, a un límite que ya no puede afrontar. Pero es cierto que, en general, hay una fuerza centrípeta, y son personajes profundamente humanos e incapaces de afrontar muchas veces las responsabilidades y ese mundo tan hostil para ellos.



P.- ¿Qué opina del fenómeno Patria? ¿A raíz de ese libro ya está normalizado hablar de ciertos temas difíciles en el País Vasco?

R.- Yo diferenciaría entre normalizado y posible. Normalizado no está, porque todavía hay muchas heridas abiertas y mucho trabajo por hacer en términos de asunción de responsabilidades y de duelo colectivo. La normalización llegará cuando hayamos hecho un trabajo hacia la convivencia, que debe hacerse dentro y fuera de Euskadi, está toda la cuestión de los presos, un tema difícil pero que sigue ahí. Todavía hay que reconocer muchas cosas, por ejemplo si hablas del GAL o de la tortura ya te llaman proetarra, cuando esto ha sido una violación del Estado de Derecho. Y hay un montón de crímenes de ETA que no se han resuelto todavía y cuyas víctimas siguen pidiendo investigación. Todavía estamos en un berenjenal considerable y creo que individualmente y como sociedad necesitamos hacer mucha autocrítica.



Por otro lado está la cuestión de qué se puede hacer ahora. Claro que se puede hacer mucho más que hace unos años, porque ya no hay una amenaza directa, no hay guardaespaldas. Ahora es mucho más fácil hablar de ello y además creo que tenemos otra conciencia que nos impulsa a mirar hacia dentro y hacia el pasado y asumir que es necesario afrontarlo. Patria se va a quedar ahí como un hito insuperable, pero creo que su éxito radica en que hay una necesidad de hablar de estos temas por parte de mucha gente que hemos alcanzado una madurez intelectual o creativa. Diferentes generaciones con una visión distinta. Bienvenidas todas.



P.- Sin embargo a la vez defiende que la literatura no debería ser un mecanismo de lucha contra el terrorismo, ¿por qué?

R.- No, porque no concibo la literatura así. En El eco de los disparos ya defiendo que la literatura puede contribuir a crear un poso de empatía, de reconocimiento, puede crear una sociedad mucho más autocrítica y responsable de su participación en la historia. Aunque creo que estoy siendo muy ingenua, pienso que la novela, el cine o el arte pueden contribuir a cambiar el imaginario colectivo, pero lo que no pueden es acabar con una banda terrorista.



P.- Dentro del contexto que comenta de otro clima social, ¿todavía existen tabúes en el País Vasco? ¿Cuándo dejará de haberlos?

R.- Hay un hecho que a mí me pareció un paso importantísimo en esto de la convivencia que fue el reconocimiento público que hizo el alcalde de Rentería Julen Mendoza (del partido EH Bildu) sobre las víctimas de ETA, en el que les pidió perdón por si en algún momento él o el ayuntamiento no habían apoyado lo suficiente o habían ahondado en su dolor. Me pareció un acto muy importante, porque nadie se espera esto en un pueblo como Rentería, con una historia tan sangrienta. Si en todos los pueblos del País Vasco hiciéramos esto se adelantaría muchísimo y se derribarían este tipo de tabúes que en algunos casos sí perviven. Pero que yo sepa, en otros pueblos están haciendo homenajes a los etarras, y ahí está el problema.



P.- En el caso de Euskadi se habla, en cierto sentido, de perdonar y olvidar para seguir hacia delante, pero vemos que Amaia, no es muy capaz de ninguna de las dos cosas, ¿ocurre así en la sociedad vasca?

R.- La novela no solo habla del conflicto vasco claro, habla también de la violencia del padre en el seno de la familia. Hay reconciliaciones y perdones que no son deseables y hay otros que sí se dan en la novela. Algunas de las violencias que ha vivido Amaia no sé si se pueden perdonar. No siempre la reconciliación ni el perdón son éticos ni sanos para la víctima. Es cierto que hay que potenciar la reconciliación, pero antes hay que cumplir unos requisitos.